Por Gabriela Sosa
“Los tiempos
han cambiado.” le decía siempre el abuelo, “Antes los domingos me despertaba al
olor de mi propia abuela haciendo café a leer, ahora yo hago el café y me
despierto al sonido de tu hermana dictando las tareas a esa condenada
maquinita. ¡Dictar tareas! ¿A quién se le ocurrió tremenda cosa? Si les dieran
un lápiz, creo que no sabrían que hacer con él.”
“¡Yo sí!”
gritaba siempre su hermanito. El abuelo les había enseñado desde niños a
escribir con lápiz y bolígrafo en hojas de papel, aunque ya nadie las usaba. El
abuelo contaba que cuando él era niño fue cuando empezó todo: cada vez había
menos árboles (aparentemente de ahí sacaban el papel), había más gente tratando
de salvar el medio ambiente y los libros impresos (es decir de papel) estaban
llegando a su fin.
Le encantaba
escuchar sus historias, le encantaba como les enseñaba a escribir y a leer con
libros “reales” como les llamaba, a sostenerlo en sus manos. Algo
sorprendentemente parecido a sostener un Reader, sólo que había que usar las
manos para darle vuelta a las páginas; estas se encontraban una al lado de
otra, en vez de irlas bajando con el trackpad o, para los más antiguos, el
mouse. Cuando era más niño solía creer que todos tenían libros de estos en sus
casas, en las paredes, afilados en libreras de madera. Conforme fue creciendo,
conociendo las casa de sus amigos, entendió que no era así. Las casas de los
demás se parecían mucho a cualquier otra cosa: paredes blancas, muebles y
electrónicos de plástico y metal, sin adornos ni mayor decoración. Al pensar en
su abuelo, eso lo que más le agradecía: enseñarles que hay opciones, que hay
colores, que no todos son iguales, que no todos los lugares deben verse como
hospitales. “Hospitales”, eso decía, que en su juventud únicamente los
hospitales y clínicas se veían de esa forma; había calor y cuidado, había vida,
había personalidad en las demás cosas. A veces fantaseaba con vivir en esa
época, a veces le gustaba imaginar sentándose en un sillón verde claro con uno
de los libros del abuelo en las manos….
“Uno de
ustedes no presionó <Continuar>. A la cuenta de cinco, si no se presiona,
repetiré la información. Si desean más ejemplos y tienen preguntas adicionales,
presionar <Opciones>.”
Uno,
dos,
tres,
cuatr…
Justo antes
que la voz del holograma al centro de la clase dijera cinco, la joven sentada
al lado de Pablo presionó el botón de su escritorio por él. Estaban
acostumbrados, pasaba mínimo una vez al día; de todas formas él era de los que
aprendían mejor leyendo el material él solo, sólo Dios sabe qué era lo que
llegaba a hacer a la universidad, probablemente por la asistencia.
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