17 junio 2012

Amargo perdón


Por Gabriela Sosa

Tus escurridizas verdades se han quedado sin fuerzas,
es tiempo de poner cartas sobre la mesa;
se quedan sin ganas las pobres de esconderse,
tan elusivas normalmente, finalmente se hartaron de huir.
Tus ciegos pulmones vuelven a respirar,
al observar las verdades hacerse presentes;
han decidido dar su crudo testimonio.

En fila entran, cada una modestamente
y extendiendo sus manos ante la fría audiencia,
cuenta tormentosamente su historia.

La amurallada noche rodea con su protección a las victimizadas señoritas verdades,
mientras éstas sangran sus brillantes llantos de frustración;
se negaban, se negaban a dejar salir sus palabras una vez secuestradas,
pero saben que la cruel hora en esa silla será la última vez que verán a sus estrepitosas carceleras penas, tus labios.

La corte las declara libres:
soltándolas todas, corren estoicas por la ciudad, la noche no logra contenerlas,
salen huyendo por las amargas calles de tus ojos,
nadando por tus suaves lágrimas,
buscando amargo perdón.

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