18 febrero 2011

De Cavernas y Melodías

*Por Pablo De la Vega            

El fuego tocaba su rostro, lo encendía, le daba el bochorno carmesí que lo transfiguraba en aquella entidad divina, por más humano que fuese. Sin embargo su cuerpo seguía congelado. Las manos tiritaban al ritmo del viento, que resonaba cual piano desarrollando un waltz. Llevaban horas perdidos en aquel gélido lugar, que de calígine se llenaba por sus espacios boscosos. El cuerpo tiene dentro de sí el sistema circulatorio; el bosque tiene para sí el sistema vendaval: ambos muévense en infinito correteo, cual si niños fueran, andando por los pasillos del hogar. Él se arrimó a su hermana, la cual mostraba aquel imperterrimiento en sus ojos, inamovible del pequeño tronco en el que estaba, y le susurró al oído —Voy por algo de comer.― Ella no le respondió, al menos con los labios, pues sus ojos le frasearon —Está bien pero, niño, ten cuidado, no te vayas a perder—. Levantose entonces, sublevándose contra el músico imperativo, emisario de verbosidad en 3/4 y se dirigió a través de su pentagrama metafísico. Avanzando por la música nubosa, los sostenidos le obligaban a mantener el ritmo: un, dos, tres; un, dos, tres; un, dos, tres. Cada tiempo era particular: el uno un escalofrío, el dos un cuchicheo repentino y el tres un súbito temblor. La única forma de lograr pasar sin dificultad era bailándolo, y él, hijo de un “hada de azúcar”, sabía armonizarse en dichos movimientos. Así iba danzando por el bosque, buscando comida, cuando de pronto se encontró con un frondoso ramaje. Aquí la música cesó de golpe. ¿Qué sucedía? Empezaba a templarse su organismo, agarrando el color propio de los cuerpos calientes. Pero, ¿qué pasaba? En ese momento parecía que el arbusto era el sidéreo círculo que tanto añoraba, emanador de lucíferos calores. Él se acercó, admirado del cambio que producía en su cuerpo tan singular fenómeno. De pronto, una inhalación proveniente de la vegetación lo inspiró hacia la oscuridad, donde yacían miríadas de fogosas esporas diamantinas, las cuales le quemaban la piel, lacerandola. Sumido en un desenfreno pasional, cerró sus ojos. La angustia carcomía sus órganos, el dolor sus gritos y la oscuridad su alma. Súbito, todo volvió a la calma. Abrió sus ojos lo más célere que pudo y vislumbró sus heridas. Pero nada. No tenía el más ínfimo esbozo de laceración alguna. — ¿Qué sucedía? — se preguntaba. Entonces, enfocó la vista hacia su entorno y diose cuenta que se hallaba en una Caverna. Empero, ésta, a diferencia de lo que se conoce comúnmente como Caverna, lúgubre y misteriosa, era, en contraste, alba y apacible. Imagínense que la noche fuera una extensa cuartilla blanca en la que se divisaran las estrellas negras cual basurilla del carbón, y la luna, en vez de ser el resplandor nocturno de la fémina, el espejo de los ojos de la amada, lo femenino, lo que a lo masculino más le recuerda lo femenino, fuera, nada más, una circunferencia vestida de negro, cual regordete gorila dibujado en el papel. Así mostrábase a sus ojos esta Caverna, la cual descendía en un luengo pasillo. Dándose cuenta que no había forma de salir de ella, él, dudoso, decidió bajar por sus rocosos suelos para ver si podría encontrar algo en sus profundidades. Caminando parsimoniosamente, por temor a ser inspirado de nuevo, lograba otear todos los fenómenos que presentaba la Caverna. De un lado moraban millones de diminutos murciélagos albinos de argenteado pelaje y zarcos ojos, los cuales volaban en formas naturales, emulando cataratas, ora rocas, ora árboles, ora humanos. En otro extremo se erguían medianos troncos con extremidades, los cuales cargaban florecillas marchitas y las llevaban a unos manantiales purificadores, en donde éstas, antes fenecidas, renacían en matices más luminosos y obtenían una vitalidad angelical. Cual si mucha sorpresa fuera esto, no había visto aún nada. En el borde de un charco hallábanse lustrosas rocas con bocas humanas, las cuales dábanse tan apasionados besos como en juvenil primavera el ruiseñor, con su pico enamorado, acaricia a su pareja; y en los mismo charcos los peces que ahí nadaban, de distintos matices, estallaban en multiplicación cristiana para crear nuevos pececillos, y así, infinitamente en un charco que borboteaba en arco iris. Pasando cerca, pero siempre con temor de los fenomenales seres que allí acaecían, él acercose al centro de la Caverna, donde había una pequeña pluma. Enclenque esta parecía de lejos, empero, al momento de tocarla, uno dábase cuenta de su vigorosidad. Puesto que la palabra escrita brota de la pluma y, aquella, es la más dañina de las armas, necesita del más fuerte portador para poder yacer templada antes de plasmarse en el papel en manifestación discursiva de las ideas más eximias e ingenuas. De pronto, esta pluma, púsose enhiesta y vociferó — ¡Intruso en la Caverna! ¡Aquí sólo pueden estar los escritores! — En eso, todas las criaturas voltearon hacia el joven los más torvos ojos jamás vistos por hombre y empezaron a dirigirse contra él, acometiéndolo furibundos, principiando la retahíla desastrosa. Él, en su debilidad, cerró los ojos y empezó a gritar. — ¡Ya cállate y déjame descansar! — dijo la hermana. En eso, él desarrebozó su rostro de la manta que lo cubría y despertó. Había sido todo un sueño. —  ¡Sofía! ¿Cuánto llevamos aquí?, dijo, sudando miedo y confusión. —Lo suficiente para que ya estés alucinando — dijo ella. —Duérmete, niño, ya pronto nos encontrarán—.   

