27 septiembre 2010

Poesía: ¡Amor mío, al fin te apareces!

Por Pablo De la Vega

 
Desde la aurora te añoraba…
¡Amor mío, al fin te apareces!
De día y noche te buscaba,
por el cariño que mereces.

Con resonantes alaridos,
que te aludiesen muchas veces,
vociferé; despavoridos
de que al llamado no acudieses.

Pero cuando estaba el dolor…
¡Loado DIOS! Tras tantos meses,
te arrimaste, al fin, dulce amor,
para que nunca más te fueses. 

22 septiembre 2010

El país de madera (el cuento extraño de una tarde ambarina entre el polvo)


Por Julio Urízar Mazariegos*
La Gran antorcha seguía apagada. Parecía que nunca sería encendida, su larga mecha caía desde la cúspide como una serpiente moribunda, seca y vieja, tan vieja como el polvo acumulado en la nariz del Venerable Rostro de Mujer de Barro. Hoy había silencio, la música se había apagado y sus dos compositoras, las Abejas Bailarinas, no giraban entre sí danzando al compás de las campanitas que emitían su canto que al mismo tiempo era triste y rejuvenecedor. Todo gracias al Buho de Piedra, que con sus alas en los oídos, se había pasado la noche entera pidiéndoles que se callaran. Seguramente debe estar muy contento, dormido en el interior de su Árbol Portal en donde la Niña de la sonrisa de cerezas ya no canta. El Árbol Portal tiene ese nombre pues la cabeza de la Niña de las sonrisas de cerezas se asoma por una ventanilla incrustada en la superficie de su corteza desde tiempos olvidados. La Niña nunca crece pero todos saben que es más vieja que todos, tan vieja como la mecha de la Gran Antorcha y el polvo acumulado en la nariz de la Venerable Rostro de Mujer de Barro.
                Hoy el suelo era de otro color, únicamente la Venerable Rostro de Mujer de Barro, que ya estaba aquí desde antes que todos, conocía esa superficie dura y uniforme, como la madera, que ahora se cubría de ácaros. Nadie podía recostarse, era tan incómodo el suelo que a todos les dolían las articulaciones.  Es por eso que la Pastora del pañuelo naranja intentaba mantener a sus conejitos los más cercanos posible a ella pues eran muy delicados, además de que por allí, detrás del Oráculo de la Sabia Madre, dicen que anda Conejo Gigante, que crece y crece cometiendo cada vez que puede el canibalismo con los más pequeños. No, la Pastora del pañuelo naranja no iba a dejar que sus amigos se fuesen tan lejos. Por eso estaba dispuesta a ir con las Abejas Bailarinas a decirles que bailasen nuevamente para que la música sonara otra vez, sin importar las réplicas del Búho de Piedra, puesto que las Cruces Acostadas aconsejaban que eso mantendría Conejo Gigante en un estado de sopor, como embriagado. 
En la misma vecindad, el Florero de las Rosas, que jamás había visto una flor de verdad, se sorprendía ante Brillante Espejo que reflejaba en su superficie un recipiente con tulipanes. Nunca antes Florero de las Rosas se había imaginado tener tulipanes en la cabeza. “Así que eso es una flor” pensaba “creo que le falta color, a lo mejor el Pavo Pintado pueda compartirme un poco de los suyos. O quizás la Pastelerita, puedo pedirle que me cubra de turrón rosa para verme más bonito”.
Así que el Florero de las rosas llamó a gritos al Pavo Pintado y a la Pastelerita, dándoles a entender su petición, pero ambos se negaron a compartir sus pinturas y turrones coloreados con puré de fresas, además de que las fresas terminarían descomponiéndose con el tiempo y olería fatal. Pero el Florero de las rosas insistía e insistía, tanto que la Pastelerita, aburrida de sus ruegos, terminó cumpliendo lo que le pedía, aunque ninguno de los dos, ni Pavo Pintado y Pastelerita, comprendían el por qué dale que dale que Florero de las Rosas pidiera que le cubriesen a estas con turrón. 
En un cuenco gigante, que el Pato con Pantalones había traído por encargo en su carreta, la Pastelerita mezcló crema, azúcar, claras de huevos, fresas y colorante rosa para el nuevo peluquín del Florero de las Rosas. Cuando terminó, con ayuda del Pato con Pantalones, intentaron llevar el cuenco gigante a donde Florero de las Rosas estaba, pero pesaba tanto que pidieron ayuda a las Ganzas, amigas de los conejos de la Pastora, para que ayudasen. Al ver tanto movimiento la Niña de las sonrisas de cerezas y el Oráculo de la Sabia Madre se preguntaron a qué se debía. Inclusive el Búho de piedra que se despertó y salió  de su agujero a ver.
