20 febrero 2012

Diario de un dolor esperanzado


Por Astrid Ávila

18 de febrero de 2012

Hoy abrí los ojos, la mañana estaba soleada, pero lo único que yo podía sentir era el frío que aumentaba el dolor de mi cuerpo delgado. Con mucho esfuerzo me levanté a pesar de que me lo habían prohibido, pues quería ver la belleza del azul del cielo, y lograr que unos cuantos rayos de sol bañaran mi cuerpo, antes de ir al hospital.
Cuando iba de camino hacia mi ventana, entró mi madre a la habitación y me dijo: “¿Cómo se te ocurre hacer semejante cosa? No ves que estás delicado. Podrías haberte desmayado, y nadie habría estado cerca de ti para ayudarte.”
Siempre es lo mismo, estoy aburrido de no poder hacer las cosas por mis propios medios. ¡Sólo falta que alguien tenga que respirar por mí! Además estoy cansado de ver en las personas miradas de lástima, o peor aún de desprecio, por lucir ojeras en los ojos, brazos y piernas extremadamente delgadas, y una cabeza a penas con unos cuantos cabellos a causa de los tratamientos de la quimioterapia.
A las 10 a.m. tuve mi quinta sesión de quimioterapia, lo cual me dejó con muchas nauseas, y no tuve ganas de probar ni un bocado en todo el día. Como me rehusé a comer, los doctores decidieron alimentar mi cuerpo por medio del suero. Ahora me arrepiento de no haber comido. Mi mano izquierda tiene un morete del color de una uva, y con la derecha apenas y puedo escribir con la letra algo temblorosa.
No quiero dejar de escribir porque es lo único que me ayuda a desahogar mi dolor, aquí escribo lo que pienso y lo que siento desde lo más profundo de mi ser, y al expresarme encuentro una forma muy peculiar de colmarme de fuerzas para seguir adelante.

19 de febrero de 2012

Hoy regresé a mi hogar, como a eso del medio día, pues las campanas de la iglesia estaban llamando a la misa de las 12:00, cuando giraba la perilla de la puerta de mi cuarto. Luego de una hora de estar ahí  sirvieron la comida, todos estaban sentados a la mesa, y yo como era lo usual estaba acostado en mi cama. Me llevaron el almuerzo, y esta vez decidí comer con mucha dificultad mi platillo favorito, que se ha convertido poco a poco en algo más parecido a un purgante.
Más tarde vinieron a verme mis tíos y mis primos, cosa que no harían tan seguido si no estuviera enfermo, pues sólo vendrían a visitarnos para los cumpleaños o los descansos. De cualquier forma me gusta que vengan mis primos, porque es una forma de distraerme con juegos de mesa o viendo alguna película todos juntos. Presiento que algunas veces ellos se aburren, y les gustaría salir a jugar fútbol al patio, pero aún así nunca me dejan sólo.
Ya entrada la noche, recibí una llamada de una persona que vive muy lejos pero que es muy cercana a mí, hace tiempo que no llamaba, y eso me hizo muy feliz. Era mi abuelo y me hizo una promesa que estoy seguro que va a cumplir.

2 comentarios:

María Fernanda Sandoval Ayala dijo...

Es fascinante como se puede adivinar lo que prometió el abuelo. Me sensibilizó el diario, me conmovió, me hubiese gustado leer más.

JuLio Urízar dijo...

A mi también me hubiese gustado leer más. Aunque la promesa del abuelo le de algo de misterio. Es curioso que el segundo texto que se publica esta semana también sea sobre una persona con cáncer. Sería interesante profundizar en la psicología de este personaje, un diario es algo íntimo y bueno, no me parece tan íntimo después de todo. Estoy seguro de que este personaje siente muchas cosas más de las que dice.