22 octubre 2011

El Cerdito

Por Pablo De la Vega

Juan Carlso Onetti (1909 - 1994) es, tal vez, no un escritor condecorado, pero sin duda uno de los más prestigiosos de América Latina. Su obra abarca tanto cuento como novela, dónde destacan sus novelas La Vida breve y la trilogía de Santa María. Tuve, tiempo atrás, la oportunidad de leer El Astillero, y déjenme comentarles que la experiencia fue enriquecedora, ya que su prosa es dulce, pero al mismo tiempo, cargada de la nostalgia sentimental de su contexto. Él, como autor, es capaz de concordar el subjetivismo de los personajes con la lírica en el texto, creando mordaces, nostálgicos e irónicos textos plausibles alrededor del mundo. Sin duda uno de los más prestigiosos escritores uruguayos que haya existido. Este texto "El cerdito", contiene toda la fuerza irónica y literaria que caracteriza al autor, al mismo tiempo que funge como crítica social a la misericordia humana. ¡Disfruten de este téxto y cuidado con querer llenar el Cerdito!

El Cerdito 
Juan Carlos Onetti


La señora estaba siempre vestida de negro y arrastraba sonriente el reumatismo del dormitorio a la sala. Otras habitaciones no había; pero sí una ventana que daba a un pequeño jardín parduzco. Miró el reloj que le colgaba del pecho y pensó que faltaba más de una hora para que llegaran los niños. No eran suyos. A veces dos, a veces tres que llegaban desde las casas en ruinas, más allá de la placita, atravesando el puente de madera sobre la zanja seca ahora, enfurecida de agua en los temporales de invierno.

Aunque los niños empezaran a ir a la escuela, siempre lograban escapar de sus casas o de sus aulas a la hora de pereza y calma de la siesta. Todos, los dos o tres; eran sucios, hambrientos y físicamente muy distintos. Pero la anciana siempre lograba reconocer en ellos algún rasgo del nieto perdido; a veces a Juan le correspondían los ojos o la franqueza de ojos y sonrisa; otras; ella los descubría en Emilio o Guido. Pero no trascurría ninguna tarde sin haber reproducido algún gesto, algún ademán de nieto.


Pasó sin prisa a la cocina para preparar los tres tazones de café con leche y los panques que envolvían dulce de membrillo.

Aquella tarde los chicos no hicieron sonar la campanilla de la verja sino que golpearon con los nudillos el cristal de la puerta de entrada, la anciana demoró en oírlos pero los golpes continuaron insistentes y sin aumentar su fuerza. Por fin, por que había pasado a la sala para acomodar la mesa, la anciana percibió el ruido y divisó las tres siluetas que habían trepados los escalones.

Sentados alrededor de la mesa, con los carrillos hinchados por la dulzura de la golosina, los niños repitieron las habituales tonterías, se acusaron entre ellos de fracasos y traiciones. La anciana no los comprendía pero los miraba comer con una sonrisa inmóvil; para aquella tarde, después de observar mucho para no equivocarse, decidió que Emilio le estaba recordando el nieto mucho más que los otros dos. Sobre todo con el movimientos de las manos.

Mientras lavaba la loza en la cocina oyó el coro de risas, las apagadas voces del secreteo y luego el silencio. Alguno caminó furtivo y ella no pudo oír el ruido sordo del hierro en la cabeza. Ya no oyó nada más, bamboleó el cuerpo y luego quedó quieta en el suelo de su cocina.

Revolvieron en todos los muebles del dormitorio, buscaron debajo del colchón. Se repartieron billetes y monedas y Juan le propuso a Emilio:

-Dale otro golpe. Por si las dudas.

Caminaron despacio bajo el sol y al llegar al tablón de la zanja cada uno regresó separado, al barrio miserable. Cada uno a su choza y Guido, cuando estuvo en la suya, vacía como siempre en la tarde, levantó ropas, chatarra y desperdicios del cajón que tenía junto al catre y extrajo la alcancía blanca y manchada para guardar su dinero; una alcancía de yeso en forma de cerdito con una ranura en el lomo.
FIN

2 comentarios:

JuLio Urízar dijo...

Qué cuento más miserable, es decir, todo lo que aparece en él es paupérrimo y esta pobreza resulta haciendo a los seres aparentemente más inocentes unos criminales. Es una realidad que siento muy cercana y el cuento, realista en su totalidad, cuenta lo ruinoso del asunto de una manera tan fría y desapasionada que creo que ese es su mayor logro, crear una atmósfera de violencia desde una aparente paz inicial y continuar contándolo con ese tono indiferente, como acostumbrado a que esas cosas sucedan. ¿Será el cerdito sólo una referencia a la alcancilla? ¿no serán también unos cerdos esos niños? no pero no es culpa de ellos, es la pura necesidad ¿será entonces es el dinero, la sociedad, el mismo narrador? No sé, no creo que este cuento sea tan simple, creo que esconde algo más, tengo que volver a leerlo

Unknown dijo...

Cualquier cosa es justificable con la excusa del hambre y pobreza; sin embargo hay cierto sentido del bien y el mal que lo hace inaceptable. El problema es que si nadie les enseña este sentido desde el comienzo de sus vidas, es muy difícil que lo desarrollen después.
En cuanto a lo del cerdito....si los criaron como cerditos, en medio del lodo y suciedad del mundo, sin ponerles mucha atención y tenerles mucha consideración; eso es eventualmente en lo que se convertirán. O en el caso de estos niños, lamentablemente ya se están convirtiendo.