03 abril 2011

Tú y yo

Por Diego Montenegro


No tenía nombre, jadeaba y lloraba enfurecido luchando contra un fuego intenso que ardía ante sus ojos y batallaba antagónicamente con la helada más fría que hubiera alguna vez vivido. 

Apenas vivía, cuando Javier apareció ante el umbral de una enorme puerta de madera con elaborados grabados de criaturas fantásticas y poderosas. Sin esfuerzo alguno se abrió la puerta y entró, ya adentro, después de lo que para él habían sido unos pocos segundos, se preguntó cuándo y cómo había abierto semejante inmensidad. Se halló en un gran salón, con amplios y transparentes ventanales que estaban cerrados, pero que permitían a Javier sentir una fresca y acogedora brisa sobre el rostro. Se sentía en casa. Se sentía regresando de un largo viaje, del que no recordaba más que el hecho de haber llegado a casa. Él ahí lo podía todo. Su corazón rebosaba de emoción, de confianza y de una inmensa felicidad. El techo del salón parecía alejarse sobre su cabeza infinitamente, no veía más que luz y colores que lo hacían pensar que estaba donde debía estar.

Sin aviso alguno, sus piernas empezaron a alargarse, sus brazos y su torso se ensancharon y sus ojos parecían hacerse más grandes. Quiso correr hacia la puerta y salir, pero la puerta que una vez había parecido ser enorme ahora apenas alcanzaba su cintura. Los enormes ventanales que en algún momento habían sido claros y transparentes parecían oscurecerse lentamente. Se fijó y observó rasguños en algunos de ellos. Levantó sus manos y vio un par de uñas quebradas y astilladas, la brisa que ahora entraba desde aquellos ventanales aparentemente cerrados tenía un aroma diferente, y transmitía sin duda alguna otro tipo de energía.

Javier movió su cabeza hacia atrás y vio hacia el techo, por primera vez en mucho tiempo vio las vigas de madera que se sostenían sobre las columnas que atravesaban el salón. Justo en el medio había una cadena plateada de la que colgaba una pequeña esfera de luz blanca. La esfera de luz brillaba con intensidad, aunque a veces parecía atenuarse tanto que Javier pensaba que su luz  se extinguiría y no regresaría más. Javier inclinó su cuello y vio hacia la pequeña puerta que se acomodaba apenas entre sus rodillas, haciendo un gran esfuerzo distinguió sobre la madera un montón de garabatos y rasguños, líneas que se perdían sobre la madera y que no encontraban fin en ella. Buscó las figuras que en el pasado lo habían maravillado y asombrado pero no encontró nada.

El salón cambiaba y Javier no entendía, no podía correr, no podía salir, eran él y el salón. El salón en Javier, y él en el salón, luz y oscuridad batallando y perdiéndose en el día y la noche, sacudiendo el corazón de Javier y su entereza. Javier tardaría en entender, tú y yo hemos estado ahí.

3 comentarios:

JuLio Urízar dijo...

Qué complicado! En realidad no logro extraer el sentido que para mi tenga tu cuento, pero las imágenes que me regalas son fascinantes. Quizás un análisis psicológico logre desetranañar un poco más tus palabras.
Me recuerdo a Alicia en el PM de Carrol. Es como si Javir se hubiese comido la galleta (o era la botella?)y hubiese comenzado a crecer y a crecer.
¿qué serán esos garabatos en las vigas? ¿y esa esfera blanca?
Tal vez, no sé, tal vez ya estoy jalandole demasiado al asunto, el cuento trata efectivamente sobre la acción de "crecer" de madurar, y a Javier le cuesta entenderlo... La verdad no sé... tal vez esté encerrado en sí mismo y no pueda salir.

Carlos López 1171411 dijo...

Encuentro este relato muy enredado, pero por lo que entendi pienso que javier o encuentra una salida de su problema, mientras sale de uno, se le presenta otro.

Miranda Navas dijo...

He de serte sincera, me decepcionó tanto el final. Me he quedado picada, con ganas de saber que ha pasado con el resto de la historia. Es complicada, y te lanza de un lado hacia otro con tantas cosas que describes. Soy de la opinión que aunque uno quiera dejar un final abierto, siempre debe haber cierta clase de final en el cuento. Este parece que lo dejaste a la mitad. Es muy bueno, porque pude imaginarme todo perfectamente, pero insisto, me quedé picada.