-Es que van a cubrir la cabeza a Florero de las Rosas con turrón –decían todos.
-¿Con turrón, pero qué estupidez es esa? –preguntaban muchos. Incluso el Conejo Gigante y las Cruces acostadas.
Todos se congregaron alrededor de Florero de las Rosas. La Venerable Rostro de Mujer de Barro prestó la gran Mano Azul, la cual trabajaba sosteniéndola, (algo así como su dama de compañía), para ayudar a la Pastelerita a subir a la altura de las rosas de Florero de las Rosas y así poder cubrir su cabeza con el turrón que, desde abajo y con un mecanismo de chorros a presión, Pato con Pantalones había creado en torno al cuenco de turrón. Pasaron unos diez minutos y las rosas de Florero de las Rosas quedaron cubiertas de una dulce capa rosada. Feliz, este se dirigió a Brillante Espejo para ver su reflejo.
Pero resulta que cuando se observó, seguía siendo tan pálido como las plumas de Búho de Piedra. Y sobre todo las rosas, al otro lado del cristal, seguían siendo tulipanes. ¿No sería que Brillante Espejo le estaba jugando una broma? Desilusionado se dio la vuelta y nadie entendió por qué Florero de las Rosas se había puesto tan triste si habían cumplido lo que éste había pedido.
Entonces el Ángel de las alas transparente llegó y dijo:
-¡No te sientas mal, Florero de las Rosas, tus flores son tan coloridas como las plumas de Pavo Pintado, desde arriba puedo verlas! –Eso era evidente, ahora la cabeza de Florero de las rosas parecía una burbuja de chicle desinflada.
Todos los concurrentes ahora entendían menos lo que sucedía con las palabras del Ángel de las alas transparentes. Era una conversación sólo entre él y Florero, porque este sabía qué era lo que tenía tan triste a su gran amigo: que todos pudiesen ver sus colores menos él, pues sus rosas estaban demasiado alto en su cabeza que le era imposible ver hacia esa dirección, y su única  esperanza, Brillante Espejo, no le mostrara en su reflejo más que una imagen de tulipanes pálidos ¡Tenía tan mala suerte!
-¡Es que Brillante espejo no es un espejo, es una pintura! –les aclaró Ángel de las alas transparentes a todos.
Todos se volvieron a Brillante Espejo, y ese, dándose la vuelta, demostró estar avergonzado porque habían descubierto su verdadera identidad. Jamás nadie lo había comprobado ya que Florero de las Rosas era el único demasiado alto como para poder verse en él.
-No olvides una cosa, Ángel de las alas transparentes –dijo una  nueva voz entonces, y fue cuando apareció el Ángel sin dedos, el de las alas doradas-, las rosas de Florero de las Rosas terminarán pudriéndose con esa mescolanza de fresas que Pastelerita ha colocado en sus pétalos. De aquí a unos cuantos días nuestro ambiente se llenará de inmundicia y moriremos intoxicados.
-¡No es para tanto, Ángel sin dedos! –refutó Ángel de alas transparente-, vete lejos y llévate tus horribles palabras, el aire se llenará de mal olor, eso es seguro, pero no vamos a morir intoxic...
Pero las últimas palabras de Ángel de alas transparentes fueron ignoradas, pues el pánico se había apoderado de todos los presentes y los gritos aplacaron su voz. ¡Vamos a morir envenenados! Gritaban por todas partes. Hasta el Oráculo de la Sabia Madre gritaba, aunque ya se sabe que es alguien muy traviesa que bien sabe lo que va a suceder y sólo por alarmar a todos los demás es capaz de gritar aterrada. Lo hacía para divertirse. Los conejos de la Pastora contaron más tarde que la habían visto reír a carcajadas entre todo el barullo.
