07 noviembre 2011

Media Luna

Por Evelyn Revolorio

Las últimas noches del mes de octubre los niños de la familia Franklin estaban a punto de irse con su abuelo a la casa del campo. Emocionados, llenos de expectativas por el largo invierno que pasaría, jugando en la nive siendo por fin niños. El largo verano en la casa de su abuelo se mantenían, pero por su mal genio, contra su voluntad  los enceraba día y noche, no los dejaba jugar con nada que estuviera en la casa, siempre diciendo- !Son cosas muy valiosas!,  niños mocosos!

Al ver los árboles, que sin cesar tiritaban, con una gran cantidad de hilo en su cimiento, se imaginaban al gran muñeco de nieve que formarían y la enorme zanahoria que adornaría su rostro. Tres, cuatro o cinco pasas de boca, un gran sombrero que no importando que pasara, le habían robado al viejo abuelo gruñón, para darle el toque de clase que este necesitaba. Más solo era parte de su imaginación, aun estaban en el tren, con tres ponchitos cada uno para darse calor. 

Siendo las cinco de la tarde llegaron a la gran casona, pero no era nada de lo que ellos planeaban, nada de arboles, y una gran máquina quita nive llevándose su diversión y su algarabía. En su rostro se reflejaba la tétrica casa color gris  obscuro.

La primera noche cenaron con la abuela, una viejita que siempre encontraba algo que hacer con su tiempo, siempre yendo y viniendo, como una rutina sin fin. Todos los niños escuchaban atentos la lista de reglas que esta ponía, y con la venida de del día de los muertos, como la tradición dictaba adornaría la casa para aquellos que la irían a visitar. Siendo sincera la abuela con su  gran forma de relatar las historias de su casa, contaba como cada noche de los difuntos, una señora poco agradable a la vista entraba a la casa sin girar perillas, sin subir gradas y sin pedir permiso. Cuando en el firmamento se observaba solo media luna, un viento helado recorría los pasillos hacia la cocina, se oían las ollas y el tilín de los vasos, y los largos lamentos que esta producía.

Los tres niños ansiosos esperaban la noche, miraban al cielo la gran cara de la luna, y cuando comenzó a sonar el gran estruendo de la cocina, pensaron: ¡La señora tenebrosa!, bajaron en gran estruendo, desde el cuarto nivel de la casona, diciendo- ¡Espera que te queremos ver, tenebrosa y flotante señora!

Al llegar todos quedaron boquiabiertos al ver unos pies blancos, blancos, y un camisón tan largo que parecía ser un vestido de novia con gran cola. Se acercaron más y vieron  bien su cara, que era más verde que las hojas de un árbol y un pelo más blanco que la nieve.

Al tenerla bien clara la imagen de la tenebrosa, en tan obscura y nublada noche, se percataron que era su abuela, que sin percatar en su consiente, su inconsciente la transportaba sonámbula a este lugar, en búsqueda del alma que se suponía estaría cerca del altar de su difunta hija puesto en su hogar.  

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