Carta

Por José Andrés Ochoa

 

Guatemala, marzo de 2012

Apreciado amigo:

Es probable que en el momento que recibas esta carta sea demasiado tarde. Es, sin duda, un reflejo de lo que nuestra amistad ha reflejado durante su duración. Acudimos el uno al otro cuando ya era tarde. Lo bueno, es que sabíamos que esa atrasada ayuda llegaba con la fuerza necesaria para unirnos más. Tú lo sabes.

No olvides. Como aquel día en que estábamos en el ejército. Desaprovechando nuestra juventud en helados catres y empolvados fusiles. Me dijiste que te rebelarías. Que no soportabas la incompetencia de un gobierno sumiso al imperio americano. No te creía. Dejé que te fueras. Me quedé, pensando en que la indiferencia es un cáncer en este país. Te seguí dos días después y maté a dos soldados que te seguían cerca de Salamá. Me recibiste con un abrazo.

No olvides. Se firma la susodicha paz y volvemos a lo que queda de nuestros hogares. Decides trabajar con aquellos, que te ofrecen delinquir. Me niego a unirme. Voy a mi casa, donde me hundo en la miseria ante mi pobreza y soledad. En el día que estaba dispuesto a halar el gatillo, apareciste en mi sala con dinero y comida. Me alimenté, conseguí un traje y busqué empleo. Me salvaste de la perdición, amigo. Llegaste tarde, pero llegaste a tiempo.

Es hoy que dejo esta carta aquí. No puedo más que leerla y que la escuches allí abajo. Caíste en esa ola de delincuencia a la que nunca pudiste salir. Nunca intenté ayudarte como debía. Caíste en una de esas balaceras por disputa de territorio en la que tus veteranos reflejos no supieron responder. Dos balazos cegaron tu vida, y no pude rescatarte esta vez.

Pero espero que ahora, con esta distante ayuda, que es recordarte que te quiero, puedas descansar en paz. Que nuestra amistad vale. Es tardada, pero siempre puntual. Es amistad, y ya te digo, que de nuevo me retrasaré en verte. Con certeza, sé que nos veremos pero más tarde. Claro, puntual.

Tu amigo del alma,

Yo.