20 noviembre 2011

Carta

Guatemala, Noviembre 2011

Querida Caverna:

Tu no me conoces ni yo te conozco, pero puedo sentir como que si
fuéramos amigos. Y por eso hoy me atrevo a escribirte esta carta.

Esta carta no es una carta normal, es una carta de agradecimiento
y reconocimiento. Porque gracias a ti, mi querido amigo literario, me he
adentrado más profundamente en el fascinante mundo de las letras, libros,
textos y autores. Gracias a ti mi interés por la lectura y escritura ha crecido.
Fue fascinante conocer en tu compañía sobre tantos autores del mundo como
también los pequeños autores compañeros de este blog, y ser testigos de su
pasión y arte por las letras.

Es increíble ver cómo semana tras semana el tiempo va pasando y hoy
hemos llegado al final. No me queda más que agradecerte una vez más por
cada semana llevarnos a un mundo diferente, y hacernos vivir una aventura
única con las letras. En mi caso personal, no pude compartir todo el semestre,
mas desde que inicie me pareció un proyecto interesantísimo.

A ti Cavernícola te deseo un feliz descanso y que disfrutes de esta
época de amor y paz. A mis compañeros, les deseo éxito en sus últimas
actividades académicas y un feliz merecido descanso.

Gracias por dejarme compartir con todos ustedes durante este tiempo,
por mi parte puedo decir que fue un honor. Espero que en un futuro podamos
volver a cruzar nuestras ideas literarias.

Un gran saludo a todos,

Mafer Del Aguila

Carta

Guatemala, noviembre de 2011

Apreciadísimo cavernícola,

Empiezo esta carta con un merecido y respectivo GRACIAS. Que sí, por permitirnos
ingresar a tu cueva –la cual recuerdo haber retratado en un texto anterior- y dejarnos plasmar
nuestras letras e ideas. Por ser quien nos da ideas, temas y situaciones extrañas, y nos motiva a
continuar redactando. Fue gracias a tu persona, por la que me atreví a dar ese espacio semanal,
apreciarlo y disfrutarlo, para innovar textos. Los cuales, con humildad, espero embellezcan tu
morada.

Este no es un adiós. ¡Cómo va a hacerlo! Tan bella cueva no puede ser abandonada así por
así. No nos vamos de vacaciones, nos vamos a formar. Porque sí, una de mis promesas es hacerme
de libros para conocer otras cavernas. No tan importantes como la tuya, pero sí fuentes de
inspiración e historias. Ya te cuento, que tengo varios libros por leer estas vacaciones. Todo ello
para formarme, seguir navegando en las refrescantes aguas de la literatura, y así, continuar
redactando.

Esto es, entonces, un ¡nos vemos luego! Nos vamos agradecidos por tanta literatura y los
hallazgos. Y nos veremos con más conocimientos, más temas a compartir, y nuevos cuentos para
expresar.

Soy breve con la carta, ya sé que tendrás libros que leer. Nos vemos en enero, armados
con lápiz y papel para continuar aquí.

Atentamente,

José Andrés Ochoa.

P.D.: Soldados de Salamina, de Javier Carces, es mi recomendación para vos.

Carta despedida Caverna

Por Francisco Juárez


Emprende el vuelo esta carta de despedida, de un hasta pronto. Descender por las veredas de la
caverna ha sido como el viaje de Dante a través de los círculos del infierno y del paraíso. Las letras
siempre serán la sombra de Virgilio que me acompañó por cada círculo. Las letras de cada escritor
que se hizo eco en las paredes de la caverna.

Así pues fui descendiendo hasta los puntos mas lejanos, donde la luz casi no penetra, pero
siempre las letras de todos los escritores me iluminaron. Conviví con ellos por semanas, aun sin
ver sus rostros supe que estaban allí y que teníamos algo en común.

Me he encontrado envuelto entre historias y susurros, entre la soledad y la cálida compañía de
voces que llegan desde lejos.

Me harán falta, las letras que prodigan tus muros oh caverna. Por el momento, quedaré en
silencio, para descubrir con más firmeza mi voz y para escuchar el eco de las voces de quienes te
habitan.

Muy pronto tus paredes resonarán nuevamente y emprenderé el viaje, hacia el paraíso.

15 noviembre 2011

Carta

Por Julio Urízar

Nota encontrada en la gruta Cortázar de un tal J.U.M


Quien seas:

Casi puedo sentir que el sol chirría sobre mi piel. Al no más salir por la abertura, después de
meses de andar en la obscuridad, pensé que podría sentirme satisfecho. Después de todo había
sobrevivido.

Me observo las manos cubiertas de esta sustancia azabache, curtida, inyectada en mi sangre
por los ojos y la boca. Ese fluido ha sido, en todo el recorrido, mi único alimento. Estas uñas,
ennegrecidas y alargadas, con las que trato de tomar torpemente un fragmento de grafito para
escribir estas palabras, han escarbado kilómetros de profundidad y en ellas, en mis dedos, yacen
los rezagos de cientos de años de formación. El trabajo ha sido duro, aunque inconstante, confieso
que ocasión hubo de no poder más, rendido, muchas veces me sometí al peso de las montañas
que se erguían sobre mí, estas que desde aquí se expanden en esa cordillera inabarcable que se
pierde en la distancia y que me hace preguntar ¿Cómo han podido tantos recorrer su interior,
de dónde han obtenido las fuerzas? Ha habido galerías por las que he caminado a mis anchas,
descubriendo vetas y manantiales donde se escuchaban cantos remotos que intenté atrapar en la
memoria. Otros pasajes me parecieron retorcidos, en algunos debí arrastrarme sin obtener mayor
fruto que el de mi bitácora desgarrada por filosas aristas o la pérdida de mi casco y la linterna.
Desde entonces he vagado palpando las paredes y jugándome la vida para no caer en grietas
siniestras, de donde provienen los murmullos de aquellos que quisieron llegar a final pero no
pudieron, que se quedaron con la garganta llena de tierra. Gélido el temor que me provocaban,
lloré y recé para que no se me permitiera resbalar. Mi voz no podía quedarse en susurros, debía
traspasar las montañas, llegar al otro lado, donde los hombres encuentran su alma. Largos
periodos de inmovilidad debieron traspasarme para poder dar unos cuantos pasos y así, poco a
poco, reptar en un mundo de inefables contornos pero lleno, en cada cruce, en cada cenote y en
cada nueva sala, de tesoros espantosos y seductores.

La luz apareció como toda luz cuando se ha dejado de ver por mucho tiempo: envuelta en
mentiras, vestida con la seda del delirio. Allí estaba, en lo alto de un pasadizo tremolante de
murciélagos. Sus chillidos me hicieron contar con que estaba salvado y pronto estaría en los
hombros del triunfo. Imaginé, ingenuamente, que había llegado al final, que había cumplido con
mis anhelos, había errado y sufrido pero no importaba, pues pronto conseguiría una suerte de
gloria que comienzo a sospechar, ni siquiera existe. El ascenso no ha sido fácil. Las últimas rocas,
donde la humedad y el cabello del sol forman una capa de limo, se burlaron de mí más de una vez
y con el rostro pegado a sus superficies, escuche las risas y reclamos de espíritus que niegan con
bailecitos y contorciones la posibilidad de ser inmortal.

Hundí los brazos en el exterior y escarbé con avaricia. Arranqué las raíces, casi las mastiqué.

Debí verme como una especie de engendro emergiendo de vapores subterráneos. El aire, seco,
provocó sobre mi espalda a la intemperie escalofríos arácnidos. Quizás la brisa fuese una vocecilla
diciéndome que no había comprendido nada, que qué insolente, que allá abajo, después de todo,
entre la tinta, me encontraba de alguna forma acompañado y aquí afuera no hay más que el
silencio de un mundo incompresible. Pertenecía a la obscuridad.

Quizás tenga razón. Estoy aquí, bajo el cielo enventolado, y me encuentro, con espasmos, tan solo.
Los carroñeros tejen lo alto y allá a los lejos, bañado en dorado, puedo ver el valle y el pueblo,
donde nadie, por más que lo intente, va a creerme. Siquiera a reconocerme. Estoy tan lejos de ser
aquel que osó entrar a la caverna un día. Pero aquel lugar sigue estando cerca. Tan lejanamente
cerca. Después de meses, después de desesperados y confusos días de noche por el vaho de la
piedra, el barro y esta trementina obscura, la tinta del mundo, no he traspasado ni la montaña que
desde mi ventana yo veía soñando un día con seguir las huellas de los antiguos exploradores.

Cada vez que lo pienso acaricio la sospecha de que esta salida fue una trampa. Tal vez habría sido
mejor quedarme allí adentro, donde, después de todo, había algo o alguien que me guiaba en
cada gruta. Aunque al final, he de confesarlo, nunca pude conocer otra piel que no fuera la mía. En
el camino iba encontrando las huellas de otros que como yo vagan allá abajo. Puede que sigan allí,
desgarrándose la planta de los pies. O tal vez hayan muerto ya. Fui descubriendo sus mensajes,
algunos los guardo con aprecio, están tatuados en mi piel. Tal vez los que vayan detrás de mí
descubran los míos. A lo mejor se topen con esta carta que escribo y que arrojaré por la abertura
prometiendo mi retorno el día en que verdaderamente me sepa listo para esto. La dejaré caer y si
la encuentras, explorador, si la leyeras tu misma, caverna, o alguno de tus tantos espíritus, quiero
que sepas que me tendrás de nuevo en tus entrañas, porque aunque temo arrastrarme y llenarme
las venas con tu sangre olorosa a libro viejo, no hallo ni hallaré aquí afuera razones para borrarte
de mi mente y así dedicarme a contar dinero en un banco, o en la oficina ver cómo los días se van
sin haber podido el color de su cielo entrar en mis ojos.

Allá abajo, en la penumbra, soy capaz de ver los firmamentos que quiera.

Volveré al comienzo y me verán, aunque se asusten, entrar en tu boca otra vez. Creerán que
un demonio ha escapado. Quizás tengan razón. ¿Acaso no es ese el tipo de cosas que hacen?
Atormentan, no importa a quién. Y yo nací para atormentarme a mí mismo.

J.U.M

Una estadía transformada

Estimada Caverna:

Las últimas semanas me has demostrado un lado de la literatura que desconocía. He vivido
rodeada de muchos textos literarios, sin embargo nunca había tenido la oportunidad de
compartir mi amor por las letras como lo he llegado a hacer dentro de tus paredes. Me he sentido
maravillada tanto por los textos que tú nos mostraste como por los que han sido escritos por mis
compañeros. Es sorprendente como un par de líneas pueden llegar a tocarte el corazón, mostrarte
mundos e ideas que nunca te imaginabas, y de algún modo, cambiar tu vida.

