22 abril 2012

Lejana


Por Francisco Juárez:

No, no se a donde ir, después de tanto tiempo de no volver a la ciudad, todo ha cambiado, parece que  todo se hubiese transformado, ¿o fui yo? ¿he cambiado tanto?, parece que me hubiese ausentado por años, tal vez un largo trecho, si, parece un sueño. ¿La encontraré aun? ¿estará sentada en el mismo pórtico, con su vestido blanco y su cabello largo? ¿será aún la niña que vi correr detrás de un auto?, no puedo evitar sentir ansiedad, no puedo evitar las preguntas, ha pasado tanto tiempo.
Debo buscarla, aún debe estar en la ciudad, aún debe estar sentada con su vestido, sus ojos deben permanecer clavados al cielo como aquel día de invierno, quien sabe si esperaba la lluvia, o el sol, pero sus ojos esperaban algo.
No me atreví a hablarle pues nunca la había visto, pero desde aquel día le visité, al menos con la mirada, siempre caminando por la misma calle, donde se encontraba sentada en el pórtico, o viendo a través de los barrotes del balcón.
Vivía en una casa con frontón blanco y buganvilias naranjas cayendo por el frente, calles de tierra mojada donde solía transitar poca gente, apenas música o niños, tal vez una que otra ave de paso, pero siempre una niña sentada en el pórtico, con vestido blanco, y yo visitándola con la vista, con los pasos lentos que intentaban saludarla desde el otro lado de la calle, escondiendo la mirada de puro muchacho, si de puro muchacho, éramos unos niños, su cabello negro y largo, y su sonrisa que nunca terminaba de definirse.
Fue poco tiempo el que la vi, y menos el que ella me vio, apenas un par de años, nos atrevimos a hablar tiempo después, y aquí estoy buscándola, cosas de la vida, uno se queda esperando siempre, mientras más se desea algo más se debe esperar, sí, cosas de la vida y de muchacho, de niño mas bien.
¿Me recordará?, ¿me reconocerá al verme?, ya estoy cerca de su calle, tanto caminar pensando, pensando tantas cosas que decirle, que contarle, sentarme a su lado al fin y permanecer allí y no marcharme nuevamente, quedarme para siempre.
Recuerdo levemente la última vez que nos vimos, recuerdos difusos donde intento cruzar la calle, un auto que no veo venir, apenas tenía quince años, no recuerdo sentir dolor alguno, pero recuerdo su rostro sobre el mío, llorando del susto, poco a poco todo se fue tiñendo de blanco, y yo no quería, sentía como  mi alma se desgarraba tratando de permanecer junto a ella, deseando verla nuevamente, enjugar sus lagrimas, decirle que todo estaba bien, que me sentaría junto a ella, junto a su vestido blanco y las buganvilias, y el blanco me cegaba lentamente, y el mundo se fue tiñendo de puro silencio y blancura, y no la vi mas, no recuerdo más.
 He esperado tanto nuestro encuentro, tantos años, ¿estará sentada en el pórtico, viendo al cielo, esperando el otoño, el invierno, o el verano?.
Ya estoy frente a su casa, no sé cómo llegué aquí pensando tantas cosas, no sé cómo puede ser la misma calle, si ella no está allí, si la sombra de la buganvilia abarca todo el muro, si las hojas  caen lentamente, y ahora que me encuentro frente a su casa, todo parece volver, su mirada, su primer saludo, los juegos juntos, y su voz. ¿Por qué no sigue esperando? ¿por qué no continúa viendo al cielo?, el pórtico vacio parece clamar su presencia, ¿o soy yo quien clama por ella?, ésas hojas secas que caen parecen trazar una alfombra a mis pasos, debo sentarme, pensar, recordar, ¿en dónde te encuentras? ¿en donde se mece tu vestido blanco al viento?, no siento el viento sobre mi rostro, no escucho las hojas caer, solo escucho tu llanto, y tus saludos, y tu voz que dice mi nombre, y la blancura que cegó mi cuerpo aquel día.
Es noche y no me he percatado en qué momento ha obscurecido, parece que todo hubiese cambiado, y veo a mi alrededor y todo continua siendo igual, pero ella no está, sin ella todo cambia, ¿o soy yo quien cambia? no lo comprendo, hay luz en su balcón, soy muy pequeño para alcanzar su ventana, pero, ¿mi cuerpo tampoco ha cambiado?, después de tanto tiempo, y el polvo se levanta junto al viento pero no molesta mis ojos, puedo verlo sin inmutarme, necesito verte, necesito tu voz diciendo mi nombre y tu cabello negro. Debo sentarme un momento, no se a que viene este cansancio, y solo tu recuerdo me hace continuar despierto, parece que quisiera dormir, dormir para siempre. Me recostaré en tu pórtico, esperaré a que vuelvas, mientras el viento levanta el polvo, mientras las nubes pasan por el cielo lleno de estrellas, mientras las hojas secas de la buganvilia caen, mientras sigan cayendo a través de mi cuerpo y no me toquen, mientras caigan y no las sienta... ahora lo entiendo, sigue siendo el mismo día.





1 comentario:

JuLio Urízar dijo...

Muy enigmático pero cargado de violencia interna. Creo, pero no estoy seguro (así que supongo que eso es bueno porque tu cuento me ha puesto a pensar) que se trata de un niño que ha muerto. Bueno, pero eso no importa. En este cuento lo que me ha impresionado es la descripción del escenario y la constante reiteración del mismo, las flores cayendo, el ambiente casi gris, las buganvialias, las naranjas, los árboles tristes, todo está cargado de una tristeza infinita y por eso dichas imágenes te han quedado muy bellas. Así mismo me llama la atención como integraste en ciertos lugares la segunda persona, de tal modo que es un cuento lleno de diálogo pero, aunque suene raro, sin diálogos. Es muy intenso y el final, a través de habernos dado la impresión de que ha pasado un largo tiempo, es sorpresivo y aún más enigmático, porque el tiempo es uno de los temas, y al final resulta que no ha pasado mucho.