11 febrero 2011

¡Larga vida a la Reina Lúcida!

Por Julio Urízar*

Lo que estoy a punto de contar espero que no sea motivo de risas en toda la corte, su majestad. Aunque yo sea su bufón, me sentiría muy honrado que por una única vez usted no utilice mis torpezas para desternillarse ante tanta ingenuidad. Sé que usted no sólo es la reina de tan soberbia patria, sino también la señora de la lógica y la lucidez, y que suele decretar risa nacional cuando algo choca con ella. Y si en tal caso, osa romperla, la guillotina está a sus órdenes cuando la gracia del pícaro se hace desgracia. Aguardo, no sin temor de que mi cabeza ruede por las escaleras de la plaza, le soy sincero, que usted comprenda mis palabras antes de que eleve ese dedo y señale la suavidad de mi garganta.
Y es que ayer, cuando desconocidos misteriosos intentaron atentar contra su persona, usted ha dado la orden de que todo su recurso humano venga y se identifique personalmente, para ver si no hay feérico infiltrado entre nosotros. Pues aquí estoy. Usted pide una pequeña biografía y yo se la comparto. Pero eso sí, pido respeto con todo el respeto, su señoría. Seré bufón de profesión pero su alteza comprenderá que cuando uno se ve obligado a hablar de sí mismo lo menos que espera es que se rían de las cosas que uno dice. 
Soy humano al cien por ciento. De eso no dude. Y nací en la comarca del Oeste ya cuando usted se sentaba en este trono. Así que sabrá que yo no conozco a las hadas que mandó a expulsar para la Limpieza de feéricos organizada bajo su sabia comandancia en la BCIJCNH, Batallones Contra Ilusionistas, Juglares y Creaturas No Humanas, en los años de la Magna Limpia Nacional. Así que puedo decir que me he criado fielmente bajo el decreto RS (Raciocinio y sensatez) número 36 de la quinta constitución de la madura corte de su majestad, reina nuestra de Corduranía. Mi infancia no es importante, un día llegué a su presencia y al enterarme de que su persona se aburría con la grisura de este palacio tan monótono, con todo respeto a su hermano el arquitecto, ensayé mis dotes actorales y conformé varias estupideces de las que usted tanto aborrece, dándoles forma de chiste para que su majestad riera con la parodia de lo que nunca tendrá un espacio en su corazón. ¿Pero sabe de dónde obtengo tanta originalidad? Pues bien, déjeme decirle, antes de que explote en cólera, que de niño estuve al cuidado de un feérico verdadero, aunque no lo supe hasta que murió, y déjeme decirle, no me condene todavía, que él me enseñó todo lo que usted nos ha negado. Gracias a él mis sueños se vieron plagados desde ese momento con el día de encontrarme en medio de ese mundo perdido, mundo que desapareció con la llegada de su excelentísima al poder de estas tierras. Pero eso no impidió que para entonces yo me escapara al bosque, esperando encontrar la legendaria danza de la luna y unirme a ella para luego dormirme en la hierba y despertar en el interior de una casita de madera. Pero nunca pude vivir aquello pues para entonces usted ya los había exterminado. Pero aún era inocente, y creo que por eso también tenía esperanza. Seguí buscando y esperando cada noche el momento preciso para verlos, a los feéricos quiero decir, muy ingenuo como es necesario. Incluso, en el domingo antecesor al día de San Juan, bajo la luna llena, me sumergí en el arrollo, me unté los ojos con barro y observé a través del aro de piedra. Pero ya no estaban. También busqué en los libros prohibidos, los que han sido escritos por poetas, me los regaló el feérico del que le he hablado, (mi padre me castigó por eso durante un mes y los echó al fuego) y esperé que alguno fuese todavía mágico, que me transportara a donde ya le de dicho. ¡Pero no se ría así, por favor! Escuchar le pido, nada más, me hará llorar de la humillación. Esa no es una carcajada, es una burla. Es usted malvadamente adulta. Está bien, está bien, continúo: Seguí yendo al bosque cada vez que pude. Y ya para entonces sabía que ellos ya no estaban allí, por lo que, lógicamente -usted sabe de estas cosas-, estarían en otro lugar. Un objeto que sabemos que existe, porque no porque usted niegue las cosas éstas desaparecerán, como aquel baldaquín que cubre su rostro, ocupa un espacio, y si no está en este entonces andará en cualquier otro ¿o me equivoco? La materia es indestructible. Como decía, mis ilusio… perdón, mi voluntad, radicaba en poder llegar a ese otro lugar, dado que en este ya no estaban. Buscaba bajo las piedras, entre las raíces de los árboles, en el interior de las cabañas abandonadas luego de la Limpieza, debajo de los sombreros de esos hongos rojos y sabrosos que aparecen para el invierno, en las ramas de los arces estrellados, pero ni siquiera en el interior de los círculos de zetas que para estas fechas colman el valle. Se habían esfumado, ni la más estremecedora melodía los haría regresar, y con ellos se fue todo camino en el que pudiera seguirlas; ni los libros, ni un agujero por el cual caer, ni armarios o puertas falsas. Su majestad había logrado erradicarlos por completo. De pequeño siempre quise ir con ellos, vivir entre las fragancias de sus flores, cubrirme de su polvillo brillante y probar un bocado de esos festines que, los poetas cuentan, o contaban, se llevan a cabo bajo las lágrimas de los sauces… Por lo que veo ya no le causa tanta risa, verdad. No, no me vea con esos ojos, su majestad, de todos modos yo ya visto sus cadenas. Nunca lo conseguí si usted piensa eso, nunca estuve infectado… de estarlo, no sería su bufón. Utilice la lógica que para eso usted es la reina. De haberlos conocidos me encontraría con ellos, en el otro lado, sea donde sea, armándome para venir a luchar contra el reino, si es que los rumores de guerra son ciertos; sí… creo que intentaría atentar contra usted como ayer lo hizo la flecha que no llegó a su frente…
¡Pero no se enfade, digo más que la verdad! ¡No, por favor, mi cabeza no! ¡Aguarde! Usted, la soberana del Entendimiento, condesa de la Evidencia, poderosa y gran Lúcida, recuerde que si le hago falta, ya no habrá estupideces con las que yo le haga reír. Me necesita. Este aburrido palacio de la evidencia necesita un payaso que no le haga olvidar que su lógica y su sensatez son más fantásticas e ilusorias que los sueños del niño que una vez fui. Sobre algunos como yo se erige su vana metafísica. Pero con todo respeto, con todo respeto se lo digo, su majestad. Sé que odia esa palabra. Hoy usted sabe que ha triunfado, que después de todo, ya soy mayor como para seguir teniendo esperanza. Que hoy soy su bufón. Así que ríase con ganas. 