Por su parte, Florero de las Rosas intentaba arrancarse las flores de la cabeza desesperado, pero le era imposible pues el turrón de la Pastelerita se había endurecido y ahora estaban pegadas a su cabeza.  La Venerable Rostro de Mujer de Barro encomendaba a su gran mano azul ayudar en el proceso, pero era imposible no quedarse pegado a las flores llenas de azúcar, así que evitó el trabajo, pues con gran dificultad la Pastelerita y las Gansas, (que también son primas del Pato con pantalones pero él no lo dice pues le da vergüenza), pudieron despegarse hasta que el Ángel de alas transparentes echó agua encima con una cubeta que tenía una agujero en el fondo, por lo tanto no fue suficiente para salvar a Florero de las Rosas.
Brillante Espejo estaba muy azareado, no había pensado que con su broma provocaría tanta revuelta. Florero de las Rosas corría por toda la tierra y casi aplastaba a muchos de los que allí estaban, especialmente a Búho de Piedra si Conejo Gigante, único en igualar su tamaño, no lo hubiese protegido. Incluso, pasó corriendo cerca de la Gran antorcha y casi la hacía venir abajo.
Florero de las Rosas ya no sabía qué hacer, sumido en una profunda tristeza, se alejó de todos y se fue a un rincón de aquel país de madera, a no más de un paso del Oscuro precipicio en donde la vista se perdía en sus inalcanzables profundidades. (Olvidaba mencionar que este lugar queda muy, muy alto). El caso es que allí se quedó, llorando por lo que había hecho, por su vanidad, por querer tener los colores que no tenía (o quizás si tenía pues Brillante Espejo, que era una pintura de un florero con tulipanes descolorida, lo había engañado todo el tiempo.) Florero de las Rosas se la pasó en ese estado, llorando sin parar, durante una semana. Al término del quinto día el mal olor de las fresas podridas ya comenzaba a percibirse, al sexto sentía que ya apestaba y al séptimo, era insoportable. Pronto todos iban a morir intoxicados.
Y fue precisamente lo que parecía, iba a suceder. Las palabras de Ángel sin dedos se estaban haciendo realidad: Todos comenzaron a padecer terribles males que Ángel de alas transparentes sabía que no eran más que mentiras y sentires de un montón de hipocondriacos. Bastaba sólo con taparse la nariz, pero muchos se fueron desvaneciendo poco a poco: los conejitos de la Pastora ya no brincaban; las Gansas y el Pato con Pantalones se habían refugiado en el cuenco gigante, luego de haberlo limpiado, claro está, y no salieron desde entonces, aunque aún quedaba un lejano olor a clara de huevo; la Pastelerita dejó de hacer los mismos ricos pasteles ahora que su olfato estaba colmado de mal olor y por lo tanto, su refinado gusto para los postres también había resultado afectado.
Ángel sin dedos corría por todos lados y trataba de consolar a todos sus amigos que ya no tenían energías ni para levantarse. Sólo Ángel de alas transparentes movía la cabeza de derecha a izquierda, con la nariz tapada, claro, pero decepcionado de que todos se hubiesen sumido en un letargo tan inútil.
                -Sabes que esto no es verdad, es innecesario que suspendan todas sus actividades por esta pestilencia –le mencionó al Oráculo de la Sabia Madre, que ya no reía como el primer día de la crisis que tanto le había divertido, pues ahora, se habían olvidado de llenar con agua su tazón y Ángel de alas transparentes, por tener un cuerpo etéreo, no estaba apto para el trabajo ya que el líquido se diluía en su ser.
                -Ángel sin dedos tiene la culpa –decía el Oráculo de la sabia madre, muy molesta-, pero… ¡Ah, lo tengo! Tenemos que recurrir al dios de las flores y decirle que haga llover sus perfumes sobre nosotros. No podemos seguir todo el tiempo así, es más, ahora Búho de Piedra parece verdaderamente una roca, no se ha despertado en toda la noche.
                Ángel de alas transparentes pensó que era una buena idea y con gran dificultad logró convencer a todos sus amigos a que se reunieran en la pequeña plaza. Sólo Florero de las Rosas no quiso llegar, continuó en su rincón con esa capa mohosa y hasta engusanada que ahora tenía sobre la cabeza. Y la verdad es que nadie pensaba presentarse si Florero de las rosas estaba allí. Así que no fue un inconveniente su ausencia. Lo mismo sucedió con Brillante Espejo que aún se sentía arrepentido y no tenía aún el valor de dar la cara. Aunque bien, ahora le llamaban Desastrosa Pintura Colgada en la Pared.
