31 marzo 2011

Ese Sentimiento

Por Melanie West

Allí estaba ella, pensando…

No hacía más que pensar y reflexionar

Recostada en su cama…

Su mente divagaba

Además del profundo silencio

Resaltaba el fuerte latir de su corazón

No entendía la situación…

Pero permanecía ese extraño sentimiento.

Algo la hacía feliz, pero no sabía que…

Algo la hacía sonreír, pero no daba como…

Algo la ponía ansiosa, pero no hallaba tranquilidad.

Era un sentimiento nuevo…

Era una experiencia nueva…

Era algo nuevo que no iba a rechazar.

En eso lo descubrió… entendió su situación.

Sofía se levantó… y sonrió.

27 marzo 2011

Perfilar un sentimiento ¡pero no lo digas!

Muchas veces los caverneros encuentran fascinantes personalidades conformadas por letras de cuarzo o arenisca. Lo interesante es que ellas nunca las describen. Por un momento el lector se cree inteligente, piensa que el autor ha escrito sobre la soledad, o la tristeza, o la vanidad sin haber mencionado en ningún momento dicha palabra. ¡Y él lo ha descubierto! Pero el escritor es astuto, construye un personaje, un sentimiento, sin referirse directamente a él. Entonces el lector apasionado lo revela, no sabe cómo, pero allí está. Los caverneros intentarán hacer este ejercicio. Las rocas callan, pero es posible escucharlas. 

Una cita del Decálogo del Escritor de Monterroso quizá pueda ayudar: 

"Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él." 


La práctica hace al maestro. Así que no perderán nada intentándolo.

26 marzo 2011

Amalgama

Por José Andrés Ochoa
Amargo anochecer aconteció antes acá. Ah, así aran animales. Ansiosos, amables, aunque amargos algunos. Al amanecer, Antonio anunció antagónicamente anhelos amistosos a animales aradores. Abarrotes abastecidos abonan aquí. Avaros añoran amigos así. Antes, aullaban algunos a altavoz. Antes, abrazaban aquellos. Ahora, abundan abusos. Aceite administrado avanza acaudaladamente. Acueducto acarrea al agujero. Activamente animales acuestan a altura anatómicamente adecuada. Amuleto antibiótico ante amargura. Anzuelo apoya a amigos alegres. Argentinos argumentan atentamente antiguas anécdotas. Arriendan arroces. Asustan angustian. Agradecen atención. Así actúan amablemente. ¡Ah! Aceite. Animales aran aquel acuerdo. Al anochecer. Al amanecer. Al atardecer abstienen. Arreglan actividades. Amenizan alegría a argentinos, amigos. ¡Ah! Así arropan al atento. ¡Aleluya!

25 marzo 2011

Tétrico teniente tragón

Por Julio Urízar Mazariegos.

Teniente Tito trabajaba toda tarde tomando té tilo. Trescientas tres tazas tragaba, todas transcritas trabajosamente tras tener trocada toda tropa trajinando transparentar tuberías tapadas.

Tamaña timba tenía teniente Tito, tanto toleraba tragar: tamales tamaño tanque, titánicas tostadas, tremendos tentempiés. Tropeles titubeantes trabajaban tantísimas tardes transportando toros, tartas, treinta tayuyos, treinta tortillas, tamarindales tinajas, tarros, teteras tamaño tonel.

Tanta táctica tenía teniente Tito toda tarde. Todos terminaban teniendo tormento, torturante tratar traslucir tubos tapados. Todo tocador traqueteaba tanto teniente Tito tomaba tiempo trasladando toda tragazón. Temibles tripas tenía.

Todo terminaría. Tropas temido troglodita tramaban transitar. Tejieron terrible trayecto tanto teniente Tito tocaba tenedores. Tecnológicos tetuntes trocados tronaron tanto teniente Tito tragaba TNT. Tributáronle treinta tecolotes tristes tonadas. Teniente Tito torció tremenda testa transitando trecho terminal.

Teniendo tiranías tasadas, tranquilos, tribulados tunantes tararearon tiplisonantes trovas. Tragaba tierra tétrico teniente tragón.

24 marzo 2011

Salomé sin Sibila (Brujas)

Por Luis Ángel González*

Salomé Sales saltó sacudiendo sus sábanas sabatinas. Saboreó salchichón sancochado, salmorejo sápido, sidra seglar, suculentas sanguina, sangüesa. Se sació. Salió sabiendo: sucumbiría. Salió sigilosa. Santos sabían su sabotaje: sacralizó seguimientos siniestros. Se sobresaltó, sujetáronle, suspicaces sobrestantes sesudos. Salomé subyugada. Subiéronle sobre singular sampán. Salomé se sabía sentenciada.

