07 febrero 2011

La Estatua

Por Sara Fernández*


No añoro acordarme de aquel tiempo cuando el espacio no estaba delimitado de la forma en que hoy lo está, pero sí recuerdo una historia de aquel tiempo paralelo. Trata de un artista, escultor, si hay que especificar, que vivía en las afueras de una concurrida aldea de paso. Día con día el escultor recibía encargos de los más nobles benefactores que deseaban que sobre una simple piedra sin valor, el artista plasmara un pedazo de su alma, un conjunto de abstracciones convertidas en imágenes, que luego adornarían los jardines de sus casas.

-¡Venancio! – Exclamaban con petulancia – Es mi deseo que sobre un trozo insólito de mármol esculpas la imagen de un fantástico ángel para la fachada de mi hogar – o bien- Venancio, quiero encargar una escultura, una de un cisne que se encuentre en lo alto de la fuente que adorna mi jardín. Y Venancio el escultor sin vacilo y con formidable diligencia esculpía lo que le ordenaban, mas un día singular en el que la monotonía agobiaba al célebre creador tuvo la osadía de exclamar en pos de su propia vida – A lo largo de este tiempo he amasado una leve fortuna, oro, y nada más, pero tal materia ha consumido mi vida sin que haya podido realizar una obra sola que plazca mis sentidos, que convierta este gélido, estrepitoso y burdo mármol en un verdadero trozo de mi alma y de mis sueños, hoy es tiempo de parar. No deseo sino trabajar en lo que amo con un objetivo que me cause satisfacción. Que marque la euforia de mi alma mediante el más sutil de mis vástagos… Mi arte mismo. – Y así Venancio, el escultor paró de trabajar en obras por encargo y comenzó a esculpir para él mismo.

No se afanen en terminar, lectores, es pertinente destacar alguna etapa de la vida de este héroe que con su obra sin duda tiene conexión. Venancio había tenido la dicha en su austera juventud, de conocer a una joven mujer cuyos ojos brillaban cual estrellas iluminando la noche y cuya voz era tan dulce como el sonar de una amielada y brillante campanilla de bronce. Sus cabellos eran torrentes de aguas que caían sobre sus hombros como una catarata y su tez se asemejaba a la tierra más fértil y suave, en la que cualquier sembrador preferiría elaborar sus plantaciones. Amelia, era su nombre, la dulce dama que más tarde se convertiría en la esposa de aquel escultor. Sin embargo, muchas veces la vida se marchita rápido cuando los seres se presentan virtuosos, porque el ciclo de su existencia corre ligero y gracioso como el pétalo de una flor. Amelia murió de una severa enfermedad que marchitó su piel y acalló el brillo de sus ojos, dejándola decaer con lentitud, dejando en su vida el enérgico deseo de concebir a una niña, una pequeña que con el tiempo se convertiría en una dama.

Una mujer hecha realidad –Se dijo Venancio – En este mismo momento, si los deseos de Amelia se hubiesen cumplido, la niña tendría dieciséis años de morar sobre la tierra y yo tendría el gran placer de verla agraciada caminar por los verdes campos y reír con armonía sin par- Venancio permaneció cogitativo durante algún tiempo con la mirada perdida en el vacío imaginándose a la hija que nunca tuvo la oportunidad de concebir, pensando en la ausencia de un ser que jamás había tenido la dicha de respirar, ni palpar, ni exclamar la más leve palabra.

Sin más que dudar puso sus cartas sobre la mesa y un bloque de mármol sobre el suelo, él, esa misma noche iniciaría la más perfecta de sus creaciones, su obra maestra, Crearía a su hija. Pasó con el cincel sobre el mármol 365 días exactos. Sin un leve respiro que diera tregua a su diligencia y laboriosidad. Sin un segundo sólo que lo excusara de su pasión de artista. Con la sangre de su alma y el sudor de su pecho, pero más aún, con el fuerte pálpito y el amor de su corazón, creó una contorneada figura que suavemente deslizaba armonía de arriba para abajo, creó ojos perfectos e imponentes, que encerraban todo el furor de una vida de trabajo, manos delicadas y finas que se asemejaban a la más tersa y codiciada seda y unos labios tan perfectos que cualquier hombre sobre la faz de la tierra hubiesen podido besar asegurando perpetuamente que eran reales. La estatua era preciosa, nada en el extenso mundo humano se le asemejaba en belleza siquiera un poco. Era bella sin duda, pero… Inalcanzable.

