10 junio 2012

Mirada kilométrica


Por Gabriela Sosa


Tenía una de esas miradas kilométricas, que al dirigirte una pareciera venir de algún lugar lejano, como si su mente se encontrara a miles de kilómetros. Parecía ocultar tanto detrás de esos ojos, una tristeza disimulada que disfrazaba con sus palabras. No sonreía seguido, mas al hacerlo, era una sonrisa que iluminaba todo el cuarto; era algo especial esa sonrisa, no se la daba a cualquiera, te hacía trabajar por esa sonrisa, te hacía ganártela.

Hablaba por hablar a veces, para encantar, para atraer; hablaba también por reclamar, por convencer, por corregir; como ama él corregir, contradecir;  sin saberlo podía destruir mundos enteros con sus palabras, clavar un cuchillo en la herida que más duele. Pero sus palabras escritas, un poco más inocentes, mas no dulces; simplemente honestas, no tan tajantes; brillantes, no muy versadas, esas eran más escasas aún, trabajosamente inspiradas; tenía grandes ideas. Podía hacerte pedazos en un minuto con su voz cortante, pero levantarte en un segundo con una línea de su puño y letra.

De lejos podría ser cualquiera, con ropas y andados comunes, con esa falsa arrogancia que seguido ataca los jóvenes que creen saberlo todo, de esos que siempre están a la moda, aparentando apariencias. Pero llevaba dentro una luz que casi nadie nota, de esas que provienen del mismo lugar que sus miradas: sus ojos, eso era la puerta. Podía vestirse y actuar como todos, pero en sus ojos se traicionaba ese algo extraordinario que no todos tienen; ese algo que todos buscan, ese algo que todos anhelan tener o tener cerca, ese algo por lo que se han inspirado batallas y escritores por siglos, esa magia que todos describen pero pocos conocen.

Lástima que no lo sabe. Pareciera, pero en verdad no sabe lo extraordinario que puede ser. Lleva un vacío dentro, por eso se esconde tras esa pared de falsa arrogancia y cinismo punzante; porque no sabe o porque teme que todos sepan lo especial y frágil que puede ser; porque en realidad él mismo no sabe, aún no entiende, lo extraordinario y peculiar que puede llegar a ser; porque aún no se ha dado cuenta que tiene el mundo en sus manos y con sólo una mirada hace temblar el mío.

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