The Blind Girl - Sir John Everett Millais |
Le
aprieta la mano y es como una paloma que se pone a murmurar que pronto, pronto,
que la tormenta se acerca y que hay que darse prisa, picotear entre la hierba,
llegar a casa, pintar el camino con las huellas, antes de que se rompan las
nubes y se pongan a cantar.
Estoy
cansada, descansemos aquí. Esta radiante, lo siento en mis mejillas, el sol es
una golosina de canela, de esas que mamá nos daba cuando teníamos dinero en
casa: cálido y picante.
Démonos
prisa, hermana. Se acerca veloz como una sombra, los pastores recogen a sus
animales, los árboles comienzan a temblar.
Yo
sólo siento que los campos se doran como el pan. No te escondas debajo de mis
mantos, hermanita, como si el arrollo nos fuera a anegar. Escúchalo, se desliza
sereno, con los bordes llenos de montañas saciadas. Me lo dice esta brizna que
tengo aquí, ¿ves? El pan se dora en el horno y nosotras llegaremos a casa antes
de la lluvia ¿quieres una canción? Que se beba el suelo nuestro cansancio, se
está tan bien aquí.
Ay, me dijo el señor
Lo quéeee su corazón
quiera
Ay, mire usted
Condenado
¿No ve que soy ciega?
¡Ya,
viene, hermanita! Las nubes se dan latigazos. Dios las trae a pastar aquí.
Suenan…
suenan el arrollo y las palomas, las ruedas de las carretas, oxidadas de felicidad;
tus botas empolvadas, el polvo que se levanta y canta entre remolinos. No
viene, querida, no viene nada. ¿Qué otras cosas ves? Dime.
El
gris que todo lo cubre.
No
lo conozco, ¿qué ves?
¡La
villa, los fresnos, las palomas que picotean rápido, el arrollo que huye, las
sombras que van a devorarnos?
¿Qué
ves?
¡La
hierba que se agita, el frío que me llega hasta arriba, la preocupación de mamá
al ver que no llegamos!
Pero,
¿qué ves?
¡El
silencio de la tarde convertido en campanas que repican leche, las ramas que se
encojen para llamar a los pájaros, el reflejo del último sol entre las ondulaciones
del prado!
Me
aprietas muy fuerte. Escucha:
Le dije que se fijara
Que no se burlara de mí
¡Y
una mariposa! Se mueve tan suave como tu cabello, ¡es dorada como tu cabello y
como el sol!
¿Cómo
sabes eso?
Porque
se ha posado encima mío, igual que tú.
Tienes
los labios secos. Se te llenarán de surcos. Vámonos ya. El arrollo se quiebra
con las primeras gotas.
Se
está bien aquí. El sol está dorándonos. Somos dos panes de cebada inflándose de
alegría.
¡Vámonos,
hermanita, sobre las montañas ya está lloviendo, los pastores se han ido, todos
marchan ya!
Shh…
¡Vámonos
ya!
¡Shh…!
¿Qué
pasa?
¡Escucha!
¡No
escucho nada!
¿Qué
ves?
Nada.
En
serio, ¿Qué ves?
¡Nada,
no hay nada aquí!
Ay
algo en el horizonte.
¡Nubes!
Se
está formando.
El
enfado de mamá.
Se
levanta. El sol dora a la lluvia. ¡Panitos cayendo en todos lados!
Perdone usted, señorita,
Sólo fue un decir
Yo también soy ciego,
¿acaso no lo supo usted?
…
…
…
¿Qué
ves?
Un
arcoíris.
¡Pero
no llores!
Y es hermoso. ¡no puedes verlo!
Sh…
lo estoy viendo.
¿Cómo
se llamaba él, hermanita?
No
lo sé, no se lo pregunté. ¿Acaso importa su nombre?
Le
aprieta la mano y es como una paloma que se pone a murmurar que pronto, pronto,
que el sol se aleja y que hay que darse prisa, picotear entre la hierba, llegar
a casa, pintar el camino con las huellas, antes de que se rompan las nubes y se
pongan a cantar, antes de que el arcoíris, fugaz como siempre, se apague detrás
del recuerdo y no lo pueda retener.
¿Qué
ves?
Los
mismos colores que tú.
1 comentario:
Qué bonito cuento. Lograste transmitir mucha ternura.
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