18 marzo 2011

El hacedor de los deseos

Por Julio Urízar Mazariegos.

El mundo le parecía un desperdicio celestial. El hombre iba de un lado a otro, como un loco, esperando su turno. Los más egoístas, como es común, habían pedido hacerse ricos. Los más ingenuos habían optado por que se les otorgara el amor que ni en sus sueños, tan cortos de vista, podían concebir. Entre ellos, los más inteligentes, habían  pedido tan sólo la capacidad de soñar. Quizás fueron estos los que más contentos dejaron el recinto, porque se fueron soñando y de allí nadie ha podido sacarlos hasta el momento.

Hay casos de casos. Entre los más emblemáticos resalta aquel que una feministah abía pedido: que los géneros se trocaran para que los varones padecieran del yugo patriarcal. Aunque suene muy extraño, hay algunos o algunas que hoy siguen sin saber lo que terminaron siendo al final, pues los efectos secundarios no se hicieron esperar. Hay que pedir los deseos con lujo de detalles, no vaya a ser que algo que se escapa tire todo por la borda.

La paz universal había sido el deseo de los más nobles, lástima que lo aventureros postularan lo contrario, los deseos son únicos y sólo se pueden formular una vez, así que no había retorno: su tesis era que el aburrimiento terminaría exterminándonos a todos. Quizás tuvieran razón.

El borracho, por su parte, solicitó la erradicación total de la resaca. El problema es que se ha quedado pobre, pues cada vez llega más rápido la conciencia de que es hora de seguir enriqueciendo las cantinas. Más práctico hubiese sido pedir vivir borracho eternamente. Lástima que el sindicato de alcohólicos enviara a su representante estando sobrio. Estos tipos son más astutos de lo que se cree cuando andan sobre el burro de Sileno. Pero uno de los casos más representativos lo podemos notar en el singular antojo de una joven poeta que salió de las puertas con la sonrisa de haber enunciado el deseo más hermoso de todos los tiempos. No sabemos cuál fue, lo seguro es que aquel día el mundo se había deshecho en sinestesias, los sonidos pintaban todo lo que tocaban y los colores se embestían unos a otros con acordes que en conjunto originaron la más desastrosa de las sinfonías. Yo quería huir de todo aquello creyendo que podría descansar en el encierro, en un cuarto oscuro, pero la negrura no me dejó dormir porque se pasó el resto de la tarde entonando un flagrante canto que sabía a billete mojado y olía rugoso, como quebrado, áspero, a veces con vellos, con voz grasosa ¡Como el chicharrón! Sí, ahora que lo pienso, como el chicharrón. Así se olía esa oscuridad ¿o se palpaba? Ya no lo recuerdo. El caso es que los más débiles terminaron en el manicomio. Los más fuertes, según se piense, saltaron en el acantilado. Sólo los que ya estábamos un tanto locos pudimos soportarlo. La pobre jovencita fue ahorcada frente al ayuntamiento ese mismo día. Por eso a los poetas ya no se les deja entrar al recinto. Ellos piden los deseos más peligrosos. No quiero ni contarles lo que pasó cuando uno que se hacía llamar “maldito” penetró al recinto. Con el barroco no fue menos sencillo. Nos dolía a todos la mandíbula de tanto haber saboreado palabras acolochadas. Y tanta rima nos tenía hartos, aunque al principio fuese divertido.

Pero volvamos al hombre que esperaba su turno. El mundo, como decía, le parecía un desperdicio celestial. ¡Tantos que habían tenido acceso a aquella especie de fábrica de deseos y ninguno de ellos había pedido algo sensato hasta el momento! Un sabio filósofo había demandado el conocimiento total del universo. Desde entonces se había quedado mudo, perdida la palabra en su recóndito e infinito saber, (además de su identidad, puesto que ya no le quedaba nada de qué preguntarse). Nadie sabe lo que había visto. Su joven discípulo, muy cauto, también tuvo la oportunidad de entrar a este lugar varios años después, cuando ya era un respetado doctor en metafísica. De todos los deseos que pudo haber pedido para sí, más vida, más libros, más conocimiento (aunque no tanto como el de su maestro) optó por poder hacerle hablar. Horrible condena. El desdichado murió muy anciano, mucho después que él y que sus hijos, como de doscientos años, recitando un interminable trabalenguas que nadie pudo entender.