Saltaron sobre suelo seco. Salomé se sorprendió sobremanera, sobrenatural simposio. Satenes, sederías seductoras, sedentes. Selenitas serafines sibaritas. Sobrecogedor sanctasanctórum. Singulares sotanas sobre sacerdotes. Salomé siguió su simulacro.
—¡Sí! ¡Señorita Sales! —señaló Saúl, sumo sacerdote, sosteniendo su salterio—.
—Sumo sacerdote Saúl —. Simuló Salomé sinuosamente. Suseseo: sabroso.
—Salomé sirve su serrallo. ¡Semejantes saturnales satánicossostienes! ¡Sinvergüenza! ¡Salaz! —saltó septuagenario señor. Se santiguó santurrón séquito.
—Sí, su senil señoría —sonrió Salomé, socarrona—.
—¡Suficiente sincretismo! Se sabe su secreto.
Suspiró Salomé.
—Seduje, sedé sus sentidos. Sibila se sometió. Solíamos subir serranía, sostener sexualidad, ¡soberbia satisfacción! Serpientes salían sonando. Serenidad suprema. Sílfide sagrada, sílfide soñada. ¡Seráfica sería! Sibila. ¡Sibila!
—¿Silvina?
—¡Sibila! —saltó Salomé.
—¡Sin sensiblerías!
Salomé siseó, sañuda.
—¡Sacrilegio! ¡Sacrílega! ¡Sacrílega! —sermoneó Saúl.
Sepulcral silencio.
—Safismo, salacidad, sedición —siguió su señoría—.
Significando… su sentencia será: su ser sacrificado —soltó, severo.
—Su sadismo será su sepultura —señaló Salomé, siniestra.
Sostuviéronla señoritos, señorones, séquito sacristán. Surcaron su ser seis sables. Siguiente, sumergiéronla, sin segmento salido, saladar séptico, Salomé subyacía. Suprimidos sus senos. Suprimido su ser.
—¡Sáquenme! ¡Sáquenme! —suplicaba Salomé. Sufría suplicios.
Semejaba sufrimiento sempiterno.
Según se sumergía sus sacudidas se simplificaron. Sin socorro Salomé sucumbió. Sombras sumieron sus sentidos. Sin sepelio sepultada.

Siete soles siguieron. Sus sentidos sanaron. Sentada sobre singular sillón, sosteniendo saloma sincretista, se suspendía Sibila. Supersticiones sustanciales: submundo. Salomé, sustentada, sosegada.
—Sectarios sirven sedición, suprimen sacerdocio. Saetas sinfín surcan sátrapa Saúl. Sables sesgan su sesera. Sale su sangre, ¡será sustento! Somos saldadas. Sucumbe sumo sacerdote —susurró sutilmente Sibila.
—Sublime —sonrió Salomé.

*Luis Ángel González cursa el Tercer Semestre de la carrera de Letras y Filosofía, con este texto le damos la bienvenida a nuestras profundidades Cavernarias.

23 marzo 2011

Con "C"

Por Sara Fernández

¿Cada cuánto cuentas cuentos con comitivas condescendientes? Como cuantitativamente cada cierto característico cuento complicado cuenta cosas catastróficas, cualitativamente, cuántos cuentos cuentan cosas castas con características caritativas. Cuenta cierto cuento cuando cierto concejal cogitativo, Carlos Carranza Calvillo Caminador, concluyó conseguir cierta carabina con concepto crítico, capaz, cazador. Cazar conejos con carabinas conciliaría cualquier calamidad comprimida. Con caninos cómplices, caminó con conducta corrosiva, con concisa condición, cara compungida, cejas ceñidas, cínica calvicie, cogote corrido como compresa característica. Con cinco centímetros caminados, Carlos Carranza Calvillo Caminador, cayó con ciertos cantos contrapuestos con cara conducida contrariamente. Contradictoriamente cazador cazado concluyó Carlos Carranza Calvillo Caminador. Con cuentos como contar conseguimos, cumplimos condiciones condescendientes con conejos, ciertamente.

Realidad recia

Por Diego Montenegro

Rápido recojo recuerdos ridículos, recuerdos reemplazo rezando, rogando, refunfuñando. Regalo retratos románticos, razones retorcidas, razones racistas. Revoco respiros, repito reuniones, ruego razones; requiero reconciliación, repetición, reciprocidad. Reconozco rostros rotos rindiendo renuncia reparadora; rostros rendidos, renuentes, resistiendo restricciones, rechazos, reclamos. Radicalmente recomiendo razón, repudio, rebelión, rapto. Rápido recojo recuerdos rancios, recuerdos recurrentes, recuerdos relucientes reclamando
razón reconstituyente, recuerdos reprimidos reconociendo reciprocidad, recuerdos recluidos recompensando ratos restauradores recibidos. Riendo rumoro ruptura, riendo repulsivamente rumora rutina, rutina rigurosa, real representante raído. Ridículo recojo recuerdos, rastros, rechazos. Ridículo remate rechina recordando ratos revoltosos, rememoración recurrente. Ruego, rezo: reconciliación, repetición reciprocidad.

22 marzo 2011

Empezando con "E"

Por Regina Asturias.


Cuento 1:

“Enriquito en el espejo”

En el estudio estaba Enriquito el elefantito entretenido escogiendo elegantes espejos esféricos. Esperaba encontrar estos especiales espejos en el estante elevado. El elefantito esperaba elevarse estirándose extremadamente. Esperanzado, él esforzó, esforzó, esforzó. Entonces extenuado escalo el escritorio.

Cuento 2:

“Entre Enanos, estatuas, (y) Elfos entrometidos”

El enano espeliologo Earl elaboraba esbeltas estatuas estudiadas. Estaba escogiendo el escalfilador exacto entre escombrosas estanterías. Entonces enmudecido espantado. Enfrente estallaron encendidas estrellitas, ennegreciendo esa escultura. El enano entonces ebullía en enojo. Entonces emergió Errol. El elfo escritor exploraba estrechas estancias enterradas esperando encontrar ese estro especial. Errol entendió, ese enojo era escrúpulo, entonces explico el error. Earl entonces escuchó entretenido eternas eras élficas en esplendidas exposiciones escénicas.

Bonus:

El enojado escarabajo Esteban emigraba entre estaticias espinosas en el estanque, encarando esperancitas envueltas en encaje.

20 marzo 2011

Cavernalfabeto

Los caverneros han de explorar galerías en las que prevalece de manera tiránica una letra del alfabeto. No podrán utilizar palabras que comiencen con una letra distina a la elegida. Las exploraciones pueden ser de lo más divertidas. Cuidado con las W o las X, puede que no salgan jamás. Pero, ¿quien sabe? A lo mejor alguien es lo suficientemente osado para asumir el reto.