Me he sentido identificada con lo que he leído y con la opinión de las personas que han publicado.
También he sentido un gran apoyo por todos aquellos comentarios que, independientes de ser
buenos o malos, me han ayudado a convertirme en una mejor escritora y me han motivado a
seguir. Me gustó que cada semana nos propusieras un tema que nos exigía hacer uso de nuestra
creatividad y expandirla para crear algo completamente nuevo. Fue interesante ver como cada
quién abarcaba el tema de distinta manera, con una perspectiva muchas veces similar y otras
diferente a la mía.

Creo que todas las personas que tienen la oportunidad de formar parte de la caverna terminan la
experiencia siendo mejores escritores y mejores personas. Así como me sucedió a mí.

Así que quiero agradecerte por ser ese espacio que los escritores apasionados en búsqueda de
la aventura en el mundo de los libros utilizan para desarrollarse y crecer. Gracias por darnos la
oportunidad de compartir nuestras ideas con todos aquellos que forman parte de la Universidad
Rafael Landívar.

En mis planes esta volver a visitarte.

Atentamente
Claudia Solares

Carta

Por Carlos Vásquez


Cavernero:

Se vienen tiempos de felicidad, es época para leer por ejemplo a Charles Dikkens para estar en ambiente en lo que adornas la Caverna para las fiestas o acompañas la lectura con una taza de ponche o chocolate. 
Ha sido un año lleno de letras, para nosotros eso es muy bueno, gracias por dejarnos ser parte de este lugar en donde la lectura y la escritura son la norma y la imaginación da rienda suelta a las más maravillosas historias. Seguramente te acompañarás en estos tiempos de otros autores, pero los caverneros regresaremos en enero con cuentos, fábulas y demás para descender por las rutas de nuestra caverna literaria!

Felices letras y fiestas!!!

Carta

Guatemala, 14 de noviembre de 2011

Querida Caverna:

En ti he podido depositar mis pensamientos, transmitiéndoselo a los lectores de una forma
creativa y diferente. He podido expresar mis opiniones sobre diferentes temas, y he podido
saber, lo que otros escritores piensan al respecto. También he comentado a cerca de otros
pensamientos, pues son enriquecedores para mi mente.

En las letras he encontrado sentimientos muy variados y en ocasiones hasta opuestos: tristeza,
alegría, miedo, suspenso, empatía, admiración, melancolía y muchos otros. Todos el resultado de
mentes brillantes, que sin miedo, se atreven a publicar en tus muros, sus ideas y sentimientos más
profundos.

Tú me has permitido enriquecerme, con los comentarios de otros autores, con las obras de otros
compañeros y con el ejemplo de escritores de gran renombre. Todo esto me ha ayudado a crecer
y mejorar mi propio estilo al escribir, y además a atreverme a escribir en distintos géneros que no
suelo utilizar.

Gracias por permitirme plasmar en tus paredes mis creaciones y por la experiencia adquirida.

Atentamente,

Astrid Avila

Carta

GUATEMALA; 13 DE NOVIEMBRE DE 2011

Estimado amigo Cavernero:

¡Guau! Es increíble como se ha pasado estos meses de rápido, en los que
todos los caverneros hemos podido experimentar lo que se siente no sólo leer
sino vivir historias, ser los protagonistas de los cuentos, poemas y ser parte de las
historias de los demás. Crecer con la creatividad que todos mis compañeros han
decidido compartir y que en cada una de sus creaciones han dejado algo de ellos
para que los demás despertemos de un largo sueño en el que nos adormecemos
en la vida cotidiana y podamos ver el mundo desde diferentes facetas.

Además, que a través de las letras caverneros con diferentes intereses:
Ciencias, Letras y el Arte, nos hemos unido en el arte de escribir y expresarnos
para que quede cada uno de nuestros pensamientos de una forma bella, directa
y entretenida de forma duradera como lo han hecho grandes escritores como
Augusto Monterroso, Oscar Wilde, Mario Benedetti, entre otros.

Explotando la creatividad y escribiendo como todos ellos, es la mejor forma
para poder valorar el universo de otros y cada una de las obras que todos han
hecho y que los caverneros nos hemos sentido motivados a realizar. Que tengas
un descanso renovador para que el próximo año nos puedas seguir motivando a
descender y crecer con la literatura. Hasta pronto;

Carmen Ovalle
ULTIMO DESCENSO

13 noviembre 2011

Primeras perdidas en la U

Por Carlos Vásquez


Eran los primeros días de mi primer ciclo como landivariano, a principios del 2010 parecía pollo comprado con tanta gente y pocas caras conocidas.
Con el pasar de los días uno va encontrando personas con las que se tiene cierta afinidad, principalmente por los cursos en común.
Pues en esas estaba y mi horario quedaba bastante extraño en cuanto a que me tocaba correr de un edificio a otro porque a pesar que me tocaba en la sección 1 de todas las asignaturas me tocaba en todos los edificios del eje central, he de decir que para mi eran muchos je ahora se me hacen hasta pequeños, jeje (J,L,M) y el anécdota de mi escrito son todas aquellas ocasiones en las que subiendo del J desde los restaurantes tomábamos mal una curva y parábamos en el M cuando el curso era en el L o incluso en el mismo J jajajaja o bien buscar los salones, porque en el J y el L la numeración comienza desde 100 en el primer nivel y va subiendo conforme el nivel, pero el J el primer nivel (donde están los docentes) ya va con la numeración de 200, más de una vez recorrimos de ida y vuelta las gradas del bendito J en búsqueda de la clase y definitivamente llegamos tarde una que otra vez!!

Como me hizo esperar

Por Evelyn Revolorio



Los días que espero en la universidad para poder regresar a mi casa son día muy interesantes, los cuales no se sabe lo que va a poder pasar.  luego de haber corrido por todos lados, desde el L hasta el J a fotocopiar unos documentos, de una clase a otra, tratando de que todo salga bien y no olvidar nada para el siguiente día.

 Cada día, entre doce y una, se mira un movimiento increíble de estudiantes, que vienen y van, de las clases a diferentes parqueos, tratando de salir, haciendo cola y esperando que pase todo ese tráfico. Algunos se quedan comiendo en los diferentes restaurantes, haciendo trabajos en grupo, platicando en la cafetería, jugando pin pon y otro como yo, esperando.
Una vez, que yo tenía que hacer un trabajo en grupo con mis compañeros fuimos a investigar un tema, sin más que la información que nos habían dado para poderlo hacer. Entramos, vimos cuales libros teníamos que tener para realizar la investigación en las computadoras, pedimos un cubículo y empezamos a trabajar, con caras largas, nivel bajo de animo, pero con el deseo que se terminara de una vez el trabajo para no  acumular nada de ello. Saque mis cuadernos, la compu, y todo vieron los libros, páginas de Internet para  completar la información. Después de varias horas de trabajo y cansados de ver tantas letras, necesitábamos descansar un poco. Salimos de la biblioteca y nos dirigimos a comer. Al terminar fuimos a una clase a terminar
Sin darme cuenta de la hora vi que quien me iría a dejar a mi casa hace media hora me dijo que se iría, por que muchas veces me tardo un poco para poderlo buscar. Lo empece a llamar, corrí a buscarlo y nada. Preocupada, cansada y buscándolo como toda una loca, sin que me contestara. Pensaba que se había enojado, que me había dejado y que como podría yo regresar, si mi casa esta a una hora de la universidad. 
En mis apuros fui a buscarlo a la cafetería, que era el único lugar que no habia revisado muy bien y cuando lo vi esta feliz mente sentado comiendo una hamburguesa, lo vi y mi felicidad era pura, y llegue a decirle lo feliz que me sentía de verlo y el alivio que me causo. Él me vio con una cara de extrañado y me pregunto porqué. Al yo explicarle su cara de incógnita aumentaba y finalmente me dijo: "Pero como que ya me había ido, si mira la hora que es, falta media hora para que sean las seis". Se me descompuso la cara y sintiendo me mal vi que tenía una hora adelantada en mi reloj. 
Siempre me pregunto que pasara al día siguiente, un día tan diferente de otro, mientras espero que  terminar el semestre. 

A las puertas de la Biblioteca

Por Francisco Juárez


A las puertas de la biblioteca me detengo, inerme, me siento otro, me detengo a pensar en las tantas vidas que se ciernen sobre el mundo, a veces me siento un hombre caminando por una calle empedrada en la costa sur a estas horas de la noche, o un niño que viaja durmiendo en el regazo de su madre en un bus que se desmantela en cada vuelta de rueda, o tal vez un hombre maduro impartiendo clase en alguna escuela del Quiche. Veo mis manos y confirmo mis sospechas, soy un estudiante universitario, que a las siete de la noche camina hacia un recinto casi vacío, amurallado de volúmenes desconocidos y de voces de hombres y mujeres de otro tiempo. Afuera, tan cerca de los restaurantes estarán los amigos, los compañeros, los sueños y las
ilusiones. Adentro de la biblioteca estarán otras ilusiones, no las propias, las de hombres y mujeres que me hablan desde muy lejos.

Recuerdo claramente haber encontrado un volumen de Asturias dentro del cual, a modo de separador, se encontraba un papel cuadriculado con un número telefónico, supe que era antiguo por sus siete dígitos. Me pregunto aun quien es la voz detrás del número, ahora solo las páginas del libro lo saben.

Camino de nuevo hacia mi clase, en el edificio L, allí los ojos de mi novia y la voz de mis amigos me devuelven a la realidad. Solo el tiempo sabrá si algún día, en las estanterías de la biblioteca, se encontrará un volumen que lleve mi nombre y en su interior se esconda un separador que lleve un número de nueve dígitos.

Un día en la URL

Por Flor Vela


El año pasado me regalaron una bolsa y dentro de ella había una pequeña sombrilla, realmente la sombrilla nunca me había gustado, igual ni siquiera me gustaba usarla por lo cual la dejé guardada la sombrilla en mi cuarto. Allí por julio y agosto me recordé que la tenía, como siempre mi papá no le gustaba que yo me mojara o que se me mojaran mis libros, por lo cual con mucha anticipación me recordaba que la metiera en mi bolsón. Era gracioso porque decían mis amigos que parecía hecha de papel de china.

