Por María Fernanda Sandoval
Un día más, se escuchan los tacones de las secretarias que
corren al trabajo y se siente el humo de los primeros cigarrillos de la mañana.
Deben ser más de las siete, el sol ya quema sobre sus espaldas y el ruido de la
ciudad no los deja concentrarse en dormir. Así que se quitan las bolsas de encima.
Es una suerte que en la entrada de un hotel tan importante aún no haya guardia
de seguridad, no es posible descansar en los parques en estas noches de lluvia.
Las tripas les rugen, no saben si por hambre o por haber comido frutas
podridas. Entre los cuatro casi logran juntar para su buena cena del mes, así
que para no desperdiciar, decidieron comerse sus malabares y terminaron dándose
un festín de naranjas viejas. Lo
hicieron frente al gran restaurante con el resbaladero de tres niveles,
imaginándose que estaban allí, comiendo la hamburguesa del niño sentado
adentro. Sus naranjas no saben igual, pero pueden imaginarlo mientras la
muerden. El sonido de las tablas al jugar no debe ser el mismo que el del enorme
resbaladero rojo, pero saben que se siente la misma emoción. Les espera un día
largo así que doblan sus bolsas se lavan la carita y se paran frente a los
cuatro semáforos cerca del redondel, el día de hoy tienen que juntar lo que les
falta para poder al fin, cenar adentro.
Reporte tierra de arboles, número dos: Los agentes actuando
de niños mendigos no funcionan. Aún siendo desamparados y más débiles, no logran
conmoverlos. Estos terrícolas no logran
comprender el mensaje. La fecha límite sirvió para bromas, especulaciones y propagandas.
Como hace un tiempo y cumpliendo nuestra promesa, tendremos que volver a
eliminarlos.
1 comentario:
Muy interesante el final del cuento. Me gusto la forma en que empezaste y luego le diste un giro total hacia el final. El cuento es corto y concreto. Felicidades
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