02 noviembre 2011

Ilusión

Por Claudia Solares


“¿Segura que no queres venir?” Pregunto la mamá de Lucía. Ella sabía que era importante que fuera, era 1 de noviembre, día de juntarse con su familia a comer fiambre. Pero era su oportunidad para saber que eran los sonidos que había escuchado a lo largo de la semana. “Segura” respondió Lucía con una sonrisa. Entonces su mamá le dio un beso en la frente y cerró la puerta detrás de ella, dejando a Lucía sola en el corredor de la entrada.

Se dirigió a la sala de su casa y se sentó en el sillón más pequeño. Cruzó sus rodillas debajo de ella y recorrió su alrededor con sus ojos. Le gustaba su nueva casa, era mucho más linda que la anterior, pero en ese momento le pareció demasiado grande. Aún no se acostumbraba a ella. ¿Y cómo hacerlo? Si no llevaba ni un mes de haberse mudado. El silencio parecía eterno, por un momento nació en ella el arrepentimiento por no haberse ido con su mamá. 

De repente hubo un sonido, ella pegó un salto, dejando caer el cojín que estaba sosteniendo y exhalo profundamente cuando se dio cuenta que era sólo el teléfono. Fue a contestar y se alegró al escuchar la voz de su prima.

“Vas a venir a comer fiambre?” preguntó una voz en el teléfono. “No, tengo cosas que hacer y además sabes que no me gusta.” Respondió Lucía. “Si lo sé, pero hace tiempo que no te veo…” Lucía se sirvió un vaso de agua mientras hablaba con su prima. Finalmente colgó y regresó a la sala, a sentarse donde estaba.

Algo no parecía estar bien. Sentía una sensación extraña, pero no estaba segura de que era. Inspeccionó la habitación hasta que lo vio… El cojín que había votado estaba ahora colocado perfectamente en otro de los sillones. Su piel se erizo, sentía como su corazón se aceleraba. Quería salir corriendo, pero había algo dentro de ella que la impulsaba a quedarse y descubrir que era lo que estaba sucediendo.

Subió a su cuarto para buscar una linterna en caso de que se fuera la luz. Cuando por fin la encontró, escuchó un ruido abajo. Despacio, pero con determinación, fue bajando las gradas hasta que llegó al lugar de donde provenía el sonido. El vaso que se había servido estaba en el suelo, el piso mojado, pero el material estaba intacto. No había pedazos de vidrio rotos, ni tampoco rajaduras en él.

Cuando se agachó para recogerlo, se apagó la luz. Inmediatamente se levantó y encendió la linterna. Le temblaba la mano y su respiración estaba agitada. Alumbró hacia la puerta de entrada, comenzó a acercarse cuando de pronto una sombra pasó corriendo frente a ella, seguida de una sonrisa siniestra.

Lucía se tapó la boca y lagrimas comenzaron a salir de sus ojos. No sabía qué hacer. Ella sabía que había algo en esa casa que no estaba bien, lo supo desde el momento en el que entró a conocerla. Pero no le había dicho nada a su mamá, quien estaba maravillada por el precio que estaban pidiendo por ella.

Corrió por la puerta trasera y se adentró en el bosque. No sabía hacia donde se dirigía, no había casas cerca de la de ella. Tenía que llegar a la carretera, era su única salida. En medio de su terror, se detuvo. Volteó la cabeza y vio encendidas las luces de su casa. Entonces pensó en su mamá. Tenía que llegar al teléfono para pedirle ayuda.

Cuando entró de nuevo se acercó a la cocina donde había dejado el teléfono. Pero no estaba ahí, tampoco la estufa que habían comprado, ni la refrigeradora… Salió a la sala, no había ni un solo mueble en toda la casa. Fue entonces cuando lo recordó…

Jamás la habían comprado.

1 comentario:

Evelyn Revolorio dijo...

Muy buena historia... me gusto mucho el final inesperado. La tensión que crea al suponer que hay algo malvado en la casa me fue fácil imaginar y muy bonito.