Por Oscar Cordero
Mi vida nunca fue de lo más feliz, nunca le pude encontrar su verdadero
significado. Es más, para ser honesta mi infancia no fue igual a la tuya, nunca
escuché una palabra amable o un buen consejo de mis padres.
Yo me dedicaba a tortear junto con mi mamá y unas vecinas. Era algo duro
pero no tenía más opción. Aún recuerdo aquellas mañanas de invierno en las
cuales tenía que acarrear agua para las princesas y príncipes de mi casa. Mi
madre que en paz descanse era un tanto indiferente hacia mí y no me buscaba si
no fuera para lavar ropa o para cocinarle a mis hermanos. Y es que mi madre fue
una santa, viviendo siempre a costas de aquel desgraciado que le provocó esta
maldita enfermedad que la consumió por dentro, todo por el vicio estúpido del
alcohol y el famoso machismo que se hace presente cada vez más en los hogares.
Ahora con mis 19 años me sentía ya capaz de valerme por mi cuenta, ya nadie
más me mandaría y podría hacer de mi vida lo que a mí se dé la regalada gana,
al fin de cuentas ya soy mayor. Creía que la vida era un periodo de tiempo, en
el cual se es libre de hacer lo que uno quiera, pero esta idea me llevó a mi
cruel destino.
Me despierto en una de esas sucias calles, tirada junto a la basura con un
fuerte dolor de cabeza como si alguien me hubiera disparado en la cabeza, mis
brazos los siento dormidos y a mis piernas les cuesta caminar, siento como si
decenas de agujas pincharan sobre mi piel. Mas no encuentro explicación para
haber aparecido tirada en el suelo, a lo mejor fueron el par de cervezas que me
tomé la noche anterior con mi novio. Y el muy desgraciado ahora me deja con un
perro en la calle.
Me dispongo a marchar hacia mi casa, el dolor de cabeza y cuerpo son
insoportables, sólo espero que mi padre no haya agarrado otras de sus famosas
borracheras, porque juro por Dios que ahora si le rompo la trompa. Sigo
caminando cuando veo a lo lejos un grupo de gente reunida en círculo,
contemplando algo. Me acerco, de a poco
me voy metiendo entre las personas, logro ver la cinta amarilla, al parecer los
del Ministerio Público aún no han venido. Cuando por fin me logro erguir de
entre la multitud logro apreciar la realidad. Voy viendo de a poco y me
encuentro con algo que parecía una pierna, mis ojos siguen el sendero de sangre
y sigo viendo la pierna, más adelante se encuentra la otra pierna, junto a un
tonel. Mis ojos suben por donde la sangre aún fresca gotea y veo dos brazos
atados en medio del tonel, la cuerda que los sostenía seguía ascendiendo hasta
encontrar aquello. Ahí con la boca abierta, con un disparo en la frente y los
ojos aún llorosos encuentro una cabeza y mi corazón me dice que esa soy yo.
1 comentario:
Qué impactante tu cuento. Aunque ya me parecía que ella iba a encontrarse muerta a sí misma. Es como el de de María Fernanda Sandoval, alguien que no sabe que está muerto. Pero más allá de eso rescato la manera tan sucinta en que describís la vida de perros que llevó esta mujer así como el uso de expresiones guatemaltecas que dotan a este relato fantástico de realidad social junto al hecho del asesinato.
Uno puede imaginarse bien a esta mujer.
Aunque no esté en forma de diario me parece que es un buen texto.
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