                Y así, todos reunidos e informados sobre lo que iba a hacerse, invocar al dios de las flores, se pusieron en sus posiciones y en silencio, escucharon los ruegos fervorosos del Oráculo de la Sabia Madre, que antes había pedido un poco de agua y a falta de esta, Conejo Gigante le ofreció su saliva, escupiéndole en el tazón. Rehidratada, el Oráculo de la Sabia Madre habló:
                -¡Oh, dios de las flores, estamos sumergidos en una densa nube asfixiante y nauseabunda, necesitamos el poder de tus flores, que ellas y su brisa recorran el aire y lo hagan respirable, pues ya no aguantamos mas y la mayoría de nosotros se ha dejado vencer por los olores que nos repelen, aguando nuestras capacidades para obrar en nuestras respectivas labores!
                La torre rosa, la morada del dios de las flores, se erigía al lado de la Gran antorcha muerta. Todos la veneraban. De repente la tierra vibró y se dieron cuenta de que aquel movimiento provenía de sus cimientos, un murmullo sordo que se elevó hasta su cúspide.
                -Dice que oprimamos sus labios –susurró la Venerable Rostro de Mujer de Barro, una de los pocos en comprender el lenguaje del dios-, Mano Azul, mi fiel compañera, déjame en el suelo y presiónalo por nosotros.
                La Mano azul, muda y sin rodeos, dejó la cabeza de su ama entre el espacio del Árbol Portal donde la Niña de los labios de cereza ya no sonreía y la Pastelerita tenía su horno que ya no encendía desde la crisis. Los dedos gigantes recorrieron el espacio entre la torre y ellos como las patas de una araña y se elevaron alrededor del cilindro hasta llegar al pináculo. Una vez arriba presionó los labios del dios de las flores y una densa nube cubrió el aire, nube de jazmines y vainilla, lavanda, canela, sándalo y un sinfín de aromas que se combinaban y como resultado proveyeron una inexplicable vitalidad a los habitantes de esta pequeña porción de madera. La Mano Azul, embriagada por el dulzor del ambiente, se quedó dormida sobre los labios de la torre del dios de las flores para nunca jamás terminar este de lanzar aquella fragancia.
                Y fue tal la producción de embriagante nube que todos cayeron en un estado de inmovilidad y tranquilidad que se volvieron seres similares a las estatuas. La Venerable Rostro de Mujer de Barro se quedó tendida en el suelo con esa sonrisa casi pintada en su faz, la Pastelerita se quedó con una de sus ricas creaciones entre las manos para nunca volver a saborearla. Conejo Gigante se hizo de piedra y Búho de Piedra se volvió más que eso, con la dureza de un diamante, en bruto y sin vida. Los ojos vivaces de la Pastorcita se quedaron observando a la nada, al igual que sus conejos, y Pato con Pantalones logró abrir el pico antes de quedar inmóvil, su lengua era la única que había quedado a la vista pues ya ni la Niña de los Labios de Cereza cantó nunca más, puesto que hasta las Abejas Danzarinas no volvieron a componer música alguna vez. Ambos ángeles dejaron de volar, el de las alas transparentes cayó al suelo como una manzana madura y Ángel sin dedos se plantó en la tierra como una de sus semillas. Sólo Oráculo de la Sabia Madre logró quedar despierto, pues no respiraba, no olía, no le afectaba en lo absoluto.
                Al cabo de unos días el dios de las flores también descansó y lo que quedó de la nube de aromas se disipó con el viento que provenía de aquel pasillo abandonado.
                -¡No! –Gritaba alguien desde los rincones del pequeño país-. ¡La contaminación regresa! ¡Regresa!
                Era Florero de las Rosas, quien regresaba a la pequeña plaza en cuyo centro se alzaba Oráculo de la Sabia Madre, rodeada de todas las estatuas del pueblo.
                -¿Qué pasa? –Preguntó al no mas ver a aquella especie de momia, gris y repleta de grumos peludos y apestosos-, ¿Eres tú Florero de las Rosas?
                -¡Soy yo, Oráculo de la Sabia Madre, pero pronto dejaré de serlo!

