13 marzo 2011

Desarreglo

Por Diego Montenegro.

Desperté. Sentí frío, me sentí confundido. No creí lo que pasaba, no creí que algún día pasara. Me senté y contemplé lo sólo y vacío que me sentía. Me dije “todo pasa por algo”, pero no fue suficiente. Fue entonces cuando decidí que quería sentir sin pensar, correr sin voltear atrás, ser sin tener que explicar, y decir sin temer.

Quise levantarme y no pude, algo me halaba hacia el colchón, luché por unos segundos y por fin me di por vencido. Decidí tomarme un segundo para sentir, correr, ser y decir, ahí en donde estaba. Sentí miedo, era algo que desconocía y no quería conocer, algo con lo que jamás me había sentido cómodo, me sentí solo.

Corrieron mis pensamientos, corrieron los recuerdos, corrieron experiencias, corrieron mil y una imágenes frente a mis ojos. Quise regresar, quise caminar más despacio, quise no llegar, quise llegar antes, quise olvidar y nunca estar ahí. Fui ingenuo, fui infantil, fui lo que ese sentimiento quiso que yo fuera. Fui quién no era o quién siempre había sido y no sabía.

Quise decir todo, no quise decir nada. Mi cerebro sentía, corría y decía a su máxima capacidad. Sin embargo, mi boca no dijo nada. Me pareció escuchar a alguien decir “no es el momento”, le creí. Descansé sobre el colchón nuevamente. Cerré los ojos y desperté, mi día libre se estaba acabando, faltaban cinco para la media noche y babeaba sobre un pedazo de papel sobre el que no se leía más que “te diste por vencida, yo no lo hice contigo”.

1 comentario:

Virginia González dijo...

Que profundo la verdad, todos esos momentos de desperación que podemos sentir, toda esa angustia cuando no encontramos otra forma de desahogarnos o de salir de lo que nos preocupa :) Increíble la verdad!