18 marzo 2011

El hacedor de los deseos

Por Julio Urízar Mazariegos.

El mundo le parecía un desperdicio celestial. El hombre iba de un lado a otro, como un loco, esperando su turno. Los más egoístas, como es común, habían pedido hacerse ricos. Los más ingenuos habían optado por que se les otorgara el amor que ni en sus sueños, tan cortos de vista, podían concebir. Entre ellos, los más inteligentes, habían  pedido tan sólo la capacidad de soñar. Quizás fueron estos los que más contentos dejaron el recinto, porque se fueron soñando y de allí nadie ha podido sacarlos hasta el momento.

Hay casos de casos. Entre los más emblemáticos resalta aquel que una feministah abía pedido: que los géneros se trocaran para que los varones padecieran del yugo patriarcal. Aunque suene muy extraño, hay algunos o algunas que hoy siguen sin saber lo que terminaron siendo al final, pues los efectos secundarios no se hicieron esperar. Hay que pedir los deseos con lujo de detalles, no vaya a ser que algo que se escapa tire todo por la borda.

La paz universal había sido el deseo de los más nobles, lástima que lo aventureros postularan lo contrario, los deseos son únicos y sólo se pueden formular una vez, así que no había retorno: su tesis era que el aburrimiento terminaría exterminándonos a todos. Quizás tuvieran razón.

El borracho, por su parte, solicitó la erradicación total de la resaca. El problema es que se ha quedado pobre, pues cada vez llega más rápido la conciencia de que es hora de seguir enriqueciendo las cantinas. Más práctico hubiese sido pedir vivir borracho eternamente. Lástima que el sindicato de alcohólicos enviara a su representante estando sobrio. Estos tipos son más astutos de lo que se cree cuando andan sobre el burro de Sileno. Pero uno de los casos más representativos lo podemos notar en el singular antojo de una joven poeta que salió de las puertas con la sonrisa de haber enunciado el deseo más hermoso de todos los tiempos. No sabemos cuál fue, lo seguro es que aquel día el mundo se había deshecho en sinestesias, los sonidos pintaban todo lo que tocaban y los colores se embestían unos a otros con acordes que en conjunto originaron la más desastrosa de las sinfonías. Yo quería huir de todo aquello creyendo que podría descansar en el encierro, en un cuarto oscuro, pero la negrura no me dejó dormir porque se pasó el resto de la tarde entonando un flagrante canto que sabía a billete mojado y olía rugoso, como quebrado, áspero, a veces con vellos, con voz grasosa ¡Como el chicharrón! Sí, ahora que lo pienso, como el chicharrón. Así se olía esa oscuridad ¿o se palpaba? Ya no lo recuerdo. El caso es que los más débiles terminaron en el manicomio. Los más fuertes, según se piense, saltaron en el acantilado. Sólo los que ya estábamos un tanto locos pudimos soportarlo. La pobre jovencita fue ahorcada frente al ayuntamiento ese mismo día. Por eso a los poetas ya no se les deja entrar al recinto. Ellos piden los deseos más peligrosos. No quiero ni contarles lo que pasó cuando uno que se hacía llamar “maldito” penetró al recinto. Con el barroco no fue menos sencillo. Nos dolía a todos la mandíbula de tanto haber saboreado palabras acolochadas. Y tanta rima nos tenía hartos, aunque al principio fuese divertido.

Pero volvamos al hombre que esperaba su turno. El mundo, como decía, le parecía un desperdicio celestial. ¡Tantos que habían tenido acceso a aquella especie de fábrica de deseos y ninguno de ellos había pedido algo sensato hasta el momento! Un sabio filósofo había demandado el conocimiento total del universo. Desde entonces se había quedado mudo, perdida la palabra en su recóndito e infinito saber, (además de su identidad, puesto que ya no le quedaba nada de qué preguntarse). Nadie sabe lo que había visto. Su joven discípulo, muy cauto, también tuvo la oportunidad de entrar a este lugar varios años después, cuando ya era un respetado doctor en metafísica. De todos los deseos que pudo haber pedido para sí, más vida, más libros, más conocimiento (aunque no tanto como el de su maestro) optó por poder hacerle hablar. Horrible condena. El desdichado murió muy anciano, mucho después que él y que sus hijos, como de doscientos años, recitando un interminable trabalenguas que nadie pudo entender.