De los políticos es mejor no hablar. Hay algunos que pidieron la reelección. Se les concedió. Otros optaron por la reelección. Se les concedió. Finalmente, otros eligieron la reelección. También se les concedió. Podrían haber pedido algo más interesante, pero ya se sabe que el poder enceguece un poco a la mentes. Pero aquel hombre, o mujer, según se vea (lo de la feminista era un acontecimiento todavía latente) tenía en mente algo especial. Algo que ni los hombres de ciencia o los poetas habían pensado. Allí, en el cuarto de espera, tarareaba una melodía singular mientras contaba y recontaba los cuadros que cubrían el techo. Había exactamente ciento noventa y tres. Era algo para pasar el rato. El amarillismo de una revista de espectáculos no hubiese sido mala compañía. (Por cierto, la princesa de cierto país había llegado con su real embajada para pedir que todos los paparazis de la tierra, entre ellos los que criticaban su desleal manera de vestir, se convirtieran en zanahorias, por lo que si usted se ha encontrado con una o varias de estas a mitad de la esquina no tiene por qué asustarse. Por cierto que mi vecino celebró las bodas de oro de su matrimonio con uno de estos vegetales, una zanahoria que se veía tan contenta con su añoso vestido blanco. Otras, las más renombradas, salen en el E! todos los días, pero no pierda su tiempo). Pero volvamos (de nuevo) al hombre que llevaba aguardado su turno casi una década. Luego de que a uno se le ha ocurrido un buen deseo, se escribe una carta solicitando la atención del hacedor de deseos y luego de ser aprobado, se espera más o menos aquel tiempo para ser atendido, sobre todo porque hay que verificar, seguramente, que no haya sido deseado por alguien más anteriormente. Por fin llegaba el momento. “El mundo es un desperdicio celestial” se decía, con cierto ritmito de trovador contemporáneo. No, no pediría la inexistencia, si es lo que muchos piensan. Un siglo atrás algunos pensadores habían utilizado ese recurso. El hecho de que hubiese sido mejor el no haber nacido les había acarreado muchos reveses con la sociedad. Resulta que pidieron enfáticamente que “este” mundo dejara de existir, pero no contaron que “este” mundo era un mundo distinto al mundo que había un segundo después de haberlo dicho. Es decir, gracias a ellos, hoy nuestra casi perfecta recolección de la historia humana y natural (los deseos respectivos de un antropólogo y un naturalista muy famosos) se ve atormentada por ese segundo de nada que se formuló en su momento. No, el hombre no deseaba la inexistencia, ni siquiera la inexistencia de todos los tiempos pasados, presentes, posibles e imposibles.

Pensaba que ni eso podría terminar con los problemas del mundo, (porque no existir ya es un problema, vaya que no, tan grande como el existir mismo en cuanto a que no sabemos nada de él) Eso pensaba.

La solución era simple y tan ligera como la epidemia de padres que recientemente
se convirtieron en globos tragados por la tropósfera (a veces la seguridad no es muy buena en este lugar, aquello se debió a que una banda de muchachos emo que se infiltró al recinto solicitó, sin previo aviso, semejante barbaridad. Su reincorporación en familias adoptivas con la capacidad de no permitirles suicidarse ha costado varios millones al Estado). Pero sí, tan ligera como aquellos progenitores de helio era la solución de este hombre. ¡El mundo es un desperdicio celestial! Casi lo gritaba de la impaciencia. Afuera todo le parecía una porquería. El odio y la maldad humana sólo tenían un origen. El amor y el sufrimiento pertenecían al mismo. Contra ese origen acometería con lanza en ristre. Nadie necesitaba emborracharse para siempre para olvidar, nadie necesitaba el conocimiento entero, nadie necesitaba la belleza ni el arte, nadie necesitaba el poder ni el amor, nadie necesitaba privacidad, nadie necesitaba que las presencias incómodas se transformaran en vegetales o en globos, ¡nadie necesitaba necesitar!

