22 abril 2012

Detrás de unos lentes de sol

Por María Fernanda Sandoval

La primera vez que la señora de la casa nos usó, fue una mañana de domingo, siguiente a una noche sin dormir. "En una cara tan bella no se pueden ver tremendas ojeras" le dijo él. Y nos regaló, muy bien empaquetados con el símbolo de la tienda más cara del lugar. Ella con una sonrisa se los puso, ¿me veo bien con ellos, no? preguntó mientras sonreía y abrazaba a su amado esposo. 

Tiempo después nos enteramos que esa noche en vela era culpa de él, y que si nos había elegido tan grandes y oscuros entre tantos parecidos a nosotros, tenía un motivo.  Fueron varias las noches de desvelos, pero la señora nos tenía guardados en el cajón. No tenía nada que ocultar. Si su esposo regresaba tarde tendría motivos para hacerlo. Ella se quedaba a esperarlo y lo recibía  de madrugada no importando que tan tarde fuera.

La noche que su esposo llegó bajó efectos de alcohol, sin esperar a que "se le pasará la borrachera" como aconsejaban sus amigos, lo supo... los motivos de tardanza no eran válidos. Su esposo repetía la misma historia que su suegro muerto años antes de cirrosis, un espectáculo en su medio, se enteraron todos y su pobre suegra a les tuvo que explicar. Fue el chisme del año, ella no podía repetir la historia.  Más lo hizo y al día siguiente, por la hinchazón de las lágrimas, empezó a usarnos. Los fines de semana empezaron a ser días entre semana, y nosotros aparecíamos cada vez más seguido. Los llantos en las noches fueron constantes y los gritos se hicieron constantes, también. 

Anoche sucedió, y parece que hoy no desparecemos a la mitad del día. Escuchamos el primer golpe, pero ella ni siquiera lloró. Se encerró en el cuarto mientras golpeaba la puerta y logró dormir, no le importaba demasiado. Dijo gente no se enteraría, y nos sacó del cajón, tan caros y glamurosos, como siempre, todo seguiría igual de siempre.  

En la calle nos miran, más nadie se atreve a preguntar que hay detrás nuestro. Un ojo morado, unas ojeras de espera y tantas lágrimas de resignación. No importa, nosotros sabemos aparentar.

1 comentario:

JuLio Urízar dijo...

Realmente es un cuento impactante y el final te quedó genial, porque es sorpresivo y si no fuera por el título, el efecto sería mejor pues nos toparíamos asombrados que nos están hablando unos lentes. Yo le cambiaría el título por uno que no hiciera referencia a los narradores. La historia no es nada nuevo pero el modo en que lo contás, a través de ir abriendo cajas chinas y darnos pequeños detalles sin explicarlos mucho de la vida de esta pareja, hacen que acumulemos esa información y reconstruyamos, al final del cuento, su miserable matrimonio. Contar eso a través de quien lo contaste es lo máximo. Personalmente me encontrado con muchas señoras que esconden debajo de los lentes los cuentazos de su marido. Y el hecho de que sea el marido el que la obliga a usarlos para "zafarse" en forma de regalito lujoso de "te amo, perdóname" refuerza la denuncia contra el machismo que intentás expresar. Gran cuento.