De los políticos es mejor no hablar. Hay algunos que pidieron la reelección. Se les concedió. Otros optaron por la reelección. Se les concedió. Finalmente, otros eligieron la reelección. También se les concedió. Podrían haber pedido algo más interesante, pero ya se sabe que el poder enceguece un poco a la mentes. Pero aquel hombre, o mujer, según se vea (lo de la feminista era un acontecimiento todavía latente) tenía en mente algo especial. Algo que ni los hombres de ciencia o los poetas habían pensado. Allí, en el cuarto de espera, tarareaba una melodía singular mientras contaba y recontaba los cuadros que cubrían el techo. Había exactamente ciento noventa y tres. Era algo para pasar el rato. El amarillismo de una revista de espectáculos no hubiese sido mala compañía. (Por cierto, la princesa de cierto país había llegado con su real embajada para pedir que todos los paparazis de la tierra, entre ellos los que criticaban su desleal manera de vestir, se convirtieran en zanahorias, por lo que si usted se ha encontrado con una o varias de estas a mitad de la esquina no tiene por qué asustarse. Por cierto que mi vecino celebró las bodas de oro de su matrimonio con uno de estos vegetales, una zanahoria que se veía tan contenta con su añoso vestido blanco. Otras, las más renombradas, salen en el E! todos los días, pero no pierda su tiempo). Pero volvamos (de nuevo) al hombre que llevaba aguardado su turno casi una década. Luego de que a uno se le ha ocurrido un buen deseo, se escribe una carta solicitando la atención del hacedor de deseos y luego de ser aprobado, se espera más o menos aquel tiempo para ser atendido, sobre todo porque hay que verificar, seguramente, que no haya sido deseado por alguien más anteriormente. Por fin llegaba el momento. “El mundo es un desperdicio celestial” se decía, con cierto ritmito de trovador contemporáneo. No, no pediría la inexistencia, si es lo que muchos piensan. Un siglo atrás algunos pensadores habían utilizado ese recurso. El hecho de que hubiese sido mejor el no haber nacido les había acarreado muchos reveses con la sociedad. Resulta que pidieron enfáticamente que “este” mundo dejara de existir, pero no contaron que “este” mundo era un mundo distinto al mundo que había un segundo después de haberlo dicho. Es decir, gracias a ellos, hoy nuestra casi perfecta recolección de la historia humana y natural (los deseos respectivos de un antropólogo y un naturalista muy famosos) se ve atormentada por ese segundo de nada que se formuló en su momento. No, el hombre no deseaba la inexistencia, ni siquiera la inexistencia de todos los tiempos pasados, presentes, posibles e imposibles.

Pensaba que ni eso podría terminar con los problemas del mundo, (porque no existir ya es un problema, vaya que no, tan grande como el existir mismo en cuanto a que no sabemos nada de él) Eso pensaba.

La solución era simple y tan ligera como la epidemia de padres que recientemente
se convirtieron en globos tragados por la tropósfera (a veces la seguridad no es muy buena en este lugar, aquello se debió a que una banda de muchachos emo que se infiltró al recinto solicitó, sin previo aviso, semejante barbaridad. Su reincorporación en familias adoptivas con la capacidad de no permitirles suicidarse ha costado varios millones al Estado). Pero sí, tan ligera como aquellos progenitores de helio era la solución de este hombre. ¡El mundo es un desperdicio celestial! Casi lo gritaba de la impaciencia. Afuera todo le parecía una porquería. El odio y la maldad humana sólo tenían un origen. El amor y el sufrimiento pertenecían al mismo. Contra ese origen acometería con lanza en ristre. Nadie necesitaba emborracharse para siempre para olvidar, nadie necesitaba el conocimiento entero, nadie necesitaba la belleza ni el arte, nadie necesitaba el poder ni el amor, nadie necesitaba privacidad, nadie necesitaba que las presencias incómodas se transformaran en vegetales o en globos, ¡nadie necesitaba necesitar!

El reloj dio las dos de la tarde cuando finalmente se abrieron las puertas.

Mientras se adentraba al recinto, el hombre sintió cómo a cada momento algo se creaba a sí mismo. En aquel punto indescriptible, que cada quien se imagine aquel lugar como su pasión lo pinte, (pues pronto dejaría de existir), el hombre escuchó una vos que le dijo, “Pide lo que quieras”. Y con la garganta profunda, grave o melodiosa, no importa, aquel ser insignificante inició la formulación de su deseo. ¿Qué dijo? Se preguntarán. Pues la verdad es que no dijo nada. Su silencio fue agudo y certero. El deseo, a través de él, había sido expresado.

“¡Por fin, vacaciones!” dijo la voz del recinto. Y antes de empujarlo al exterior, el hombre, mientras se convertía en algo parecido a la piedra, mientras se convertía en un no-hombre, -cosa extraña, lo sé-, descubrió cómo el mundo volvía a comenzar, ese mundo del inicio que no podía ser considerado desperdicio por la mente atormentada, ese mundo donde no habitaba alguien que, como él, como todos, conociera el trágico destino de anhelar.

Todo estaba quieto.

13 marzo 2011

Desarreglo

Por Diego Montenegro.

Desperté. Sentí frío, me sentí confundido. No creí lo que pasaba, no creí que algún día pasara. Me senté y contemplé lo sólo y vacío que me sentía. Me dije “todo pasa por algo”, pero no fue suficiente. Fue entonces cuando decidí que quería sentir sin pensar, correr sin voltear atrás, ser sin tener que explicar, y decir sin temer.

Quise levantarme y no pude, algo me halaba hacia el colchón, luché por unos segundos y por fin me di por vencido. Decidí tomarme un segundo para sentir, correr, ser y decir, ahí en donde estaba. Sentí miedo, era algo que desconocía y no quería conocer, algo con lo que jamás me había sentido cómodo, me sentí solo.

Corrieron mis pensamientos, corrieron los recuerdos, corrieron experiencias, corrieron mil y una imágenes frente a mis ojos. Quise regresar, quise caminar más despacio, quise no llegar, quise llegar antes, quise olvidar y nunca estar ahí. Fui ingenuo, fui infantil, fui lo que ese sentimiento quiso que yo fuera. Fui quién no era o quién siempre había sido y no sabía.

Quise decir todo, no quise decir nada. Mi cerebro sentía, corría y decía a su máxima capacidad. Sin embargo, mi boca no dijo nada. Me pareció escuchar a alguien decir “no es el momento”, le creí. Descansé sobre el colchón nuevamente. Cerré los ojos y desperté, mi día libre se estaba acabando, faltaban cinco para la media noche y babeaba sobre un pedazo de papel sobre el que no se leía más que “te diste por vencida, yo no lo hice contigo”.