A mediados de año empezó a cambiar el clima en la universidad así que para prevenir se me ocurrió (de tanto que me recordaba mi papá) meterla en mi bolsón, sinceramente nunca la había usado hasta entonces. Fue hace aproximadamente como tres semanas o un mes que empezó a llover casi todos los días. Eran de esos días en los que llegabas y preferías estar metida en tu casa sin pasar frío.

Desde ese entonces siempre me gustaba sacarla para no mojarme, pero para mi mala suerte, una mañana lluviosa, caminamos con mis amigos y mi sombrilla hacia la cafetería en la parte de atrás, al llegar allí la deje a la par mía extendida por que seguía mojada, coincidentemente ese mismo día me tocaba corto de economía y parcial de razonamiento II, entonces nos sentamos y comenzamos a repasar antes de la hora. Estábamos tan entretenidos que se nos hizo tarde para el corto, salimos corriendo como locos para que nos dejaran entrar, pero no me percaté que había dejado mi sombrilla hasta que había salido del corto; cuando fui a buscarla ya no estaba.

Sinceramente no me gustaba la sombrilla, pero la busque por todos lados y no apareció. Entonces al llegar a mi casa les conté a mis papás lo que me había pasado, comprendieron el asunto y ese mismo fin de semana fuimos a comprar una nueva.

Era la mejor sombrilla que pudiera haber tenido, era como automática ya que al apachar un botón se abría solo, hecha de un material grueso. El día lunes llegue a la universidad temprano porque me tocaba corto de contabilidad así que me senté cerca de la clase donde me tocaba, pero para mi desgracia no había metido mi sombrilla a mi bolsón y la había dejado en la banca. Fue uno de esos momentos terribles en que me sentía la persona más irresponsable de este mundo. En conclusión no la volví a verla desde ese entonces, la busque hasta en seguridad, pero nadie había visto nada. Eso pasa por ser descuidado.

11 noviembre 2011

Un típico día en la URL

Por María Fernanda Del Águila


Como un día común y corriente, bueno no tan común porque iba llegando tarde a clase de Estadística y tenía parcial, poseía un gran miedo y preocupación en mí. Mi corazón no dejaba de latir aceleradamente y como siempre un gran trafico para llegar a la U, al llegar al hoyo nunca encontré parqueo cerca de mi establecimiento, di vueltas y vueltas en el parqueo y observando todo aquel entretenimiento que siempre lo rodea, hasta llegar a la ubicación más lejana, el último lugar de todo el terreno, es decir en el tan conocido monte del hoyo.

Salí corriendo hacia mi salón de clases, en el tercer nivel del L, con la esperanza que pudiera llegar aun a mi parcial, sin embargo me pasó de todo en el camino. Mientras iba corriendo se me cayó mi bolsa de libros estropeando todos mis trabajos y mis libros volaron por los cielos, al reunir todo seguí corriendo ya estaba cerca cuando de pronto que me caigo, ¡Oh no he roto mi sandalia! por lo visto ya no podía seguir corriendo así que después de hacer todo un show en los cielos y tierra y que todos fueran testigos de tal espectáculo, llegue al salón hasta con hojas en mi cabello de la prisa no las sentí al caerme, y cuando veo el Ingeniero no llego.

Creo que estalle de enojo y sollozos por unos cuantos minutos, para todo esto ya era hora de receso, cuando de pronto mi blackberry vibro! Eran mis buenos amigos buscándome para reunirnos como todos los días en la plaza techada, buscamos una mesa para jugar pin pon, creo que eso arreglo bastante mi día, se me fue el estrés. Aquel día como siempre me reuní con mis mejores amigos, les conté mi odisea de la mañana y cuan mal me había sentido, ellos se burlaron, rieron y carcajearon pero a la vez me dieron apoyo.

Entendí que no siempre un mal día en la U, por mal que empiece o transcurra es malo, pues hay algo que siempre aprendes de él. En este particular día aprendí que muchas penas podre tener pero siempre habrá algún hombro con el cual pueda contar, en este caso los amigos, MIS amigos.

Luego de todo este espectáculo cursi sinceramente volvimos a lo rutinario, sentarnos en el piso de la plaza techada a escuchar música con la blackberry, oír como el chori gritaba a todo lados y tantas personas para llamar la atención, reírnos a carcajadas, alquilar la mesa de pin pon, hacer porras y como siempre reímos de las victorias y perdidas de los hombres.

Así es un típico día en la URL, puede ser trágico pero a la vez siempre mejor de una u otra forma.

09 noviembre 2011

Un día en la vida de una ingeniera

Por Claudia Solares


Mis nervios eran incontenibles. La ansiedad aumentaba con cada segundo que pasaba. Por alguna razón, la espera se sentía eterna. Para cualquiera era tan solo un corto sin valor alguno. Pero para mí, una estudiante de ingeniería química, lo era todo. No me importaba ser la mejor obteniendo el mayor puntaje, lo único que quería era escuchar mi nombre. Y es que el nombre propio nunca se escucha tan bien como en el momento en el que el catedrático encargado de laboratorio lo pronuncia.

Hay ciertas cosas que pueden estresar el día de un estudiante de la Universidad Rafael Landívar, cómo el no encontrar parqueo cerca, ver que todas las mesas de la cafetería están ocupadas, tener que hacer una cola enorme en la Xerox para imprimir o fotocopiar algo, etc. Pero para mí, lo peor que puede sucederme es perder un corto de laboratorio.

Después de pasar largas horas investigando, escribiendo…llorando. Lo último es broma, pero si hay veces que el deseo de hacerlo es demasiado. Después de todo eso, el ver como algunos fueron llamados y entraron con mucha emoción hizo que entrara en frustración por un breve instante. Digo breve porque sonreí al darme cuenta de algo increíble…no tenía que hacer post laboratorio.

El alivio era grande, más la preocupación seguía invadiendo la paz de mi día. Era la primera vez que me sucedía, pero estaba decidida a que sería la última. Y así fue…No fue nada fácil, porque me he dado cuenta que en esta carrera nada lo es, pero tampoco fue imposible. Y fue en ese día en el que decidí que jamás me daría por vencida.
DECIMO DESCENSO

07 noviembre 2011

Media Luna

Por Evelyn Revolorio

Las últimas noches del mes de octubre los niños de la familia Franklin estaban a punto de irse con su abuelo a la casa del campo. Emocionados, llenos de expectativas por el largo invierno que pasaría, jugando en la nive siendo por fin niños. El largo verano en la casa de su abuelo se mantenían, pero por su mal genio, contra su voluntad  los enceraba día y noche, no los dejaba jugar con nada que estuviera en la casa, siempre diciendo- !Son cosas muy valiosas!,  niños mocosos!

Al ver los árboles, que sin cesar tiritaban, con una gran cantidad de hilo en su cimiento, se imaginaban al gran muñeco de nieve que formarían y la enorme zanahoria que adornaría su rostro. Tres, cuatro o cinco pasas de boca, un gran sombrero que no importando que pasara, le habían robado al viejo abuelo gruñón, para darle el toque de clase que este necesitaba. Más solo era parte de su imaginación, aun estaban en el tren, con tres ponchitos cada uno para darse calor. 

Siendo las cinco de la tarde llegaron a la gran casona, pero no era nada de lo que ellos planeaban, nada de arboles, y una gran máquina quita nive llevándose su diversión y su algarabía. En su rostro se reflejaba la tétrica casa color gris  obscuro.

La primera noche cenaron con la abuela, una viejita que siempre encontraba algo que hacer con su tiempo, siempre yendo y viniendo, como una rutina sin fin. Todos los niños escuchaban atentos la lista de reglas que esta ponía, y con la venida de del día de los muertos, como la tradición dictaba adornaría la casa para aquellos que la irían a visitar. Siendo sincera la abuela con su  gran forma de relatar las historias de su casa, contaba como cada noche de los difuntos, una señora poco agradable a la vista entraba a la casa sin girar perillas, sin subir gradas y sin pedir permiso. Cuando en el firmamento se observaba solo media luna, un viento helado recorría los pasillos hacia la cocina, se oían las ollas y el tilín de los vasos, y los largos lamentos que esta producía.

Los tres niños ansiosos esperaban la noche, miraban al cielo la gran cara de la luna, y cuando comenzó a sonar el gran estruendo de la cocina, pensaron: ¡La señora tenebrosa!, bajaron en gran estruendo, desde el cuarto nivel de la casona, diciendo- ¡Espera que te queremos ver, tenebrosa y flotante señora!

Al llegar todos quedaron boquiabiertos al ver unos pies blancos, blancos, y un camisón tan largo que parecía ser un vestido de novia con gran cola. Se acercaron más y vieron  bien su cara, que era más verde que las hojas de un árbol y un pelo más blanco que la nieve.

Al tenerla bien clara la imagen de la tenebrosa, en tan obscura y nublada noche, se percataron que era su abuela, que sin percatar en su consiente, su inconsciente la transportaba sonámbula a este lugar, en búsqueda del alma que se suponía estaría cerca del altar de su difunta hija puesto en su hogar.  

06 noviembre 2011

SS

Por José Andrés Ochoa 



Es de noche. Lo sé por el inquietante silencio y la oscuridad que sofoca. Mis ojos tardan en percibir ese destello de luz que entra por la ventana. Siento que me han cegado por horas. Estoy en una cloaca o algo parecido. Lo intuyo por el aberrante olor de desechos humanos. ¿Estoy solo? Eso no lo sé. Sentí que algo se movió entre mis piernas amarradas, pero seguro fue un ratón.

¿Cómo llegué aquí? ¿Qué hago aquí? Lo último que recuerdo es la fecha. Así lo leía en el periódico que recogí en la mañana. Los caracteres anunciaban el 7 de junio de 1944. –Las fuerzas marinas y áreas de EEUU –explicaba la introducción– han realizado con éxito la operación del Día D. Las tropas, que se desplegaron a través de aire y agua, vencieron a la división alemana localizada en las playas de Normandía, Francia.”

Sé que fue un buen día. La reunión con los compañeros fue como lo esperado. Cervezas, libros y política. Lo que se hace un sábado, como lo fue ese 7 de junio. En Viena, no queda de otra. Aislados por los alemanes, nos vemos obligados a opinar entre los amigos. Disfrazamos las tertulias en la bebida alemana, que resulta ser de las pocas cosas que hacen bien. 

Ya, ya. Pero eso no importa ahora. ¿Qué carajos hago aquí? Amarrado de pies y manos, con la espalda adolorida y un ojo ensangrentado. No es mi forma usual de terminar mi sábado. Tal vez los días entre semana sí, trabajando metales, donde más de alguna chispa ha creado cicatrices en mí.

