Por Gabriela Sosa
Tus escurridizas verdades se han quedado
sin fuerzas,
es tiempo de poner cartas sobre la mesa;
se quedan sin ganas las pobres de
esconderse,
tan elusivas normalmente, finalmente se
hartaron de huir.
Tus ciegos pulmones vuelven a respirar,
al observar las verdades hacerse presentes;
han decidido dar su crudo testimonio.
En fila entran, cada una modestamente
y extendiendo sus manos ante la fría
audiencia,
cuenta tormentosamente su historia.
La amurallada noche rodea con su
protección a las victimizadas señoritas verdades,
mientras éstas sangran sus brillantes
llantos de frustración;
se negaban, se negaban a dejar salir sus
palabras una vez secuestradas,
pero saben que la cruel hora en esa silla
será la última vez que verán a sus estrepitosas carceleras penas, tus labios.
La corte las declara libres:
soltándolas todas, corren estoicas por la
ciudad, la noche no logra contenerlas,
salen huyendo por las amargas calles de
tus ojos,
nadando por tus suaves lágrimas,
buscando amargo perdón.
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