Un día en medio de la nada

Por Virginia Gonzáles


Y ella empieza el día caminado por un sendero en el cuál no se ve nada más que árboles y flores, encuentra un lugar donde el sendero se divide en 3 caminos distintos y decide dejarlo al azar simplemente cierra los ojos y camina hacia donde su corazón le llama y empieza un camino rocoso un camino difícil de transitar pero no le importa porque su corazón llama hacia este lugar.


De la nada siente una brisa sobre su rostro pero es una brisa húmeda que refresca su cuerpo y su alma sigue caminando y se da cuenta que al final de ese camino hay un río de aguas cristalinas se quita los zapatos y mete los pies en el agua dándose cuenta de lo relajante y refrescante que es. ¡Quién diría que eso puede ser tan liberante, puede sentir como toda preocupación sale por la punta de sus pies y se las lleva el agua junto con todo aquello que la preocupa! Es el poder del agua limpiadora.



Decide ponerse de nuevo en camino pero antes cierra sus ojos y escucha como el murmullo del bosque y el cantar de los pájaros es lo único que la rodea, siente como se llena de paz. Es el primer día libre que tiene un mucho tiempo y siente como es refrescante y como la llena de paz.



Sigue caminando sin rumbo y sin ninguna idea de a dónde se dirige pero sabe que en este camino encontrará paz y tranquilidad, esa paz y tranquilidad que la rutina no la deja sentir. Camina hacia algo que parece un peñasco y cuando llega se da cuenta que está en la cima del mismo y que a su alrededor no se ve más que cielo y otras montañas que la rodean llenándola de la brisa y el sentimiento de que todo puede suceder. 



Decide acampar en aquel majestuoso lugar, junta ramas que encuentra en el bosque y hace una fogata, se sienta en el borde de este peñasco a ver el anochecer, lleno de colores intensos naranja, amarillo, rosa, verde, todos los colores están allí. Cuando esto termina se acuesta al lado de la fogata a esperar el amanecer. 

Sin darse cuenta ya es de día y la despierta un sonido como de ramas que se quiebran, al abrir sus ojos ve frente a ella toda cantidad de animales del bosque ardillas, conejos, ciervos y se da cuenta de como su paz interior llama también a otras criaturas, se despierta y camina de vuelta a la rutina, pero jamás olvidará eso que vivió allí esa paz que esa caminata en medio de la nada y sin rumbo fijo solo siguiendo a su corazón perdurará por más tiempo del que cualquiera pueda imaginar.

08 marzo 2011

El día en que todo puede suceder

Los caverneros se encontrarán esta semana con "alguien" que tiene el poder de cumplirles todos sus deseos. Ellos podrán escribir acerca de lo que se desencadenará en este día tan especial. Con cuidado. Pueden surgir deseos de lo más peligrosos.

07 marzo 2011

Clarissa en la sexta avenida

Por Julio Urízar Mazariegos


¡Hubo un momento en que no supe si eran burbujas con plumas o palomas de cristal! ¡No lo supe! Junto a los feligreses que salían en desbandada, el hombre se posó en el tercer escalón de la catedral, y desde allí sopló. La vi de lejos, desde el Portal, entre este enjambre de colores que los dedos de los niños luchaban por reventar, su figura quebrada en jabón, y entre el aleteo que desde arriba del templo cayó como si aquel día el cielo decidiera imponer una muralla de arrullos ante mí, mi figura de plumas, ella comenzó a desvanecerse. O es que acaso la iglesia se derrumbaba en palomas y entre las espirales del aire V. no fuera algo más que un espejismo. En cualquier caso, di un paso, pero el intento fue truncado por esas bestias con plumas. Querían atacarme y en sus voces distinguí un afán por no dejarme pasar. Ella las controlaba. De algún modo me decían que no la siguiera, que de nada iba a servir, pues después de todo ella no era una escritora de verdad. Sólo era una lámpara apagada, con la pantalla rota. Su mirada melancólica debajo de la fuente, distante y extraviada en sus tormentos, me hizo dudar de sí en realidad era a mí a quien se dirigía con su loca palidez o tan solo estaba allí, había aparecido allí, en una de sus ciegas andanzas por la calle y por los campos. Sea como sea, su silencio y su ira andaban aquel día en el parque central de la ciudad de Guatemala, y yo, buscándome, no pensé que fuera a encontrarla allí. Quise correr para alcanzarla pero el hombre volvió a soplar, las burbujas se amurallaron ante mí, las palomas continuaron desmoronándose desde las cúpulas azules, un autobús se detuvo a media calle. Era como si cada movimiento mío fuera el aliciente para que el mundo se pusiera en guardia. Ella llevaba un abrigo, pero aún con él, su cuello de cisne atormentado dejaba traspasar su debilidad. Esa debilidad material, que en nada se parecía a su mirada, que aunque frágil, me aterrorizaba tanto como para querer llegar hasta ella y sostenerme de los broches de su abrigo. Casi parecía una paloma más, gris pero con colores que sólo se dejan ver cuando ella optaba por ponerse debajo del sol. Más era cauta y tímida, prefería las sombras, aunque en algún extraño rincón de su mente le agradara ser vista, imaginándose como un pavo real. Sigue allí. Si no quisiera verme ya hubiese escapado. Escucha algo. Sus ojos saltones dicen que escucha voces. Un rey la espía, quizás desde alguna ventaba del Palacio. Ese rey no soy yo. Yo no soy ningún rey. Está a punto de echarse a correr. Se lanza detrás de la fuente, casi cae al agua, apestosa a orines. El Palacio como fondo de su figura le husmea las piernas delgadas. Está desnuda. Debajo del abrigo no hay más que piel, piel delgada por los días en cama y la ira, la ira y la tristeza. La persigo. No puedo perderla. Las palomas nos siguen. Dicen algo pero yo no les entiendo. Todavía no les entiendo. 