Alcanzo a escuchar una melodía. Es Bach, lo es. Reconozco esos violines a ese compás. ¿Un calabozo con un capataz docto? Es más, sé que es la Braniborsky koncert, c.1 F dur BWV 1046 Allegro. No es posible obviar esa bella música. Sonidos que de momento me relajan, y me hacen olvidar mi incomodidad. Me hacen olvidar lo mal que me siento, para recordar que salí del bar, cuando un carro, militar, apareciose enfrente mío. Antes de decir palabra alguna, un fuerte golpe me hizo perder la noción. Recuerdo ver en la puertezuela un logotipo… ¡Nazi! 

Se incrementó el volumen de la melodía. Tomo consciencia de dónde estoy. Los violines pasaron de ser acogedores a ensordecedores. Sobre todo cuando en forma de acompañamiento, un metal comienza a ser un nuevo instrumento. Esto no tan bonito, como una sierra que es afilada en una roca. Se prende un soplete, otro instrumento, que derrite la belleza de Bach. 

Un colectivo de acontecimientos inquietantes. La oscuridad parece que aprieta más las cuerdas que me atan. El silencio se hizo a un lado para dar paso a una orquesta corrosiva. Trato de ponerme de pie. Me percato de la debilidad de mis piernas. Intento desatarme la soga. Percibo mis manos ensangrentadas. Intento gritar pero mi voz no es suficiente. Esta vez Bach, junto con el maquiavélico herrero/capintero, han sesgado mis esperanzas de saber qué hago aquí. 

Se abre una puerta frente a mí. Con dificultad distingo las tonalidades. Un hombre, con bata y protector facial. “Tráiganlo”, ordena a dos soldados que ingresan sin retraso. Me toman con fuerza y me arrastran hacia una camilla. Fría como los inviernos en el norte, que de momento parece que nunca los veré más. Rompen mis sogas, y cuando intento moverme, me cambian las ataduras por unas de cuero que me adhieren a la mesa. Es de azulejo. Bach pasó de ser mi compositor favorito al preludio de mi muerte. No aguanto más. Un corte en mi cuello da fin a mi sufrimiento…

8 de junio de 1944 – Bitácora

Experimento 0208

Hora: 13:02

Informe: El espécimen respondió bien. Sus características físicas son las adecuadas para la producción de la raza superior. Iniciamos los procesos de ocultismo deseados. La fortaleza prevalece, y el cerebro parece adherirse a la perfección. Pronto se sabrá si el individuo podrá alcanzar los requisitos para el siguiente paso: encantos.

Herr Martin Kroβton.

Otro día aquí. De esos helados, como al recostarte sobre un azulejo. 6 de la mañana y las señoras ya despiertas. Aquí en la Antigua, las campanas de la Merced y los preparativos para el fiambre son los principales despertadores de la ciudad. Fiesta de Maximón se avecina, y los nativos se hacen de licor y cigarrillos. Que me regalen unos. Voy a por la prensa con Don Martín. Ya está ahí,  con su sombrero y chumpa bien puestas. –“Buen día. El de hoy por fa.” –“Buen día, el de hoy para usted”.

31 de octubre de 1944, y el matutino cumple. Con la cercanía del asueto, se llenan de notas extrañas. Una que dice así:

Los Nazis utilizan ocultismo – En Austria se reportaron extrañas desapariciones, que según los locales, son atribuidas a la división SS Paranormal del ejército alemán. Un empleado de una fábrica de metales, Sebastian Schmelzer, fue capturado, según testigos, por una división nazi…

Extraño. Aquí mañana se le celebra a Maximón, y doña Dolores reporta que secuestraron a un patojo.

Fiambre en la noche de Halloween

Por Carmen Ovalle


Era una noche de Halloween, ella no sabía que su vida cambiaría. Con su disfraz creativo, la cara pintada y lista para recibir dulces sale con sus amigos a divertirse esa noche. Tocan a todas las puertas y reciben dulces de todos los colores: rojos, amarillos, verdes.

-Noc, noc- y en cada puerta que abren la felicidad de llenar sus bolsas de dulces los hace seguir caminando y ya cansados deciden regresar a sus casas a comer pie de calabaza…pero ella quiso seguir caminando hacia la última casa en donde nadie visitaba y de donde nunca vieron salir a ninguna persona.

Ella camina y camina deja a sus amigos atrás, comienza a sentir el frío de la noche pero decide continuar su camino. Al llegar a aquella casa logra ver desde el portón un enorme jardín con árboles enormes, de donde se ven sombras. Ella se asusta, y siente que alguien la observa por detrás. Voltea y voltea pero no hay
nadie. Con la curiosidad de saber quien vivía ahí, sube por las rejas cae al jardín y toca la puerta de la casa. Nadie le abre e insiste, pero nada.

Se da cuenta que en el cuarto de arriba hay una luz encendida sube por un árbol y logra ver a través de las cortinas una mesa servida, con velas encendidas y al fondo de la mesa larga una mujer con la cara cubierta comiendo fiambre. 

Ella estaba extrañada que un día de Halloween alguien se adelantara a comer fiambre, cuando la tradición siempre había sido comerlo el primero de cada noviembre. De pronto la mujer levanta la vista, se escucha un grito y al abrir los ojos estaba sentada al lado de la mujer en la mesa.

Asustada se levanta comienza a correr pero no había ninguna puerta, no tenía ninguna salida y escucha la risa de la mujer y de pronto siente su mano en la espalda, la hace regresar a sentarse y a comer al lado de ella. Temerosa sin saber lo que estaba pasando ni quien era esa mujer, en un abrir y cerrar de ojos llegan más invitados. Todos con la cara cubierta con máscaras blancas.

-¿Pero cómo entraron?- se preguntaba, por más que buscaba puertas no habían y la mujer aún riendo junto con los invitados le dice que todos ellos son las ánimas de quienes han muerto y que una noche de Halloween al comer fiambre llegan a visitarla. Aún más asustada y sintiendo una gran presión en el pecho que no la dejaba llorar despierta y todo había sido un sueño. Ella había regresado a su casa y había comido pie de calabaza como todos sus amigos, según le contaron y se fue a dormir luego de ello.

El siguiente año decide no ir a pedir dulces, pues tenía temor de aquel sueño. Se queda en casa pero de pronto en el silencio de la noche escucha:

-NOC, NOC-alguien había tocado la puerta de su casa- ella baja corriendo las escaleras y abre la puerta cautelosamente…pero no hay nadie. Sube rápidamente a su cuarto y la visita ya había entrado con la cara cubierta y sin pasar por la puerta.

El Castigo

Por María Fernanda del Águila

Era un día de Halloween, y mi abuela preparaba el fiambre para el día de los muertos, no era nuestra tradición el celebrar Halloween y mucho menos comer junto a la tumba de alguien, como era de costumbre las mujeres trabajaban en el fiambre junto con la abuela y los hombres trataban de preparar el comedor para que la familia tuviera un lugar al día siguiente, esta fecha iba a ser distinta lo supe desde que inicio el año, jamás pensé vivir lo que viví ese 31 de octubre, mientras todas se movían de un lado a otro, picaban, sazonaban y otras cosas, yo intentaba disimular mi poca gana de colaborar intentando abrir un paquete de salchichas con el cuchillo nuevo, un método poco convencional para hacerlo, y por el cual todo inicio, con entusiasmo decidí ensartar el cuchillo en el plástico, lo que me llevo a un movimiento extraño permitiéndome ver el reflejo de mi rostro en el, voltee a ver a mi madre con el vinagre y al regresar la mirada algo extraño se reflejo en el cuchillo y esta vez no era mi rostro una sombra extraña con una mirada profunda no sé donde puede una sombra tener mirada pero estaba segura de haber visto algo así, al mover el cuchillo un poco hacia arriba para poder observar mejor este se resbalo cortando mi dedo, algo que para mi abuela era común cortarte un dedo significa para ella que la comida va a estar bien, aunque claro para mi represento el sangrado excesivo e incluso desmayarme en medio del baño, en mi inconsciente escuche la voz de mi madre alterada gritando por todos lados, y luego escuche una voz que jamás había escuchado, no sé quien me hablo, en el momento pensé que era algún espíritu de esos que rondan y salen a pasear la noche de Halloween, pero este era distinto, al despertar de mi desmayo, note que algo no estaba bien mi abuelo quien nunca sonreía esta vez estaba excesivamente sonriente y de manera malévola, había algo extraño en su mirada la cual no quice seguir observando , mi dia continuo aunque claro con una herida de ese tipo en mi dedo me salve de participar en la divertida creación del fiambre, decidí descansar y relajarme viendo películas de miedo, algo que definitivamente me arrepentí después de veinte minutos observándolas, escuche un ruido extraño en el baño, parecía que alguien tomaba una ducha, mis dudas surgieron, y como toda persona curiosa decidí echar un vistazo, toque la puerta, nadie contesto, pregunte quien estaba allí, y nadie respondió, fue
cuando me arme de valor y abrí de golpe la puerta del baño, no había nadie, aunque efectivamente el grifo del lavabo estaba abierto a toda presión a punto de revalsar , fue algo extraño aunque la ciencia quizá pueda explicarlo, aunque después de ver 3 películas de miedo seguidas mi mente quiso dejarme pensando en espíritus, ya había estado con una vidente y sabia exactamente que un espíritu maligno podía manifestarse de esa forma así que decidí cambiar el tema de mis películas, de pronto la típica tradición de nuevo me causo un susto, el timbre sonó y al abrir la puerta vaya sorpresa no había nadie, al bajar la mirada pude respirar al ver a tres pequeñitos diciendo /dulces o dinero!, y vaya que alivio el que sentí, decidí relajarme en la sala ya que sentí que mi habitación estaba invadida, de pronto escuche pasos pero no los pasos convencionales o típicos de una persona normal, eran pasos fuertes, un sonido increíble, al investigar un poco mas descubrí que era mi abuelo en el segundo nivel quien caminaba de un lado hacia el otro con una extraña mirada, cada vez era un poco más intensa y su sonrisa era cada vez más extraña para su forma de ser, al bajar las escaleras pude ver una extraña luz en mi jardín y esta vez estaba cien por ciento segura que no había nadie en ese lugar, y definitivamente no había nadie, empecé a sentirme como Sherlock Holmes buscando pistas y descubriendo hechos, pero en realidad tenía miedo, después de pensar en esto un extraño aroma llego a mi nariz era como si alguien estuviera quemando rosas, al voltear un humo extraño salía de la maseta en la cual estaba la planta que mi bisabuela había sembrado y después de 20 anos aun seguía viva, me acerque a ver y lo que encontré
definitivamente me espanto, era una especie de trapo, un pedazo de camisa o algo así que envolvía cierto tipo de huesecillos ajustados con un pequeño hilo de color rojo, jamás había visto algo así y desde que lo toque me sentí rara algo estaba cerca de mí, escuche que mi abuelo se altero, corrió hacia mi gritando que lo dejara, que dejara de observar y tocar esa cosa que encontré, no fue hasta después de media noche que descubrí que mi abuelo intentaba realizar un llamado espiritual, y recordar a mi bisabuela quien pertenecía al grupo de brujas del pueblo, y ese año, ese primero de noviembre estaba preparado para que ella volviera, pero en vez de volver ella regreso algo distinto algo en lo que me es difícil creer hasta hoy.
Después de ese año mi casa y mi abuela cambiaron, jamás se ha dejado de escuchar el llanto aquel de un alma libre encerrada en el ropero, el alma no de un humano sino de un monstruo irreconocible, que vive e intenta pedir ser libre.