Al terminar, Venancio sintió toda la euforia contenida en sus venas y con la voz entrecortada y emotiva dijo –Tu eres mi hija- La estatua, con toda su perfección, hizo caer una lágrima de sangre por su mejilla y con el despecho más voraz y desagradecido de su marmórea figura, lanzó un escupitajo sobre la faz de su creador y poco a poco se fue rajando, hasta que aquella piel de piedra ¡Tan semejante a la realidad! Se hizo pedazos, sin dejar más que polvo desparramado sobre el suelo. Venancio con el corazón repleto de sentimientos hizo pasar todo tipo de maldiciones por su cabeza, pensó en dejarlo todo, en convertirse en un pobre alcohólico desgarbado, en matar, en herir y en odiar a la humanidad, mas luego de aquella euforia contenida, respiró y se dijo a sí mismo, -No, No le haré a mi creador, lo mismo que mi creación me ha hecho pasar a mí. – Y así lo hizo Venancio, continuó esculpiendo hasta morir, mostrando siempre que la grandeza de su alma era apreciada más que por nosotros por él.

*Sara es la primera exploradora de estas cavernas. De primer año y en la Facultad de Ciencias Agrícolas y Ambientales nos trae un hermoso cuento. ¡Esperamos que tus textos sean la guía en este descenso!

7 comentarios:

JA Ochoita dijo...

¡Me encanta tu forma de escritura! Vocabulario basto y de gran riqueza.

Me gusta la historia, y creo que menciona asuntos importantes. La monotonía de la sociedad, y si bien hay pasión hacia las profesiones, el tiempo y dinero nos hacen olvidarnos del por qué de verdad trabajamos. Si es que nuestro trabajo es el que queremos.

No sé si era tu idea, pero el creo que la perfección se demuestra que es algo casi inalcanzable. La escultura podría ser muy bonita, pero no era más que una imagen. Vaga y vacía. Muchas veces nos encantamos por una figura ficticia, y nos olvidamos de vivir.

Creo que hay algunos puntos vacíos en la historia, pero claro el mensaje. Y al menos a mí me deja una interrogante. Hacer la cosas para mi satisfacción, o para los demás.

¡Saludos!

sara dijo...

Sabés, muchas veces cuando uno ve una pintura puede interpretar cosas distintas, comprendo tu interpretación y me agrada que mi escrito se vea desde todos los ángulos.

JuLio Urízar dijo...

"Era bella, sin duda, pero inalcanzable" Precisamente en una clase ando viendo un tema similar. El arte plástico tiene esa belleza que te hace soñar, pero es inalcanzable. Me agrada el cuento por ese final inesperado en el que la magna creación de este hombre llora y se autodestruye, aunque, sinceramente, yo preferiría que eso no sucediera. ¿Se autodestruye por ser una obra perfecta? ¿Quiere decir, en un trasfondo cristiano, que fue un castigo divino, que nadie más que Dios puede crear perfección? Si es así, con razón los artistas viven atormentados, porque creo que ellos andan buscándola. Hay algo que no me quedó claro y es la última línea: Si Venancio siguió esculpiendo hasta su muerte, y con esta estatuta que lo condena había demostrado ser un gran artista, quiere decir que el resto de su vida vivió haciendo estatuas que no le llenaban sabiendo que podía hacer algo mejor, pero estaba temeroso de volver a hacer algo tan perfecto como lo que había hecho. ¡Qué horror para alguien como él! En realidad no me parece un final esperanzador si lo veo de ese modo.

sara dijo...

Entiendo tu comentario, y creo que entendiste un poco mejor en lo que me inspiré, sin embargo, no es un fondo cristiano. Es comparación de la estatua con el hombre, que después de haber sido biológicamente con tanta minuciosidad y amor, decide autodestruirse. Venancio,nunca se decepciona de su obra, porque aunque para él se presente lejana sigue siendo su hija. Y aunque haya trabajado por algo que resultó ser inútil, el no quiere ser tan desagradecido con la vida como su creación. ¿Has pensado en todo el proceso por el cuál pasamos para formarnos en función de nuestros objetivos de vida?

JuLio Urízar dijo...

Eso aclara algunas cosas. Ese es el efecto de la literatura: que pueden encontrarse interpretaciones distintas desde diferentes puntos de vista.
Si, claro, el proceso que pasamos "en función de nuestros objetivos" tendrá sin duda muchísimos tropiezos y experiencias dolorosas que uno tendrá que saber llevar para seguir adelante. Incluso dirán algunos que hay que saber vivir los sufrimientos, pues son parte de la vida misma, en lugar de solo querer "sobrellevarlos". Supongo que esto último es lo que hace Venancio, decide no hacer lo mismo que su creación le hizo a él, no arruinará su vida por lo que le pasó y continuará esculpiendo hasta morir. El problema es ¿y si lo hace mecanicamente? ¿si esculpe hasta su muerte ya sin ningún objetivo?
Lo siento, puedo ser muy tragico. Al fin de cuentas es mi interpretación, y es muy subjetiva.

Qué alguien más comente!!

Pablo dijo...

Sara! Me ha gustado mucho tu cuento. Había escuchado una historia similar, pero el final que le pusiste le da tu característica particular. Arriba las plumas y a seguir escribiendo!

sara dijo...

Gracias por sus comentarios, me agrada que les haya gustado!