Sus huellas son papeles. Los defeca mientras corre. Trato de recogerlos y leo las primeras líneas. Son cartas. Dice en ellas a un tal Leonard que no puede, que está cansada, que no sabe qué le pasa. En otra anuncia a Vita que está exultante, que ayer se vendieron muchos libros. Una está en perfecto griego. No sé griego.

No leo más. Casi la pierdo al otro lado de la Biblioteca Nacional. Se escurre como un gorrión que quisiera huir de una pradera donde le acechan toda clase de alimañas, buitres tal vez. O guacamayas engañadoras. El pelo se le escapa de su rostro perfecto. Ella es el ave, su nariz es la de un pájaro que quisiera no cansarse nunca para no dejar de volar. No obstante, cae al pozo, en caída libre, y las voces regresan, el rey la espía. Pero yo no soy ese rey, solo la veo, sólo quiero alcanzarla. Tal vez esté asustada, no sabe cómo ha aparecido aquí.

Cruza por la esquina. ¡Espérame! Hemos llegado a la Calle Real. La veo irse lejos, entre las tiendas y los árboles. Las palomas nos han dejado en paz. Ahora son las personas. ¡Son ellos los que no nos dejan correr! ¡Volar! Choca con un carruaje, el niño llora. Luego con una madre que va apresurada con el canasto de compras, preocupada porque es tarde y su marido llegará con hambre. Una mujer con un ramo de flores le grita “loca” al pasar empujándola por accidente. Ella es la normal, la que se dirige a su casa porque esa noche hará una gran fiesta. V. no entiende por qué le llama loca. Yo tampoco. ¡Es V. la que vuela, la que intenta volar! Yo también trato de aletear detrás de sus pasos. Tropiezo también. Choco con un hombre apuesto. Lleva de la mano a su pareja. Me grita que soy estúpido. Él es normal. Se dirige a su casa porque esa noche irá a una gran fiesta, beberá cerveza con sus amigos, comentarán sobre automóviles, sobre fut bol, pasará horas ante el espejo eligiendo la camisa que resalte sus hermosos pectorales, caminará erguido haciéndolos brincar y cuando todo termine, se llevará a aquella copa vacía a la cama. Y no entiendo porqué me llama estúpido. V. tampoco. ¡Soy yo quien trata de volar!

Corro tras ella. Sigo mirándole tan sólo la mitad del rostro. Pocas veces se lo he visto entero. Es casi como si tan sólo existiera la mitad de V. Parece más segura, ha remontado el vuelo. Yo la veo elevarse. Ya no podré alcanzarla. 

Entonces escucho voces. Al lado del gorrión pasa un zeppelín, casi choca con él pero V. sabe volar. ¡Ya sabe volar! Sin embargo, abajo, de súbito, todos gritan que va a caer la bomba. ¡Y lo hacen en inglés!

Una explosión. Luego del humo, veo que la sexta ha dejado de ser. Sin saber cómo, corro por una calle larga y secreta a mi conocimiento. Las tiendas siguen allí. Un tranvía pasa a mi lado. Aquello es Bond Street. Estoy en Londres.

No sé a dónde me dirijo, pero sigo detrás el pájaro que aun es un punto en el cielo, una marca en mi pared de pensamientos. Luego aparecen los jardines, repletos de claveles, de claveles rojos, y también hayas y fresnos, pero sobre todo los claveles. Un muchacho se me acerca en un enorme caballo. La bestia es gris pero hay algunos atisbos de arcoíris en su pelaje, similar a las plumas de una paloma, como los remolinos de una burbuja. El hombre, en el escalón de la catedral, sigue soplando para que los niños se diviertan.

Se apea para darme una carta. No le conozco. Es apuesto y varonil, no como yo, insignificante, al que cualquier espejo tiene consideración en odiar. Se apea del caballo para darme la mano, la estrujo con temor a ensuciarla con mi despreciable sudor. Me dice que viene a despedirse, que no va regresar pues se va a la India. Me entrega unos papales. Anuncia que son las ideas que he recolectado desde que éramos niños, desde que el sol naciera entre las aguas del mar, entre las olas. Espera leerlas algún día, transformadas en totalidad, aunque no vaya a volver pues me dice con algarabía que se moriría en un accidente, se caerá del caballo. Me llama Bernard; pero antes de decirle que ese no es mi nombre, su compañero se pasa por debajo de sus piernas y ya en su grupa, aquel extraño se aleja entre los árboles como un caballero medieval que fuera a luchar luego de haber entrenado los últimos meses para la gran conquista, jugando al criquet y enamorando jovencitas en los crepúsculos. Trato de seguirle para preguntarle a dónde ir, para saber cómo voy a regresar a Guatemala. Pero entonces sale V. de su escondite entre las ramas. Sale desnuda. Ya no necesita del abrigo. Es demasiado pesada por sí misma. Su vida es inaguantable, de plomo, como para seguir cargando con ella. Ya no brilla. Había resplandecido tanto, aunque odiara y amara brillar a la vez. ¡Pero ya no brilla! Las cartas siguen cayendo detrás de ella. Las últimas con trazos ininteligibles. Salimos de los jardines. Hay un río allá enfrente. No, no es un río. Es un barranco. Barreras de metal impiden el paso a los suicidas. Las laderas repletas de casas pobres. He regresado. ¿Pero qué hace? Ya no puede volar, ya no. Cree que tiene sus alas puestas, pero las ha dejado tiradas con el caballero que me llamó Bernard. Un perro se acerca a ser testigo de la tragedia. Tal vez él sea el único que la narre después. V. se sostiene de los inútiles alambres. Me mira de nuevo, su nariz perfecta, sus cabellos exhaustos, un único ojo esmeralda, la mitad de su rostro que no existe del otro lado, toda ella encierra una locura incapaz de seguir soportándose. Se lanza. No puedo hacer nada. Desde el puente el Incienso veo como una figura femenina cae dejando atrás una nube de papeles, escribiéndose solos en el aire que se traga sus últimos pensamientos. Esos pensamientos que en demasiada cantidad la tenían destinada a volar alto y caer cada vez más duro. Aquella era su última caída. Tal vez todo hubiese sido diferente si hubiese sido una mujer normal, si remendara la camisa rota de su marido, si supiera tocar el piano, cabalgar con las piernas juntas, bordar angelitos, si supiera francés y no griego, si hubiese ido desde el principio a comprar las flores.