El miedo en el armario

Por Alejandra Fuentes 

Era un día de Halloween, y mi abuela preparaba el fiambre para el día de los muertos, no era nuestra tradición el celebrar Halloween y mucho menos comer junto a la tumba de alguien, como era de costumbre las mujeres trabajaban en el fiambre junto con la abuela y los hombres trataban de preparar el comedor para que la familia tuviera un lugar al día siguiente, esta fecha iba a ser distinta lo supe desde que inicio el año, jamás pensé vivir lo que viví ese 31 de octubre, mientras todas se movían de un lado a otro, picaban, sazonaban y otras cosas, yo intentaba disimular mi poca gana de colaborar intentando abrir un paquete de salchichas con el cuchillo nuevo, un método poco convencional para hacerlo, y por el cual todo inicio, con entusiasmo decidí ensartar el cuchillo en el plástico, lo que me llevo a un movimiento extraño permitiéndome ver el reflejo de mi rostro en el, voltee a ver a mi madre con el vinagre y al regresar la mirada algo extraño se reflejo en el cuchillo y esta vez no era mi rostro una sombra extraña con una mirada profunda no sé donde puede una sombra tener mirada pero estaba segura de haber visto algo así, al mover el cuchillo un poco hacia arriba para poder observar mejor este se resbalo cortando mi dedo, algo que para mi abuela era común cortarte un dedo significa para ella que la comida va a estar bien, aunque claro para mi represento el sangrado excesivo e incluso desmayarme en medio del baño, en mi inconsciente escuche la voz de mi madre alterada gritando por todos lados, y luego escuche una voz que jamás había escuchado, no sé quien me hablo, en el momento pensé que era algún espíritu de esos que rondan y salen a pasear la noche de Halloween, pero este era distinto, al despertar de mi desmayo, note que algo no estaba bien mi abuelo quien nunca sonreía esta vez estaba excesivamente sonriente y de manera malévola, había algo extraño en su mirada la cual no quice seguir observando , mi dia continuo aunque claro con una herida de ese tipo en mi dedo me salve de participar en la divertida creación del fiambre, decidí descansar y relajarme viendo películas de miedo, algo que definitivamente me arrepentí después de veinte minutos observándolas, escuche un ruido extraño en el baño, parecía que alguien tomaba una ducha, mis dudas surgieron, y como toda persona curiosa decidí echar un vistazo, toque la puerta, nadie contesto, pregunte quien estaba allí, y nadie respondió, fue cuando me arme de valor y abrí de golpe la puerta del baño, no había nadie, aunque efectivamente el grifo del lavabo estaba abierto a toda presión a punto de revalsar , fue algo extraño aunque la ciencia quizá pueda explicarlo, aunque después de ver 3 películas de miedo seguidas mi mente quiso dejarme pensando en espíritus, ya había estado con una vidente y sabia exactamente que un espíritu maligno podía manifestarse de esa forma así que decidí cambiar el tema de mis películas, de pronto la típica tradición de nuevo me causo un susto, el timbre sonó y al abrir la puerta vaya sorpresa no había nadie, al bajar la mirada pude respirar al ver a tres pequeñitos diciendo /dulces o dinero!, y vaya que alivio el que sentí, decidí relajarme en la sala ya que sentí que mi habitación estaba invadida, de pronto escuche pasos pero no los pasos convencionales o típicos de una persona normal, eran pasos fuertes, un sonido increíble, al investigar un poco mas descubrí que era mi abuelo en el segundo nivel quien caminaba de un lado hacia el otro con una extraña mirada, cada vez era un poco más intensa y su sonrisa era cada vez más extraña para su forma de ser, al bajar las escaleras pude ver una extraña luz en mi jardín y esta vez estaba cien por ciento segura que no había nadie en ese lugar, y definitivamente no había nadie, empecé a sentirme como Sherlock Holmes buscando pistas y descubriendo hechos, pero en realidad tenía miedo, después de pensar en esto un extraño aroma llego a mi nariz era como si alguien estuviera quemando rosas, al voltear un humo extraño salía de la maseta en la cual estaba la planta que mi bisabuela había sembrado y después de 20 anos aun seguía viva, me acerque a ver y lo que encontré definitivamente me espanto, era una especie de trapo, un pedazo de camisa o algo así que envolvía cierto tipo de huesecillos ajustados con un pequeño hilo de color rojo, jamás había visto algo así y desde que lo toque me sentí rara algo estaba cerca de mí, escuche que mi abuelo se altero, corrió hacia mi gritando que lo dejara, que dejara de observar y tocar esa cosa que encontré, no fue hasta después de media noche que descubrí que mi abuelo intentaba realizar un llamado espiritual, y recordar a mi bisabuela quien pertenecía al grupo de brujas del pueblo, y ese año, ese primero de noviembre estaba preparado para que ella volviera, pero en vez de volver ella regreso algo distinto algo en lo que me es difícil creer hasta hoy.

Después de ese año mi casa y mi abuela cambiaron, jamás se ha dejado de escuchar el llanto aquel de un alma libre encerrada en el ropero, el alma no de un humano sino de un monstruo irreconocible, que vive e intenta pedir ser libre.

El Asilo

Por Julio Urízar

Luego de salir corriendo, se perdió en la llanura donde los zopilotes cortaban el cielo y la villa, en el horizonte, se cubría de humo y se alejaba cada vez más. Por mucho que corriera, no llegaría nunca. En su mente resonaban aquellas palabras. Los imposibles se habían adueñado de la posibilidad. El polvo llenaba sus dientes. La locura, su desesperación.

El día que José Isabel, recién graduado de enfermería, entró al asilo, pletórico de emoción, se dio cuenta que había encaminado su futuro en la senda correcta. Este era un muchacho bondadoso que amaba la ternura de los ancianos y, con las vueltas que da la vida, decidió de pronto, un día, al ver el cadáver de un viejo indigente a mitad de la plaza, muerto por el hielo de la madrugada, que dedicaría su trabajo a cuidar a los pobres y olvidados hombres y mujeres de la tercera edad.
-¡Hijo! ¡Oigan todos, oigan! ¡Vean, este que está aquí es mi hijo! Vean qué grande y guapo que está.
José Isabel se dejó apretar las manos, que extendió a la ancianita frágil y pequeña que había sacado fuerzas de quién sabe dónde para levantarse de su silla y abrazarlo. Le parecían aquellos dedos garrudos la piel de un crucificado ahumado por las velas de cuatro siglos.
-Su nombre es Silvita de Araujo –le explicó Flora, la enfermera principal, su próxima jefa, enorme y rubia, rosada, alemanona-, para ella todos son Jorgito.
-¿Quién es Jorgito? –José Isabel se separó con delicadeza de la anciana, quien fue reconducida a su lugar por la joven que esa mañana le daba su papilla. Mientras era conducido a la siguiente habitación, Flora le explicó: -Es su hijo, pero nadie sabe nada de él.
-¿Murió?
-¡Qué! Anda en el extranjero, dándose la gran vida. Y dejó a su mamá aquí, olvidada. Nunca manda ni un centavo. Pasa con muchos de nuestros viejitos. Los vienen a dejar. Menos mal que la villa está bendecida por la generosidad de buenos samaritanos. De otro modo yo no sabría cómo podríamos mantener este lugar. ¿Ha visto a esa jovencita, la chinita? Es Maricrú, siempre está aquí para ayudarnos. Pura caridad. No todos los asilos pueden mantenerse tan bien como este por la caridad.
José Isabel iba a la iglesia. Era muy devoto. Y pensó que cuando fuese el domingo dedicaría sus oraciones a aquel pueblo tan singular, donde el hospicio de ancianos era uno de las instituciones mejor mantenidas. Las paredes, impecables; de la cocina surgían a toda hora fiambres deliciosos, listos para llevar las habitaciones de sus residentes, las cuales, por lo que llevaba viendo, eran espaciosas y limpias, tanto así que el suelo, sin alfombras, parecía un espejo que ninguna alimaña se atrevería a pisar con sus repugnantes patitas.

