15 abril 2012

Puerto Fluvial


  Por José Andrés Ochoa
La carretera al Atlántico cede dos opciones. Es en El Rancho, ese pueblo que albergan vendedores de piernas de gallina con tortilla, donde decides si adentrarte a Baja Verapaz -a la izquierda- y a Izabal -recto. Panzós, ese Puerto Fluvial del Polochic, se encuentra geopolíticamente en la mitad. Depende del viajero, si tomar la primera opción, que ofrece una carretera cobijada por el bosque nuboso y las húmedas tierras de Tactic y Tamahú. O, la segunda, que recorre tímidamente el oriente nacional, pasando por Zacapa y llegando a Izabal, para luego cruzar hacia el destino.
Panzós está en la mitad de ambas rutas. Cobija rasgos tan propios como de Izabal y Alta Verapaz. La cultura q’eqchí, en su fluido lenguaje, es la raza predominante en el municipio. El calor, también, es algo muy presente. Ante la falta de carreteras pavimentadas, el polvo que levantan los tuc-tuc y los camiones se adhiere fácilmente al cuerpo, que suda sin cesar a partir de las 11 de la mañana.
Sin embargo, sus pobladores están despiertos desde hace mucho. Las seis de la mañana es la hora preferida, y por lo general no distinguen entre los días de la semana. Tal vez el día dedicado a la religión, sea sábado para el culto o domingo para misa, en donde se reúnen y realizan actividades distintas a la cotidianidad. Porque, desde su temprano amanecer, tanto pequeños como adultos se preparan para una jornada de trabajo más. Los niños -los más afortunados- podrán ir a la escuela. Otros deberán ayudar a su padre a llevar los esquejes de madera. Las madres, si no están cuidando a los recién nacidos, bajan al pueblo al vender algún producto. En especial el jueves, el llamado día de mercado.
Y es que así parece que es Panzós. No facilita grandes alternativas para sus habitantes, que en la mayoría q’eqchís, además de la pobreza, se ven obligados a trabajar. Los jóvenes son quienes aprovechan con más frecuencia otra de las virtues de la región. Pues sí, porque es Puerto Fluvial, y además de montañas y vegetación, son los ríos los que rodean frescamente Panzós.
Boca Nueva, Cahaboncito, Poza Azul, Secaucú, Río Zarco. Los muchachos, que en ocasiones acompañan a su madre a hacer la lavandería, no temen de ponerse en ropa interior y nadar. Hacen eso, sin ninguna bebida en sus manos ni toallas para asolearse. Buscan alguna rama para saltar hacia el agua, o permanecer ahí mientras su señora termina de remojar los trapos. Pues es eso la forma más fácil de refrescarse en el municipio. Tal vez que, panzoceño que no sabe nadar, al final no lo es.
                Pero sí lo es aquel que recuerda su historia. Que en grandes rasgos, parece repetirse. En 1978, cuando fueron masacrados cientos de q’eqchís en el parque y enterrados en una fosa común por solicitar tierra para vivir. Hoy, al costado del famoso Río Polochic, aún existen comunidades que en su precariedad sufren de desalojos.
                El turista no lo sabe, pero tal vez lo nota en la reserva de sus habitantes. Quienes al ver alguna cámara fotográfica, o algo que no va de acuerdo al paisaje, se agrupan y observan con precaución. Sin embargo, al entablar una conversación, se vuelven cordiales y hogareños.
                Ir a Panzós, Alta Verapaz, termina siendo eso. Desde decidir cuál de las dos rutas tomar, que enmarca con gran belleza el destino, hasta comprender la historia de los panzoceños. Quienes están dispuestos a reír, compartir un nado en el río, o una buena caldada de kak-ik –el platillo por excelencia del lugar. Eso sí, siempre que se les trate con respeto a los lugareños. Siempre que se esté dispuesto a absorber por el minimalista y hermoso municipio de Panzós.

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