Por Carlos Vásquez
Se aproximaba el año 2000 después de la llegada Marte,
aproximadamente 4500 después de Cristo según la cuenta antigua. Los últimos dos
milenios nuestra civilización se ha dado a la tarea de colonizar el espacio.
Desde que el planeta madre, antiguamente llamado tierra, estuviese al borde del
colapso hace más de mil años, nuestros exploradores se han dado a la tarea de
encontrar planetas que sirvan a la civilización con distintos propósitos. Como
el transporte de nuestros gases de efecto invernadero a Marte para que el
calentamiento global, antiguo enemigo nuestro, prepare las condiciones para
crear otro planeta habitable, lo cual está a un par de cientos de años de
suceder. O bien la explotación minera en las lunas de Júpiter. De relaciones
entre países y regiones pasamos a una era de relaciones interplanetarias. Si en
la antigüedad se decía que cada cabeza es un mundo, ahora aplicado a nuestros
tiempos, cada cabeza es un universo. Los avances tecnológicos avanzan a pasos
agigantados y es que el ineludible apetito de poder del ser humano ha
encontrado en la bastedad del espacio un recurso inagotable que vuelve sus
necesidades infinitas como el espacio mismo, sin embargo en las altas esferas
militares se escucha el rumor que un contacto con otra civilización se ha
concretado al borde de la vía láctea, y que éste ha sido con una raza superior
y lo más preocupante que ven en nuestro intento de expansión una gran amenaza.
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