El reloj dio las dos de la tarde cuando finalmente se abrieron las puertas.

Mientras se adentraba al recinto, el hombre sintió cómo a cada momento algo se creaba a sí mismo. En aquel punto indescriptible, que cada quien se imagine aquel lugar como su pasión lo pinte, (pues pronto dejaría de existir), el hombre escuchó una vos que le dijo, “Pide lo que quieras”. Y con la garganta profunda, grave o melodiosa, no importa, aquel ser insignificante inició la formulación de su deseo. ¿Qué dijo? Se preguntarán. Pues la verdad es que no dijo nada. Su silencio fue agudo y certero. El deseo, a través de él, había sido expresado.

“¡Por fin, vacaciones!” dijo la voz del recinto. Y antes de empujarlo al exterior, el hombre, mientras se convertía en algo parecido a la piedra, mientras se convertía en un no-hombre, -cosa extraña, lo sé-, descubrió cómo el mundo volvía a comenzar, ese mundo del inicio que no podía ser considerado desperdicio por la mente atormentada, ese mundo donde no habitaba alguien que, como él, como todos, conociera el trágico destino de anhelar.

Todo estaba quieto.

4 comentarios:

Pablo dijo...

Julio! Qué magnífica manera de plasmar una reflexión sobre la realidad! Me ha encantado la manera en que jugás con las metáforas:La parte en la que describís los deseos de todos: feministas, diplomátios, egoístas, poetas, etc. La parte que más me gustó fu la reflexión del "segundo" perdido, y esa visión, como Heráclito, del todo fluye. Estamos, cierto, en ese continuo debenir histórico que pasa infinitamente en millones de momentos parecidos, pero nunca iguales. "Nadie necesitaba necesitar" Vaya forma de reflexión! Eso es muy cierto, si ninguno de nososotros necesitara necesitar... Acaso sería este un mundo mejor? Pienso, acaso es la necesidad un sentimiento mundano que el hombre ha creado para tener algo en que pensar? O esta algo inherente al hombre y que se acaba con la muerte: la anecesidad? Pero esto es muy filosófico. La manera como lo plasmás en el cuento me gustó. Además, no es un cuento lineal. Me gusta esa incrustación de elementos ajenos al cuento pero explicativos del mismo: las partes en las que describis cada uno de los deseos. Qué bien te ha quedado!

JuLio Urízar dijo...

No creo que el mundo sería "mejor" o "peor" si nadie necesitara necesitar. El problemba, pienso, es cuando empezamos a necesitar cosas que no necesitamos. Pero bueno, también es algo inherente, no nos lo podemos quitar de encima. Siempre vamos a necesitar algo, aunque no fuesemos humanos, aunque fuesemos animales salvajes. Y como humanos claro que la cosa se complica, porque además de necesitar, deseamos, anhelamos. No necesitar sería muy cómodo, tal vez, pero eso no es posible. En realidad, a mi no me gustaría no necesitar. A veces... es doloroso, pero también satisfactorio. Si no necesitaramos no sé, sinceramente, si el mundo sería mejor. Al final del cuento no pude concebir el mundo de la no-necesidad mas que como un mundo vacío, sin humanos. ¿Como conciben el mundo donde no existiera este sentimiento, si es que es un sentimiento?

LAG-Cossio dijo...

Lo hiciste otra vez Julio. Seguís superándote y este cuento es una clara muestra de ello. Es un cuento increíble que merece ser publicado. Espero con ansias el día en que compre un libro de cuentos de Julio A. Urizar.

LAG-Cossio dijo...

Un mundo sin necesidades sería, en efecto, un mundo vacío, aburrido. Es decir, todos hemos sentido ese indescriptible placer al beber agua luego de haber pasado todo un día sin probar una gota, o de quitarse los zapatos y tirarse en la cama a descansar después de haber andado sin parar unos 40 kms. Es gracias a las necesidades que los placeres son más placenteros, ¡y qué mundo tan aburrido sería si estos no existieran! Así que estoy de acuerdo con Julio en NO querer un mundo sin necesidades.