Nada comparado con los hospicios y hospitales de su tierra. -Eso veo –dijo, respondiendo a su vez al saludo de dos hermosas y próximas colegas que con sus uniformes blancos pasaron a su lado, cada una con una carretilla llena de sábanas y toallas igual de níveas, listas para servir a esa hermosa etapa de la vida-, todo
está muy bien aquí. -Al parecer, joven, no se lo crea. Hay algunas cosas que a veces se nos salen de control.
De pronto escucharon un grito proveniente del final del pacillo.
-Por ejemplo… –susurró doña Flora, doña porque que había notado que a la mujer le desagradaba su exceso de confianza. 
José Isabel se pegó a la pared como una estampa antes de que un tropel singular lo atropellara: al frente un anciano con pantalones militares y una rala camisa blanca corría con los brazos en actitud de sostener un arma de alto calibre. Gritaba frases como “vamos brigada”, “si, mi capitán, eso es lo que quiero oír” y “esos hijos de puta van a tragarse su propia caca”. Y detrás la infantería de fornidos enfermeros dispuesto a controlar al disidente con la fuerza necesaria y también, como pudo comprobar José Isabel, con la
ternura requerida para manipular su fragilidad.
-¡Misión cumplida, mi capitán, el enemigo ha sido vencido! –gritó con el mismo tono militar uno de ellos, plantándose ante el viejo con paso firme mientras los otros enfermeros lo sostenían y lo llevaban de regreso a su habitación. La columna del anciano volvía a curvarse y perdida la energía con que había atravesado el corredor, José Isabel lo vio perderse escoltado por su tropa con una silla de ruedas hasta el fondo del pacillo.
Tenía tanto que aprender. Siguiendo a Flora, fue descubriendo que aquella casa debió haber sido una mansión de grandes proporciones. Siendo ideales la incontables habitaciones que poseía para el proyecto del asilo. Todas ellas se reunían alrededor de media docena de patios con fuentes y jardincillos que en las mañanas soleadas solazaban a los ancianos más fáciles de convencer. La mayoría, le había dicho doña Flora, prefería quedarse siempre en sus recámaras, porque si algún familiar llegaba a visitarlos podría
encontrarlos fácilmente.
-Él era don Efraín Monteavellano. Suele hacer ese tipo de cosas. José Isabel no pudo creerlo.
-¿El que arrasó con los subversivos?
El joven no tenía muchos conocimientos de historia. Pero su familia era conservadora así que todo aquel que no tuviese inclinaciones militares o preferencia por esta, era un subversivo. Aunque la guerra hubiese acabado hacía décadas, muchos seguían considerándose rebeldes o bien, no rebeldes, en ambos casos bajo el nombre de defensores de la patria. La verdad era algo que siempre le había confundido. Notó que a doña Flora no
le agradaba mucho aquel tipo de comentarios.
-Él mismo –dijo con sequedad-, no nos gusta que pase lo que acaba de presenciar.
Es peligroso que corra por todo el hospicio como un caballo, por eso a él lo cuidan tantos muchachos. Potro salvaje requiere manos fuertes. Pero ya ve que hasta a ellos se les escapa. Hace algunos meses lastimó a doña Paquita.
Doña Paquita era precisamente la ancianita con la que se encontraron a continuación. Disfrutaba del sol y el sonido del agua mientras un enfermero, también joven y simpático, le ayuda a dar un paseo en uno de los jardines. La viejita introducía su aguado brazo en el del muchacho, que iba indicándole cómo era el camino o el color de las flores o lo hermoso que estaba el cielo azul, pues ya no veía bien.
-Ella fue traída aquí hace casi un año. Nadie ha venido a verla desde entonces.
-La han olvidado también –supuso José Isabel con amargura.
-No. Es extranjera. Cuando se casó su esposo la trajo desde muy joven a este país. Nunca tuvieron hijos y perdió totalmente el contacto con su familia. Cuando su marido falleció hace tres años, se quedó sola. La encontramos en un estado de inanición indescriptible. Fue gracias a la llamada de un vecino. Como ve, la villa está plagada de almas nobles. Verá que es un gusto trabajar aquí.
Otro tropel de enfermeros pasó a su lado. Todos ellos muy sonrientes y educados. Flora le presentó a cado uno de ellos al que sería el nuevo integrante del equipo. Todas las colegas, en su mayoría, le parecían simpatiquísimas. José Isabel pensó que sí, que sería un gusto trabajar en ese lugar tan encantador.
Flora continuó enseñándole las instalaciones.
Muchos de los ancianos requerían que sus alimentos fuesen llevados a sus respectivas habitaciones. Más los que tenían la posibilidad de salir de ellas bien podían acudir al gran comedor si gustaban. Era este un salón largo con múltiples mesas y sillas a las que, como el mejor de los restaurantes, se dirigían amables meseros que controlaban perfectamente la dieta de cada uno de los comensales. Por no ser hora de almuerzo, José
Isabel no pudo ser testigo del maravilloso espectáculo que se llevaba a cabo en ese lugar.
Sin embargo, pudo comprobar que debajo de las lámparas y los cortinajes que ondulaban por encima gracias al fresco que penetraba por las cristaleras, algunos ancianos se divertían con juegos de mesa, manualidades y la música ligera de su tiempo que una radio escupía con brillos de oro viejo en el rincón. En ese mismo sitio había un pequeño escenario, donde Flora le explicó, cuando la fiesta está muy alegre, las viejitas más atrevidas se lanzan al karaoke. En la pared del fondo un mural representaba el paisaje de un lago y sus montañas azules.
-Lo pintó un artista que pasó sus últimos días aquí mismo. Tenía un talento asombroso. Murió muy contento, con todos sus amigos alrededor, quienes después le hicieron un homenaje en no sé qué universidad. En su cuarto aún siguen colgados algunos de sus cuadros. Podrá ver otros a lo largo de toda la casa. ¡Viera que cómo lo queríamos!
Todavía estaba cuerudo cuando pintó este mural. También era poeta. No nos avisó que se iba a morir
José Isabel preguntó por la extraña afirmación. Flora le indicó que continuaran por la derecha, y dijo:
-Aquí todos avisan, peor si son poetas. Avisan, créame, Chabelito. Algunos lo anuncian: “Mañana me muero” y se mueren. Otros dicen lo mismo pero no les pasa nada, igual debemos estar preparados. Estamos más pendientes de quienes están enfermos. Cada respiro que dan es un aviso. Pero don Mario estaba bueno. Se murió así nada más, de repente.
-¿Y vino su familia?
-Si vino la gente que lo conocía. Como le dije, ¿o no se lo dije?, en esa universidad hasta le pusieron a un salón su nombre, y allí se llevan a cabo frecuentemente exposiciones artísticas.
-No, quiero decir ¿vino su familia, sus parientes?
-Fijese que no sabría decirle, joven. Había tanta gente ese día. Pero si llegó, llegó estando él ya muerto.
-Entonces fue eso.
-¿Qué cosa?
-La soledad. Ésta no avisa…
Flora lo interrumpió pues dijo buenos días a una viejita gruñona que salía en silla de ruedas de una habitación cercana. En su regazo llevaba un ramo de rosas envuelto en celofán.
-¡Necio este Calisto!
-Calixto, doña Eduvigis –corrigió la enfermera que la llevaba, una morenita de grandes ojos verdes. Llevaba un botón suelto. José Isabel bajo la mirada sin querer.
-¡Calisto, Calixto, Caligrandiabla como sea! ¡Yo ya le dije que no me quiero casar con él!
-¿Tiro entonces las rosas?
-¡No, como va a ser, niña! ¡Estas rosas son mías!
-Sí, son suyas. Vamos a visitar a su amiga Maurita para que se las muestre.
La enfermera le guiño el ojo y José Isabel las vio desaparecer en el interior del gran comedor. Al cerrarse la puerta, desaparecían también los sonidos de la radio para dejar brillar el canto del sol que penetraba por los ventanales: un silencio de primavera, acompañado de uno que otro estornudo o tos envuelto en frazadas al otro lado de las paredes.
-Le decía que esta no avisa –dijo, retomando el tema y la caminata.
La voz de doña Flora ya no sonó tan amigable: 
-Como ha podido comprobar, aquí los cuidamos muy bien, joven. Los viejitos se encuentran contentos. Todos añoran algo, contra eso no podemos hacer nada. Pero le aseguro que él murió muy feliz.
José Isabel optó por cambiar de tema. Continuaron visitando a otros residentes cuyos nombres sería bueno que conociera ya que en cualquier momento se necesitaba la ayuda de más de un enfermero para cubrir cualquier situación que pudiera darse. Para no hablar mucho de sus respectivas soledades, José Isabel elogió con verdadera admiración la arquitectura de la casa y lo bien conservado y limpio que hallaba cada rincón.
-Los aportes de los ciudadanos, le digo, joven, son ellos los que hacen que este sea un palacio lleno de encanto para nuestros ancianitos. ¿Ve esas rosas? Sea verano o sea invierno están allí porque nos las mandan cada semana de los invernaderos más grandes del país. En realidad no están plantadas. Nuestro equipo de jardineros se encarga de recolocarlas cada semana. Cuando mueren, se reemplazan por nuevas. Ya ve que este clima no es muy fértil para estas cosas. Claro que nuestros viejitos no lo saben, todo esto se lleva
a cabo durante la noche. Si ellos desean algunas rosas para su habitación, no dude en venir por unas. Don Calixto siempre le regala unas a Eduvigis. Aunque, déjeme decirle, don Calixto no existe. Las flores se las damos nosotras todos los días. Se pone tan contenta. Puede que no acepte sus peticiones de matrimonio, pero ella las coloca en su florero favorito y a todos los que entramos a su cuarto nos dice con orgullo que Calistío se las regaló. Flora lanzó una carcajada, pero José Isabel pensó que aquello era un cruel engaño.
Más decidió no expresarlo y en su lugar opinó acerca de que tanta rosa cada semana debía ser una inversión carísima.
-¿Es usted sordo? –las palabras de Flora, sin dejar su dulzura, se cubrieron de un velo ligero de indignación-, le he dicho que nos las donan los invernaderos. Uno de los socios tiene a un familiar aquí, a su madre, doña Conchita Palma, más tarde la irá a conocer. 
-Y viene a verla de vez en cuando… supongo.
Flora hizo un gesto de fingida desesperación.
-No tiene necesidad de venir. El señor hace bastante ya con colorearnos los jardines. Le repito, joven, que aquí los tratamos muy bien. Tan bien que se olvidan de sus familias…
-Ellos no olvidan –de pronto José Isabel ya no tenía tanto entusiasmo de estar allí-. Son las familias las que lo hacen.
-Los cuidamos muy bien –insistió doña Flora-, y ellos no los olvidan, si así fuera este lugar no sería lo que usted está viendo. Serviríamos frijoles rancios, café frío, olería a orines, habrían goteras y usted saludaría con la misma educación a las distinguidas cucarachas que encontraría en los pacillos como lo ha hecho con nuestros felices y atendidos ancianos agotados ya de una larga larga vida llena de esfuerzos y trabajo.
Habían llegado a una sala cuya decoración era algo que el joven José Isabel nunca antes había visto en su pueblo. Desde lo alto de una pared falsa se deslizaba una cascada hasta el suelo, donde se dividía en dos pequeños riachuelos artificiales que desembocaban en las fuentes del jardín. Sobre ellos, puentes encantadores unían pequeñas salas de té, iluminadas con la luz dorada del sol que se colaba entre vaporosas sedas colgantes. Era un espacio que invitaba a relajarse y disfrutar del sonido del agua al caer y a veces, de la
lectura que, iba explicándole Flora, alguna buena voluntad recitaba sobre el podio que había en el centro. Allí acudían los ancianos que gustaban más del sosiego de la literatura que de la alegría del karaoke. Ellos mismo recitaban poesía algunas veces.
En ese momento, el lugar estaba silencioso y ocupado nada más que por una anciana y su acompañante, un enfermero bajito y con el mismo rostro angelical. No poseía una belleza resplandeciente pero la bondad y ternura de sus gestos lo hacía verdaderamente un ser celestial al lado de aquel ser taciturno y gris. Se acercaron a ellos. 
Por ser su primer día José Isabel aún carecía de su uniforme. Tal vez por aquella razón, al no más verlo en sus pantalones de mezclilla y su camisa a cuadros, los ojos de la anciana se llenaron de un brillo ingenuo que duró mientras alguna esperanza invadía su corazón.
-Mire qué suerte –dijo Flora-, ella es precisamente doña Conchita Palma. Buenos días, doña Conchita ¿cómo ha estado? La vieja no contestó. José Isabel se sintió desnudo con aquella mirada encima. De algún modo, le desanudaba la corbata, le bajaba los pantalones, le quitaba los zapatos y los calcetines, y luego lo bañaba con agua fría. Sus labios se despegaron dejando una liga blanca y pastosa entre ambos, la cual se reventó cuando de aquella cavernita surgieron carrasposas palabras:
-Pensé que usted era mi hijo.
José Isabel volvió a sentir ternura. Pensó que tendría que acostumbrarse, mientras no vistiera comoenfermero, a pasar como la descendencia perdida de todos aquellos pobres fantasmas.
-¡Tan chistosa doña Conchi! –exclamó Flora-: El joven es el nuevo enfermero.
Venía a presentárselo para cuando usted lo vea y necesite algo. Estará muy cerca de aquí.
José Isabel se inclinó orientalmente con las manos juntas, y húmedas, debajo del ombligo, diciendo que era un gusto conocerla. Temía quebrar aquella estatuilla de brea si se atrevía a darle la mano o abrazarla. No obstante, la anciana permaneció con la misma actitud.
-Pensé que usted era…