*Por segundo semestre consecutivo se encuentra entre nosotros Julio Urízar, de la Carrera de Letras y Filosofía, quién con sus cuentos hace brotar la imaginación en esta Caverna. 

2 comentarios:

Pablo dijo...

Julio! Qué maravilloso es este cuento! Es una reflexión individual sobre la influencia social que ejercen los poderes, siempre ingenuos. El que sea narrada en primera persona le da un toque de inocencia y veracidad mayestática, cualquiera creería que esto fue el discurso de un verdadero bufón. Me encanta que metas, como Borges, realidades ficticias: la BCIJCNH, quién lo pensaría!? Te pregunto, esta historia es una pequeña historia de una narración más larga? Cuales serán las aventuras de tan eximio lugar? El final, por cierto, es espléndido, una sutil ironía como crítica para acabar.

JuLio Urízar dijo...

No, es un cuento solitario. No pertenece a ninguna historia más largo o cosa por el estilo. Si hay aventuras en ese lugar cada lector podrá imaginárselas como quiera. Ciertamente la reina Lúcida no es tan tirana, es que muchos de sus súbditos no quieren aceptar que el reino ya creció. Aunque hay veces, no lo niego, que uno quisiera atentar contra ella porque le quita la magia a muchos asuntos que en la niñez brillaban precisamente por su capacidad de asombro e ilusión.