La veo caer. El gorrión desaparece en la profundidad sin que pueda volar otra vez. A mis espaldas las montañas se abren para dejar a la vista las costas británicas. Es un mar melancólico, de un color que nunca antes he visto. Llora. Ante él un faro me ofrece posada. Dice que vaya hacia él. Pero todavía no puedo volar. He de buscar, mejor, la manera de regresar a mi casa. Todo ha terminado. 

O quizás no. Aturdido, pienso que quizás mañana, al despertar, descubra con horror que una reina me espía desde las sombras, o que los zanates, desde la ventana, susurran en un idioma que no es el mío. En kiche´ o peor aún, en griego. Y tenga que salir, huyendo de la normalidad, deseando y odiando la normalidad, con mi abrigo puesto y en los bolcillos, mi propia sepultura, un cargamento de piedras para hundirme más rápido en las aguas del inmanente río Ouse.

05 marzo 2011

Complicación Culterana

Por Pablo De la Vega


En luenga trama hallose furibundo,
bardo nocturnal, meditabundo;
celoso andar con cada paso se tejía,
célere de noche, cuando parsimonioso al día.
Denuestos emergían de su boca:
nombre profano es cutis de roca,
e imprecación dolosa, cancioncilla
que este poeta presenta cual letrilla.
Andando do empíreos son tortuosos
y los claros caminos majestuosos,
topose luego con cierto mozalbete,
imberbe burdo disfrutando de la quiete.
Intercambiaron sus miradas, torva una trocase,
la otra diurna y centellante presentase.
Ésta, pomposa emanación de sus candores
en divinal exultación de trovadores  
y la otra, nigérrima, universalidad oteada
en cualquier paupérrima alma denostada. 
Jocoso el niño menciono al letrado
una pregunta que trastocó su estado:
-Doctor, si oro al oro es y lino al lino
¿cual es más valioso, cuál más fino
comparándolos con rosas y claveles,
arboledas exímias y laureles,
para los ojos que ora lo vislumbran
como lampíridos en el camino alumbran?-
Aedo pensando es lira iluminando,
callando a cuanto bellaco hablando,
pues charlatán sutilmente es sofista
con deleble pluma, fracasado artista;
a estos falaces, el escriba verdadero,
en el caligráfico estilo de su fuero
corrige para enseñar lo que es verídico
pregonando la esperanza a lo fatídico.
El, respondió entonces, culterano
a la cuestión que formuló el aldeano. 
-De lo humano, la vida, antonomasia,
empero, a guisa de paronomasia,
es confundido con el término mundano,
metamorfoseando lo tosco por lo sano.
Por lo que culta y sonora, cosa agreste
parécese motiva, vitalista aqueste,
pero la vida es vida y vale más por vida
y no dádiva sea vida, por más que se le pida.-
Corta cortó el canario la corteza,
y el orto apartó con cálida presteza,
la nocturna nubosidad de la ignorancia
aparecida en mientes, cual estancia
en la que se aparca meretriz lozana.
Parece apetecible, pero no más sana.
Siguió el hombre calvo su camino,
y siguió el aficionado su destino.
Si yo soy este aficionado esteta,
¿quién será el que me habló, poeta?


03 marzo 2011

Mi Viaje En Su Locura

Por José Andrés Ochoa
Es intrínseco del ser humano imaginar. Actuar con la razón también lo es. Por hoy quiero
hablar de la imaginación. Y es que en esos momentos en los que nuestra realidad no nos hace
feliz, nos ha decepcionado, o simplemente nos aburre, entra en juego la creación de ideas. No hay
que ser destacado filósofo para indagarse y generar propuestas alternas a lo que nos rodea. “¿Y
si?... ¿Será que?… ¿Qué habría pasado si?” Preguntas mundanas. Preguntas valiosas.

¿Y aquel hombre que se atreve a imaginar sin límites? Muchos les han llamado locos.
Personas que actúan sin uso de la razón, ajenos a su realidad y contexto. ¿Pero si la razón y la
imaginación son propias del ser humano, debe privarse de una de ellas para sobrevivir? Suena
tonto e irracional, ¿no?

Pero no vengo a hablarles de filosofía. Sobre viejos y extensos postulados de hombres
locos que utilizaron la razón. No quiero complicarles la existencia, queridos amigos. Hoy dije que
iba a hablar de la imaginación. Así que me decidí a imitar esos pasos de visualizar imágenes en mi
mente. Me alejé de este mundo que en ocasiones me decepciona, en otras me entretiene. Me
recosté en un sillón. Coloqué música compuesta por el director inglés Howard Shore, cerré mis
ojos e imaginé.

