Por Gabriela Sosa
Tenía una de esas miradas
kilométricas, que al dirigirte una pareciera venir de algún lugar lejano, como
si su mente se encontrara a miles de kilómetros. Parecía ocultar tanto detrás
de esos ojos, una tristeza disimulada que disfrazaba con sus palabras. No
sonreía seguido, mas al hacerlo, era una sonrisa que iluminaba todo el cuarto;
era algo especial esa sonrisa, no se la daba a cualquiera, te hacía trabajar
por esa sonrisa, te hacía ganártela.
Hablaba por hablar a veces, para
encantar, para atraer; hablaba también por reclamar, por convencer, por
corregir; como ama él corregir, contradecir;
sin saberlo podía destruir mundos enteros con sus palabras, clavar un
cuchillo en la herida que más duele. Pero sus palabras escritas, un poco más
inocentes, mas no dulces; simplemente honestas, no tan tajantes; brillantes, no
muy versadas, esas eran más escasas aún, trabajosamente inspiradas; tenía
grandes ideas. Podía hacerte pedazos en un minuto con su voz cortante, pero
levantarte en un segundo con una línea de su puño y letra.
De lejos podría ser cualquiera,
con ropas y andados comunes, con esa falsa arrogancia que seguido ataca los
jóvenes que creen saberlo todo, de esos que siempre están a la moda,
aparentando apariencias. Pero llevaba dentro una luz que casi nadie nota, de
esas que provienen del mismo lugar que sus miradas: sus ojos, eso era la puerta.
Podía vestirse y actuar como todos, pero en sus ojos se traicionaba ese algo
extraordinario que no todos tienen; ese algo que todos buscan, ese algo que
todos anhelan tener o tener cerca, ese algo por lo que se han inspirado
batallas y escritores por siglos, esa magia que todos describen pero pocos
conocen.
Lástima que no lo sabe. Pareciera,
pero en verdad no sabe lo extraordinario que puede ser. Lleva un vacío dentro,
por eso se esconde tras esa pared de falsa arrogancia y cinismo punzante;
porque no sabe o porque teme que todos sepan lo especial y frágil que puede
ser; porque en realidad él mismo no sabe, aún no entiende, lo extraordinario y
peculiar que puede llegar a ser; porque aún no se ha dado cuenta que tiene el
mundo en sus manos y con sólo una mirada hace temblar el mío.
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