*Pablo De la Vega regresa, desde la facultad de humanidades, con un cuento cavernícola en el cual nos muestra su lado fantástico. Qué piensan de esta visión de la Caverna clara y blanca? Será así nuestra Caverna?

2 comentarios:

JuLio Urízar dijo...

Quien no quisiera estar en esa caverna. La noche un manto blanco con puntitos negros, y la luna muestra por primera vez su lado oscuro, literalmente. !Ya me lo imagino! Me impactan esas metaforas: Los murciélagos como agua en el viento, el viento como una sinfonía o un vals en el bosque, un pentagrama en movimiento en el cual hay que moverse sabiendolo danzar, !y sabemos que es viento, viento común y corriente, pero lo describe como música!
!Los peces estallando en cristiana multiplicación! ¡lo máximo! Imaginen todos esos peces brincando afuera del agua a partir de unos cuantos que nadan por allí. Ver brotar de pronto todo ese color luego de salir de un bosque lleno de sonidos. Sin duda Pablo mostró su lado fantástico. Más que un sueño, creo que el niño ha tenido una visión. Si bien aún no puede tocar esa pluma, algún día lo hará. Es casi como "la pluma en la piedra", ojalá el hermanito de Sofía (¡Sofía!) llegue a ser un rey Arturo de las letras, porque hay que saber usar estas sabiamente: las palabras realmente pueden ser "la mas dañina de las armas".
Me gustó mucho.
Por cierto ¿qué es imperterrimiento?
Ah, otra cosa: el juego de luces que causa el fuego en lo que hay alrededor, "transfigurado en entidad divina". !Es cierto! ¿quien no ha estado alrededor de una fogata o a la luz de las velas y de pronto las cosas se ven como mágicas! Es un chorro de imagenes este cuento. Hay que ver que la acción es poca, pero está llena de detalles. En un cuento describir un parpadeo puede llevar páginas enteras... Interesante.

Pablo dijo...

Julio: Imperterrimiento viene del adjetivo imperterrito que significa alguien a quien no se le infunde terror facilmente. Lo que hice fue jugar con la palabra y convertirla en un gerundio para darle más acción. Gracias por los comentarios, este cuento lo hice descriptivos, los proximos quiero hacerlos más narrativos.