Cuando abrí mis ojos, él estaba sentado junto a mí. Probablemente, él fue de los más locos
que ha puesto pie en la Tierra. Pero tenía gran razón de serlo. Era justo que, luego de haber vivido
en uno de los rincones del mundo, donde la discriminación y la pobreza contrastan con la belleza
natural; y después de luchar en trincheras contra las Potencias Centrales en la Primera Guerra
Mundial, viviendo las crudezas de las sangrientas batallas y ver caer a sus fieles compañeros
muertos por una bala, su imaginación no tuviese límites.

No quise entrar en detalles en nuestra conversación. Sé que dio clases del idioma inglés en
la universidad de Oxford. Con esas facultades e intelecto, debía ser un hombre correcto. Fiel a la
razón. Pero no, no podía ser así.

Degustábamos de una fría y espumosa cerveza. –“¿Quieres ir a caminar por mis tierras?”-
me dijo en tono seguro y con una sonrisa dibuja en su arrugada cara. No respondí, mas sólo
me apuré a beber de mi vaso y me levanté con gran ímpetu. Él entendió. –“Cierra los ojos, y di
mellon”. Lo exclamé con la mejor pronunciación posible para evitar malinterpretaciones. De nuevo
levanté mis párpados, con mi corazón latiendo al ritmo de un tambor digno de los Uruk-hai. Mi
impresión fue tan grande, que no mencioné palabra alguna. Me dediqué a admirar. Él comenzó a
expresarse, y yo escuchaba mientras mis ojos giraban para no perder detalle.

“Es aquí donde vengo a caminar cuando me siento inquieto. Me encantan estas praderas,
¿sabes? La Comarca es un lugar hermoso, y sólo podía pertenecer a gente tan noble y cariñosa
como los Hobbits. Así debería de ser. A las personas que tengan la intención y demuestren amistad

y solidaridad, se les dé la oportunidad de vivir en lugares tan privilegiados. Podrás notar que eso
sucede en la Tierra Media. A los sanguinarios orcos se les ha destinado a vivir bajo las montañas, o
en oscuros valles como el de Mordor.

“A los inteligentes y sensatos Elfos, que saben que el valor de la naturaleza es más
grande que ellos mismos, se les ha proporcionado grandes y vastos ríos de agua pura. Árboles
que refrescan, y que cubren del frío cuando es necesario... ¡Claro! Elementos tan maravillosos
como las plantas deben ser protegidos con gran profesionalismo. Por eso, los Ents actúan como
fieles guardianes de los bosques. Las bellezas que dan vida al mundo deben cuidarse... Los
enanos, tan fieros y intrépidos para aplicar sus habilidades, se les entregó riquezas. Son seres
que corresponden a su familia, así que tenían todo el derecho de atenderla de la mejor manera
posible.

“Los hombres. ¡Bah, los hombres! Ellos mismos se buscan el sufrimiento. Una raza
destinada a ser la mejor, pero su uso de razón en cosas innecesarias les ha hecho vivir con tantas
tristezas. Aún hay pocos de noble corazón, y se ve recompensado en sus grandes victorias ante el
mal. Son seres tontos, pero que nunca temen a amar. “

Se detuvo y tomó grandes bocanadas de aire. –“No te olvides de respirar mucho aquí.
Recuerda que este aire es puro.”- Seguí su consejo. Pude entonces reflexionar de ese momento.
El cómo respirar, por ser algo tan cotidiano, ha perdido su valor. El hecho de tomar oxígeno para
vivir, nos debe también hacer pensar en que sin lo que nos rodea, no somos nada. Comprendí
todavía más el valor de los árboles. Y de porque él había tenido tanto interés en crear un mundo
tan bello, donde el pasto era suave que hacía cosquillas a tus pies y los ríos nunca les faltaba agua
de manantial.

-“Puedes volver cuando quieras. Paisajes así no deben privarse a personas que se atreven
a imaginar como tú.”- Sonreí mucho. Tuve la intención de abrazarlo pero no quise parecer loco.
Corregí en el instante y le abracé. –“¿Ves como hay de humanos que aún valoran los gestos de
amistad? Gracias, amigo. Ahora, debemos volver. Se hace tarde y los lobos deben salir a pasear.”

Abrí mis ojos. Volví a la comodidad de mi sala. Me sentí energético. Así como una cerveza
del Pony Pisador. Me levanté, salí a mi patio a respirar por largo tiempo. Fui por un vaso de agua,
no tan fresca como la de Rivendell. Me dirigí a mi habitación, tomé mi libro y comencé a viajar
de nuevo en sus páginas. ¡No podía terminar el día sin saber qué sucedería a la Comunidad del
Anillo en su incursión a Lothlorien! Me acomodé en mi cama, y antes de empezar mi lectura
reflexioné: “John Ronald Reuel Tolkien debió estar loco. Pero la mayoría de genios lo están. La
próxima vez que le visite le llevo un poco de tabaco. Sé que le gustara.” Pueden acusarme de
extraño o ingenuo. Pero si algo vive en mi imaginación, existe para mí. J.R.R Tolkien plasmó sus
bizarras y originales ideas en 5 libros. Nos invita a su mente y a buscar alternativas a la sociedad
que nos rodea.

Quisiera seguirles escribiendo, pero Frodo, Aragorn y compañía me llaman… ¡Ah! Y Tolkien
dice que pueden invitarle a una cerveza cuando deseen.

01 marzo 2011

Encuentro con el escritor favorito

Esta semana los exploradores se encontrarán en la Caverna con su escritor favorito. Veamos, pues, qué sorpresas surgirán a partir de este notable acontecimiento. En estas profundidades pueden pasar las cosas más extravagantes, así que quienes se han adentrado tendrán que ser más precavidos que de costumbre. Una vez me encontré con Miguel de Cervantes y el hombre casi me mata del susto. Pero dejaré que sean los exploradores quienes cuenten sus experiencias.