Flora se despidió del enfermero de doña Conchita y continuó guiando a José Isabel por los tantos pacillos que fueron necesarios para llegar a su destino. El joven no supo quitarse de encima aquellos ojos nevados, y sabiendo esto, para que no pudiera opinar nada al respecto, quien sería su gorda jefa a partir de mañana le fue hablando de los demás ancianos, de la comida que se servía caliente a unos y fría a otros, de los horarios, las dietas especiales, los días festivos, de cualquier cosa, con tal de mantener su propia boca cerrada. Poco a poco volvió al tema de la amabilísima villa que con sus donaciones permitía que el establecimiento estuviera en tan perfectas condiciones. 
-Casi todos tienen a un familiar aquí, comprenderá que a eso se debe que no
dejan de apoyarnos. Quieren lo mejor para ellos. ¡Son tan buenos! Y quienes fueron más
bondadosos son los hijos de la que fue alguna vez la dueña de esta casa, la cual por cierto,
es nuestra huésped privilegiada.
José Isabel se hallaba de pronto en medio de un corredor largo y cubierto con una alfombra esmeralda, orlada con motivos geométricos. Era el único lugar en toda la casa que tenía una alfombra. A los costados no había habitación alguna, tan solo lámparas antiguas y un par de frescos oscurecidos por el tiempo, ventanas a mundos de negrura incrustados en la pared. La única puerta se levantaba al fondo del extraño corredor, que de pronto, a pesar de la intensa luz que dejaban atrás, se hallaba sumergido en penumbra. A medida que se
acercaban, José Isabel sintió que un intenso aroma a rosas emergía de los resquicios de la madera.
-Yo lo dejaré aquí –musitó Flora-, a doña Graciela Santibáñez no le gusta que entren
a su recamara más de dos personas. Deberá conocerla usted mismo, después de todo será usted su nuevo enfermero.
-¿Qué pasó con el anterior?
-Se ha ido diciendo que motivos personales le impedían seguir trabajando aquí.
-Ya veo ¿Qué clase de motivos?
-¡Qué preguntas hace usted, joven! Si no fueran personales a lo mejor podría contárselos.
-No sé, veo que nos dirigimos a una de las habitaciones más apartadas. Hay alfombra, se evita la luz. Me parecen condiciones demasiado particulares para una sola huésped. Flora asintió.
-Entiendo que le parezca extraño, joven. Tengo que decirle que en efecto, doña Graciela es un poco especial a comparación de cualquier otro anciano al que pudiera estar a cargo. Es nuestra residente más antigua, ha habitado esta casa desde mucho antes de que el hospicio fuese fundado, precisamente por uno de sus bisnietos. La pobre mujer ha sufrido bastante, usted comprenderá. Prefiera mantenerse sola, pero no será nada difícil tener que habituarse a sus maneras.
-¿Hay algo tan especial en ella?
-Algo singular, sí –el seño de Flora obtuvo las mismas características del pacillo, como si de ellos, de pronto, surgieran todas las sombras-. Antes de dejarlo solo, le contaré un secreto: doña Graciela fue toda su vida una mujer ejemplar, abnegadísima, una madre tierna, una abuela amorosa… ¡Pero también es una bruja!
Eso José Isabel no se lo esperaba. Con una sonrisa instó a su nueva jefa a seguir explicándole aquello. Aquella mujer que había tratado a los ancianitos con tanta bondad ahora se refería a esta, mientras estaban solos en ese pacillo, con términos escatológicos. 
-¿Y esta bruja…? –preguntó con sarcasmo.
-Esta bruja, así como le digo, joven, esta bruja es el diablo mismo.
-Debe tener su carácter.
-Para eso tenemos a doña Eduvigis, joven. Esta mujer es el demonio. Y es una lástima que no podamos sacarla de aquí.
-¿Cómo puede decir eso?
-Me da mucha pena, joven, pero es cierto. Al asilo le haría mucho bien que esta mujer se fuera. Lástima que de ella dependan las escrituras. Todavía, entenderá, no somos completamente independientes. Nos cuesta, no crea. Por eso estamos tan contentos de tenerlo aquí, el asilo se esmera mucho en escoger a los mejores. Sabemos que hará un buen trabajo.
Aquel elogio no se lo esperaba José Isabel. Se dijo que lo único que hacía falta era comprender a la anciana. Aquella obscuridad, aquel exilio dentro de la casa, debía afectarle intensamente el ánimo ¿a quién no? El último enfermero no debió ser tan preparado.
Entendía que tenía frente a él una misión valiosa y para eso estaba allí, para eso se había preparado los últimos dos años y se sentía orgulloso de poder ayudar a alguien que sólo necesitaba atención y un poco de luz. De todos modos, quiso enterarse de su historia. Los anciano, lo sabía muy bien, son libros gruesos que hay que leer y entender bien antes de querer interpretarlos.
-Sólo llegó a tener una hija –le contó Flora-, pero esta, que Dios la tenga en su gloria, murió hace muchos años. Afortunadamente logró darle descendencia. Dos nietos, a los cuales les tenía un gran cariño. Al nacer cada uno de ellos se sintió la persona más dichosa del mundo.
-Ya ve, eso no me parece propio de una bruja.
-Lo será. Escuche: La nieta más joven murió de una enfermedad siendo pequeña.
Así que la creatura que le quedó fue su adoración. Ella lo crió y lo hizo un hombre que a su vez también tuvo dos hijos. Siendo bisabuela se sentía, como podrá ver, contentísima, porque además todavía tenía suficiente vida y fuerza como para ver crecer a sus bisnietos. ¡Imagínese! Sólo la gente de antes llega a vivir tanto, debe ser por la forma de alimentación de esos tiempos, no como ahora con todas estas cosas que se ven. Como le decía, uno de estos bisnietos fundó este hospicio. Naturalmente crecieron e hicieron sus vidas. Así que dejaron a doña Gracielita aquí, asegurándose que estaría bien atendida. Fueron nuestros máximos benefactores. Ella los amaba tanto. 
-¿Está diciendo qué ya murieron? –preguntó José Isabel con gran expectación.
-Por supuesto, eso fue hace más de dos décadas.
-¡Pues entonces sí que ha tenido una vida muy larga!
-Por eso, joven, es una bruja –José Isabel rió de nuevo-, créame, joven. Yo sé lo que le digo: cuando sus bisnietos iban creciendo, y dado que estaba destinada a tener una larga vida, hizo un pacto con el demonio, ella misma lo cuenta…
-Ha perdido el juicio.
-Sea como sea, la vieja no se muere. Como le decía, hizo sus malos negocios para no morirse hasta que la hicieran tatarabuela, hasta no entregar su amor a una nueva generación.
-¿Eso es una bruja? Me parece algo hermoso querer vivir para dar amor.
-No crea, hasta el amor se cansa. Sobre todo cuando está condenado a empolvarse.
-¿Qué trata de decir?
-Su primer bisnieto murió en un accidente espantoso y el segundo fue incapaz de tener hijos. No hubo más descendencia.
-Entonces, dice usted, ella no se puede morir –José Isabel aspiró el embriagante perfume que se escurría de la recámara con cierto descompás en la expansión de sus pulmones-, ella nunca va a anunciar que se va a morir.
-Ya lo ha intentado todo.
José Isabel volvió a reírse, esta vez más fuerte.
-No veo cual es la complicación –dijo, volviendo a su incredulidad-: vine dispuesto a este lugar para dedicar mi tiempo a un ancianito que lo necesite. Y no me importa si está muy enfermo, triste o desquiciado, si ha hecho pactos con el diablo o cosas por el estilo. Mejor si no se puede morir nunca. Puede que me encariñe con ella.
-Qué bueno que lo tome así. José Isabel no quiso insistir más, estaba seguro que lo que encontraría al otro lado de la puerta sería sólo una anciana triste y arrinconada, como todas las que había visto desde su llegada al asilo, sólo que verdaderamente descuidada por los mitos que a su alrededor esta gente había formado. Aún más, pensó que a lo mejor aquel lugar de la casa podría ser el menos enfermo, la auténtica locura estaba en todos los demás corredores y jardines. Y allá afuera, en el mundo exterior, en aquellos que olvidaban a sus familiares allí, en donde algunos, con gran cinismo, como esa mujer, ocultaban detrás de su aún pulcra labor la verdadera tristeza de los solitarios ancianos que atendían. Aún así, se atrevió a preguntar:
-¿De dónde saca usted esta historia?
-Ella misma lo ha contado. Ella dice que es una bruja y que por haber pactado con el diablo no se podrá morir nunca. Tuvimos que creerle. Como a todos, pensó José Isabel. Creerles para no destrozar sus ilusiones y matarlos antes de tiempo. Lo cual hubiese sido mejor. Aquel trabajo, más que ser un enfermero de compañía, era ser el hijo perdido, la brigada que lucha en contra de los subversivos, el enamorado que había muerto y quizás ahora, el tataranieto que nunca nació. No se dijo más. Doña Flora abrió la puerta y José Isabel entró a la recamara de Graciela Santibáñez. Los efluvios de escaramujo lo calaron rápidamente en un aire pesado y empalagoso. Las cortinas, cerradas, sumergían el espacio en el calor y la humedad, como si se
escondieran bajo las alas de una gallina enferma. Lámparas tenues situadas en los costados del baldaquín intentaban darle forma a las cosas. Al menos con esa luz José Isabel fue capaz de observar sus pasos y situarse ante el dosel, donde tenía intención de presentarse ante doña Graciela, quien debía estar esperándolo. Aguardó en silencio pero al parecer su presencia no era percibida. Era de suponer que una persona tan mayor tendría privados algunos sentidos, por lo que tendría que hablar recio para hacerse escuchar. Tras aclararse la garganta, José Isabel contó hasta diez para darle una última oportunidad. Continuó sin escuchar voz o respiración ajena y sin percibir movimiento que no fuera el de sus propios dedos danzantes detrás de su espalda. No entendía por qué de pronto estaba tan nervioso. Pensó que quizá la mujer estaría dormida. Lentamente fue acercándose para comprobarlo, pero detrás de los velos descubrió que no descansaba ni el alma del diablo, que según el cuento de la enfermera, andaba muy cerca de allí. Volvió a reír entre dientes. El diablo… ¡Qué cosas!
-Buenos días –susurró.
Espero. De pronto un rozar de piel y tela se escuchó en la monotonía del cuarto, casi como si el aroma a rosas le hubiese susurrado algo al oído. José Isabel supo de inmediato de dónde provenía: estaba sentada en el sillón situado junto a la chimenea, apagada por entonces. Se dirigió hacia ese lugar.
-Buenos días, doña Graciela.
Pero continuó recibiendo como respuesta el silencio.
-Mi nombre es José Isabel –prosiguió-, a partir de mañana yo seré su compañero.
Mucho gusto.
De repente la señal de una mano oscura le pidió que se acercara. Recuperado, José Isabel acudió con rapidez. En algún momento llegó a imaginar cómo serían las cosas allí adentro si lo que había dicho Flora era verdad. No negaba que aquella historia había causado en él una fuerte impresión, por alocada que fuera. La emoción incluso había transformado el lugar, lo había hecho más oscuro de lo que verdaderamente era. Ahora que comprobaba que no había nada anormal en el lugar, el olor a rosas le pareció delicioso y
en sí, comprobó que la habitación era como cualquier otra, quizás más lujosa dado que en algún momento la mujer allí sentada fue la ama y señora de aquella mansión, todo muy limpio y ordenado, confortable por lo demás. Tal vez con un poco del sol… la convencería de abrir las cortinas.
Pero a medida que se acercaba algo a los pies del sillón captó su atención. A la luz de las lámparas se asemejaba un charco oscuro, quizás café. Había también un chuchillo. Pensó que en un movimiento mal dado, propio de los ancianos, a doña Graciela se le habría caído el azafate donde le llevaban la merienda. “Pobrecilla” pensó, “Iré de inmediato por otra ración.”
Más cuando José Isabel se inclinó a recoger el cuchillo, su piel se impregnó de algo que no era café. Aún cálida, entre las rosas, José Isabel percibió un aroma metálico. Poco a poco elevó la vista y la mano que lo había llamado, cubierta del mismo color, guió su mirada, con la misma paciencia, con la misma ternura, hacia algo acariciado ubicado en el regazo de la mujer.
Allí, encima del plato enrojecido, una especie de pelota blanca clavaba en él dos ojos que parecieran haberse quedado sin párpados. José Isabel sintió cómo volvía a quedar sin sus prendas y el agua fría, desde algún vacío en el espacio, le pasaba una lengua eléctrica por la espalda. Unos labios se despegaron espumosos por debajo de una nariz cercenada, más cuando una liga de baba rosada los unía todavía, antes de que José Isabel asumiera de que aquella cosa era una cabeza, de algún lugar surgió un susurro que se amplió en la voz más áspera que el joven pudo haber escuchado jamás. El tronco sin cabeza se elevó del asiento y como si el cuello a la mitad quisiera todavía producir los sonidos que ya no le pertenecían, el espectro gritó jalándose las canas a sí mismo, elevando la cabeza para decir en estridencias:
-¡Nunca podrán morirse, mis amados! ¡Nunca vamos a morir!
Esta ciudad cada vez es más grande y al mismo tiempo, cada vez más pequeña. Hay espacio sólo para los que funcionan. Costales sin hogar duermen en sus calles. Uno en especial, un viejo cuya mirada pareciera estar viendo todo el tiempo una imagen terrible, murió de hipotermia una madrugada de enero. Amador lo conocía, se hacía llamar Chabelo, le llevaba algo de comer después de regresar del instituto, le daba lástima. Al enterarse de su muerte supo que había encontrad su vocación: estaba decidido a no seguir permitiendo que la sociedad se olvidara de quienes, a pesar de ser indefensos e inútiles, habían contribuido a su construcción. No podía permitir tanta injusticia. Y después de arduos esfuerzos por estudiar enfermería, fue en busca de empleo a una casa de retiro cercana que lo aceptó inmediatamente. Las últimas noticias han anunciado su desaparición.

