15 febrero 2011

Una Luz en la Profundidad

*Por Sara Fernández

Hace unas horas, descendí a un sitio extraño, no es húmedo pero tampoco es frío. Con extrañeza veo que no hace calor tampoco. Cada vez que entro siento náusea y luego de adentrarme un poco salgo inmediatamente. Alguna vez un filósofo famoso me dijo que adaptarse a la superficie era más complicado que adaptarse a la oscuridad de la caverna, pues dentro de ella se encuentran los demonios de los siglos pasados, cuando entro a la caverna siento que un hálito con un marcado olor a sangre me consume, siento que me contamino por completo y que mi cuerpo se convierte en lúgubre y gélida ceniza. No sé cómo pero la negrura de la oscuridad hace que mi cuerpo se convierta en nada, en ausencia de luz, en una fresca putrefacción que hace que yo misma me cause temor y entonces es cuando camino hacia afuera.

Hace poco, cuando me encontraba en la superficie, una vieja mujer se dejó mostrar en mi camino, sus ojos eran de brillante plata y si Dios me permitiera hablar de sus pupilas hubiera hecho lo mismo que permitirme mentir, su voraz hálito me susurró suavemente al oído que mi futuro estaba dentro de la cueva, que mi mundo de luz se haría pedazos, que la superficie se hundiría y decaería hasta que nada se pudiera distinguir.

La anciana hizo caer entonces una lágrima de sus brillantes y esplendorosos ojos sobre el río de la superficie y me observé, dentro de la caverna me encontraba, estaba hundida con los más gélidos demonios y me encontraba en un estado animal y poco racional, me alimentaba de odio y de confusión, porque a pesar de que conocía perfectamente la superficie, la sociedad de la caverna me arrastraba la irracionalidad. Dentro de la caverna yo era nada más que un demonio miserable entre el resto.

Luego de estrepitosos días de odio y arrogancia en los que todos éramos el centro de un universo paralelo y en donde todos los habitantes de la caverna obedecíamos a los más bajos instintos, una pequeña y sutil luz se vio brillar en la parte más profunda, una luz fosforescente y dulce que junto a su benignidad traía una canción muy suave. Poco a poco, los demonios nos acercábamos a ella, y la vimos clara brillar con paz y armonía aún en la impureza de su ambiente, era una pequeña luciérnaga. La razón regresó a mí después de que la vi la paz que emanaba su alma hacía que mi corazón se estremeciera y creaba una capa de razón en la que comprendía que el mal y el error del hombre no era una imperfección creada por Dios, No, no existía error , El gran creador no había puesto error sobre el universo, al contrario, había puesto sobre las profundidades de los avernos de la tierra la luz que contrariaba la oscuridad, el entendimiento de que la oscuridad era el medio más puro por el cual se llegaba a la luz y entonces entendí, que en el transcurso de esta vida aún en el agujero más oscuro podía encontrar luz.

Después de aquella esclarecedora visión, la anciana me dijo, tienes dos opciones, vivir en el fondo en donde el aprendizaje es un don de Dios o vivir en la superficie, donde todo lo conoces.

Hoy en día después de ver mi futuro y observar con detalle mi pasado, vivo en la superficie de la caverna, y día con día voy hasta el fondo de la misma para lograr observar a las luciérnagas, cuya esencia misma sigue siendo la luz, aun aunque permanezcan en las profundidades de la oscuridad.

3 comentarios:

Pablo dijo...

Qué diría Platón con tu renovada Teoría de la Caverna? la Oscuridad se encuentra en la superficie y la verdad en la oscuridad? Me parece muy buena la reflexión, más que la haces desde tu punto de vista. Te pregunto, si te dijeran que sólo podés elegir entre superficie y caverna, cuál eligirías?

sara dijo...

en mi opinión, la luz y la caverna son lo mismo, ya que donde la luz existe también la oscuridad y viceversa, así que lo dejaría a la suerte

JuLio Urízar dijo...

Yo quiero responder a esa pregunta!: yo elejiría la caverna, no porque allí el aprendizaje sea un don de Dios, sino porque no me gustaría conocerlo TODO.