11 marzo 2012

Los tiempos han cambiado



Por Gabriela Sosa




“Los tiempos han cambiado.” le decía siempre el abuelo, “Antes los domingos me despertaba al olor de mi propia abuela haciendo café a leer, ahora yo hago el café y me despierto al sonido de tu hermana dictando las tareas a esa condenada maquinita. ¡Dictar tareas! ¿A quién se le ocurrió tremenda cosa? Si les dieran un lápiz, creo que no sabrían que hacer con él.”
“¡Yo sí!” gritaba siempre su hermanito. El abuelo les había enseñado desde niños a escribir con lápiz y bolígrafo en hojas de papel, aunque ya nadie las usaba. El abuelo contaba que cuando él era niño fue cuando empezó todo: cada vez había menos árboles (aparentemente de ahí sacaban el papel), había más gente tratando de salvar el medio ambiente y los libros impresos (es decir de papel) estaban llegando a su fin.

Le encantaba escuchar sus historias, le encantaba como les enseñaba a escribir y a leer con libros “reales” como les llamaba, a sostenerlo en sus manos. Algo sorprendentemente parecido a sostener un Reader, sólo que había que usar las manos para darle vuelta a las páginas; estas se encontraban una al lado de otra, en vez de irlas bajando con el trackpad o, para los más antiguos, el mouse. Cuando era más niño solía creer que todos tenían libros de estos en sus casas, en las paredes, afilados en libreras de madera. Conforme fue creciendo, conociendo las casa de sus amigos, entendió que no era así. Las casas de los demás se parecían mucho a cualquier otra cosa: paredes blancas, muebles y electrónicos de plástico y metal, sin adornos ni mayor decoración. Al pensar en su abuelo, eso lo que más le agradecía: enseñarles que hay opciones, que hay colores, que no todos son iguales, que no todos los lugares deben verse como hospitales. “Hospitales”, eso decía, que en su juventud únicamente los hospitales y clínicas se veían de esa forma; había calor y cuidado, había vida, había personalidad en las demás cosas. A veces fantaseaba con vivir en esa época, a veces le gustaba imaginar sentándose en un sillón verde claro con uno de los libros del abuelo en las manos….


“Uno de ustedes no presionó <Continuar>. A la cuenta de cinco, si no se presiona, repetiré la información. Si desean más ejemplos y tienen preguntas adicionales, presionar <Opciones>.”
Uno,
dos,
tres,
cuatr…
Justo antes que la voz del holograma al centro de la clase dijera cinco, la joven sentada al lado de Pablo presionó el botón de su escritorio por él. Estaban acostumbrados, pasaba mínimo una vez al día; de todas formas él era de los que aprendían mejor leyendo el material él solo, sólo Dios sabe qué era lo que llegaba a hacer a la universidad, probablemente por la asistencia.



No hay comentarios: