19 junio 2012

Sin título

Por Julio Urízar






Sir John Everett Millais
The Blind Girl - Sir John Everett Millais

Le aprieta la mano y es como una paloma que se pone a murmurar que pronto, pronto, que la tormenta se acerca y que hay que darse prisa, picotear entre la hierba, llegar a casa, pintar el camino con las huellas, antes de que se rompan las nubes y se pongan a cantar.
Estoy cansada, descansemos aquí. Esta radiante, lo siento en mis mejillas, el sol es una golosina de canela, de esas que mamá nos daba cuando teníamos dinero en casa: cálido y picante.
Démonos prisa, hermana. Se acerca veloz como una sombra, los pastores recogen a sus animales, los árboles comienzan a temblar.
Yo sólo siento que los campos se doran como el pan. No te escondas debajo de mis mantos, hermanita, como si el arrollo nos fuera a anegar. Escúchalo, se desliza sereno, con los bordes llenos de montañas saciadas. Me lo dice esta brizna que tengo aquí, ¿ves? El pan se dora en el horno y nosotras llegaremos a casa antes de la lluvia ¿quieres una canción? Que se beba el suelo nuestro cansancio, se está tan bien aquí.

Ay, me dijo el señor
Lo quéeee su corazón quiera
Ay, mire usted
Condenado
¿No ve que soy ciega?

¡Ya, viene, hermanita! Las nubes se dan latigazos. Dios las trae a pastar aquí.
Suenan… suenan el arrollo y las palomas, las ruedas de las carretas, oxidadas de felicidad; tus botas empolvadas, el polvo que se levanta y canta entre remolinos. No viene, querida, no viene nada. ¿Qué otras cosas ves? Dime.
El gris que todo lo cubre.
No lo conozco, ¿qué ves?
¡La villa, los fresnos, las palomas que picotean rápido, el arrollo que huye, las sombras que van a devorarnos?
¿Qué ves?
¡La hierba que se agita, el frío que me llega hasta arriba, la preocupación de mamá al ver que no llegamos!
Pero, ¿qué ves?
¡El silencio de la tarde convertido en campanas que repican leche, las ramas que se encojen para llamar a los pájaros, el reflejo del último sol entre las ondulaciones del prado!
Me aprietas muy fuerte. Escucha:

Le dije que se fijara
Que no se burlara de mí

¡Y una mariposa! Se mueve tan suave como tu cabello, ¡es dorada como tu cabello y como el sol!  
¿Cómo sabes eso?
Porque se ha posado encima mío, igual que tú.
Tienes los labios secos. Se te llenarán de surcos. Vámonos ya. El arrollo se quiebra con las primeras gotas.
Se está bien aquí. El sol está dorándonos. Somos dos panes de cebada inflándose de alegría.
¡Vámonos, hermanita, sobre las montañas ya está lloviendo, los pastores se han ido, todos marchan ya!
Shh…
¡Vámonos ya!
¡Shh…!
¿Qué pasa?
¡Escucha!
¡No escucho nada!
¿Qué ves?
Nada.
En serio, ¿Qué ves?
¡Nada, no hay nada aquí!
Ay algo en el horizonte.
¡Nubes!
Se está formando.
El enfado de mamá.
Se levanta. El sol dora a la lluvia. ¡Panitos cayendo en todos lados!

Perdone usted, señorita,
Sólo fue un decir
Yo también soy ciego,
¿acaso no lo supo usted?

¿Qué ves?
Un arcoíris.
¡Pero no llores!
Y es hermoso. ¡no puedes verlo!
Sh… lo estoy viendo.
¿Cómo se llamaba él, hermanita?
No lo sé, no se lo pregunté. ¿Acaso importa su nombre?
Le aprieta la mano y es como una paloma que se pone a murmurar que pronto, pronto, que el sol se aleja y que hay que darse prisa, picotear entre la hierba, llegar a casa, pintar el camino con las huellas, antes de que se rompan las nubes y se pongan a cantar, antes de que el arcoíris, fugaz como siempre, se apague detrás del recuerdo y no lo pueda retener.
¿Qué ves?  
Los mismos colores que tú.

1 comentario:

María Fernanda Sandoval Ayala dijo...

Qué bonito cuento. Lograste transmitir mucha ternura.