                Efectivamente, el mal olor había regresado y ya ni Florero de las Rosas era capaz de soportarlo. Sin poder imaginar qué tenía pensado hacer, el Oráculo de la Sabia Madre observó cómo aquella bola de podredumbre se arrojaba al precipicio y luego de un chasquido, Florero de las Rosas se hacía mil pedazos allá abajo, en lo más profundo del valle, donde los pilares del país de madera habían sido sembrados en el comienzo de los tiempos. Mientras tanto, y para siempre, se quedó sola. Y cuando la saliva de Conejo Gigante se hubo acabado, ella murió de sed.  
                                                  
                                                                                                                                                                                    Marzo, 2009



*Julio Urízar Mazariegos cursa sexto semestre en la Licenciatura de Letras y Filosofía de la Facultad de Humanidades de la URL. Con este primer cuento le damos la bienvenida al club.

20 septiembre 2010

Lluvias e intenciones*

Por Pablo De la Vega**


La lluvia chocaba contra las láminas de acero, las gélidas calles y los tiritantes cuerpos, parloteando soeces palabras en melódica imprecación contra los dos pobres mozos que se cubrían con harapos de las ofensas del chubasco. Lívidos y desgraciados, los dos jóvenes vagabundos yacían bajo el dintel de un comercio, haciendo del lugar su único camastro. Hacía tres días que la lluvia no cedía; dos semanas que los cielos no clareaban, una vida que la desgracia acaecíales y, la tormenta, con cada gota de su mayestática entidad, les recriminaba las acciones del pasado. De pronto, por la esquina de la calle, se vislumbró una tremebunda mujer acercándose a los jóvenes, asiendo dos niños por los brazos, un ingente paraguas con la otra mano y, en los hombros, varias bolsas de supermercado y la cartera primordial. Uno de los mozos volteó la cabeza y, oteando a la mujer con parsimonia, prorrumpió una borrasca de maléficos pensamientos con más afluencia y precipitación que el chubasco que los asediaba. Mudando su rostro a un diabólico matiz, dijo a su compañero:

-¡Vos mirá lo que viene ahí! ¡Hueviémosle las bolsas y la cartera; mínimo carga unos cien pesos! Por andar con patojos va a soltar las cosas y, ¡ya la hicimos! 