04 noviembre 2011

El misterioso fiambre

Por Flor Vela


En un 31 de octubre, en una tarde tempestuosa la familia Percola se dirigía hacia el este para la celebración tradicional del 1 de noviembre en la que se corona a todos los muertos que yacen en los cementerios; todos estaban preocupados pues la lluvia seguía y sus incesantes rayos y truenos que temporalmente iluminaban las siluetas de los árboles y arbustos que se encontraban en el camino hacia el hotel Pascuallis. Aunque querían apresurar el paso, los caballos no podían trotar más rápido ya que el peso de la carreta, la lluvia y el camino de terracería no lo permitían, los más atemorizados eran los niños ya que solían imaginar que las siluetas que se reflejaban en la oscuridad podrían ser fantasmas o simplemente monstros abominables que estaban al asecho para devorarlos. El trayecto se  hizo eterno pero por fin llegaron a su primer destino y decidieron hospedarse, descansar y reanudar su camino el día siguiente.

Las casas que se encuentran alrededor del hotel se encontraban apenas iluminadas por una hotel se percatan de que no hay nadie cerca de ellos, apenas se encontraba una pequeña luz que provenía de un candelero cerca de la recepción. Luego de unos minutos de espera ven que al fondo del pasillo se divisa una figura, era
una anciana que caminaba en dirección hacia ellos, al llegar al mostrador se dan cuenta que la anciana tiene aproximadamente de 88 años de edad y pareciera como si estuviera tuerta. Más que confianza les provoco miedo pero necesitaban alojamiento, más su temor fue vencido al recordar la fuerte tormenta de la que estaban escapando y el deseo de un techo comida y cama para esa noche. La anciana les indica cuales son las habitaciones de cada uno de los integrantes de la familia, una para los padres y otra para los hijos, que pueden ir a cambiarse ya que la cena es servida a las ocho de la noche. Las habitaciones no parecían un hotel de cinco estrellas, dejaban mucho que desear ya que la luz tenue que provenía de una vela indicaba que era un hotel de hace cinco décadas. Luego de cambiarse y relajarse un rato la familia Percola bajo al comedor principal para cenar, coincidentemente eran los únicos hospedados en ese hotel, al darse cuenta la mesa ya estaba servida notaron que el menú que se dispondrían a comer eran unos platos bien servidos del popular Fiambre que se debía comer al día siguiente como plato principal a la hora del almuerzo; los niños al ver lo
o dos veladoras, al entrar la familia Percola al lobby del repulsivo que lucía decidieron regresar a sus habitaciones sin probar bocado. Los papás decidieron quedarse para luego de terminar llevarles unos sándwiches a sus hijos, trataron de comer esos platos repulsivos y con aspecto asqueroso; al dejar los platos completamente limpios los padres se dirigen a la cocina del hotel en buscar de alguna persona que les prepare los sándwiches, se percatan que no hay nadie por ningún lado entonces deciden entrar casi en oscuras; la mamá husmeaba en los anaqueles y en la refrigeradora en busca de comida pero al entrar al congelador vieron chorizos y longanizas por todos lados parecían embutidos pero tenían un aspecto diferente, emanaban un olor a podrido o como drenaje. Asustados el señor y la señora Percola salieron en busca de comida normal pero sintieron algo extraño en el piso, parecía aceite pegajoso y con un aroma a drenaje, trataban de salir de allí pero el piso estaba resbaloso a causa de ese aceite y al ver por la ventanilla de la cocina ven que alguien más los está observando y que se está acercando poco a poco, los Percola no lograban salir de la cocina y su corazón latía a mil por hora. Los niños se quedaron en sus habitaciones esperando a escuchar a alguno de sus padres llevándoles algo de comer que no fuera ese asqueroso fiambre. Hablando los dos hermanos escuchan un sonido raro, como si estuvieran arrastrando algo pesado; los dos tenían de su habitación y se dirigieron al comedor principal pero cuando iban bajando las gradas observan que alguien cargaba unas bolsas de basura que lucían pesadas y las llevaba hacia el sótano del hotel; los hermanos Percola asustados van al comedor a buscar a sus papás pero no están, entonces se dirigen a la cocina y vieron que el piso estaba lleno de sangre, sus corazones estaban por estallar entonces se dirigieron al sótano del hotel a averiguar qué sucedía por que escuchaban ruidos raros; al bajar ven que hay un congelador del tamaño de un cuarto, entran y ven las bolsas de basura, se acercan y abren las bolsas eran sus padres, estaban muertos, los dos hermanos empezaron a gritar de lo angustiados que estaban y en ese momento la puerta del congelador se cierra y los niños ya no pueden salir.

A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol, con un cielo despejado, como si nunca hubiera habido lluvia, una joven se acerca a abrir las puertas, de par en par, en pocos minutos, docenas de comensales comienzan a llegar, para comer el famoso Fiambre, que año con año, se ha ofrecido como tradición en este 
una gran curiosidad por saber que llevaban. Salieron 1 de Noviembre. Realmente, nadie sabe que ingredientes contiene este peculiar y famoso Fiambre, cada año se le es agregado un nuevo ingrediente secreto del Chef.