El otro joven, acostado, cubriéndose la faz con un pliego de periódico, desarrebozó su rostro para ver la imagen descrita y, pensando a futuro, bosquejó durante un efímero momento las vicisitudes que proseguirían a la concepción del acto vandálico: el desembarazarse de sus secos mantos, que pronto cederían a los dominios acuáticos; el mojar sus vilipendiados andrajos;  el acercarse a la infortunada, bosquejando la intención; los helados niños esbozando en sus rostros los más aterrados gestos por la acción a cometer; el forcejeo malintencionado, sin llegar a los excesos dañosos, empero con consecuencias ponzoñosas para las víctimas; la estrepitosa huida bajo los siniestros goteos, lo que implicaba más denuestos por parte de la exacerbada tormenta, corriendo hacia ningún lugar, esperando encontrar ningún oficial que cuestione sus arrebatamientos; y, por último, pero meollo del cometido, el hecho de los objetos a encontrar, cayendo en la probabilidad de no hallar absolutamente nada valorable, por lo que todo el acto, desde el salir de su acogedora posición hasta abrir las bolsas para descubrir el contenido, habría sido una absurda estupidez. Llegando a esta conclusión, el aludido, en indiferente actitud, acalló al bellaco diciéndole:

-¡ah! ¡Dejalos vos! Hoy no…

Los niños y la madre ya se encontraban a pocos pasos de los desdichados, cuando, a ritmo de la niñez, el paso de los tres fue disminuyéndose poco a poco. En eso, los niños intercambiaron la mirada con los dos hombres acurrucados. La angelical presencia de sendos cuerpos hacía un ingente contraste con el desaliñado porte de los indigentes, como la diferencia entre el cielo diurno y el nocturno. De pronto, con un movimiento espontáneo, los dos niños metieron las manos a sus bolsillos y sacaron de ellos unas monedas que dieron a los cuitados con la más inocente sonrisa en el rostro; alejándose entre la borrasca. Confundidos y avergonzados, los dos pordioseros se miraron. Uno le dijo a otro:

- ¡Y vos que querías hueviarles! Ya viste, todavía nos aprecian en este mundo.

El bellaco no respondió, tomó sus mantos improvisados con cartones y se volteó en la dirección en que habían desaparecido los ángeles, sumergiéndose en un estado de compunción. La lluvia seguía cayendo, empero, ahora, en vez de imprecaciones, se presentaba mudándose en melifluas cataratas, prontas a parar de someter a los peatones.

 Guatemala, septiembre 2010


*¡Con este texto damos inicio a la publicación en nuestra revista literaria!
¿Qué impresiones te deja el cuento? ¿Qué piensas del estilo? ¿crees que es una realidad nacional?  te invitamos a que no pases por laCaverna sin comentar o dejar una crítica (constructiva, claro, con una explicación de por qué dices lo que dices). Todos tus comentarios son bienvenidos.
**Pablo De la Vega es estudiante de segundo semestre en la Licenciatura de Letras y Filosofìa de la facultad de Humanidades de la URL. 

14 septiembre 2010

1er concurso de poesía y cuento "Juan Fernando Cifuentes"


Buenas nuevas (o no tan nuevas) a todos nuestros escritores: el departamento de Letras y Filosofìa y la Coordinación de Lenguaje de la Universidad Rafael Landivar convocan al primer concurso de poesía y cuento, el cual llevará el nombre de Juan Fernando Cifuentes (1936 - 2006) destacado editor, escritor y catedrático de esta institución. Existen varias categorías, poesía o cuento, estudiantes o catedráticos/personal administrativo. Puedes consultar las bases aquí, pero date prisa, tienes hasta el 4 de octubre para entregar los originales.

11 septiembre 2010

¡Bienvenidos a La Caverna!

¡Este es el blog del club de literatura de la Universidad Rafael Landívar!

Para publicar, mándenos sus cuentos, ensayos, poemas, fábulas, narraciones o cualquier tipo de texto literario a:

clubliteraturalandivar@gmail.com