10 junio 2011

Mesura

Por José Andrés Ochoa
Agarró la caja de cerillos, tomó uno de los más escondidos, y lo prendió con cuidado para no echarlo a perder. Colocó la llama con la mano izquierda, mientas la derecha abría delicadamente el paso de gas para avivar el fuego. Con una exquisita precisión, Salomón, así como aquel sabio, colocó la jarrilla con agua sobre la hornilla. Terminado el proceso, se sentó en la silla de plástico color negro que le permitía vigilar la avenida.

El reloj de pared marcaba las 11 de la noche. Ya cerca de un nuevo día. La luz de la luna se entremezclaba con las nubes de lluvia que habían humedecido la ciudad de Guatemala. A pesar de la hora, la iluminación artificial, típica de las grandes ciudades en las que predomina la inseguridad, permitía ver con claridad el camino y las banquetas. Salomón mantenía su actitud de serenidad. Su vista se fijaba en el pequeño televisor que mostraba esas viejas películas de kung-fu. A la par de la vieja tele, estaba el periódico del día. Le servía para ponerse al tanto de los deportes, leer los chistes y hacer un recuento de los muertos.

Hirvió el agua, y con mesura tomó su pocío, en el cual vertió dos cucharadas de café de sobre. Comenzó a mover la bebida con ternura, como lo hace una madre al preparar el té. El ruido de la cuchara chocando con el recipiente, pasó a segundo plano luego de que dos vehículos colisionaran a corta distancia. Salomón detuvo su mano, su boca se abrió con expectación, y sus parpadeos eran limitados, con la intención de no perderse detalle alguno. No evito pensar que se trataba de gente ebria, y agradeció a su Señor que la fuerza no fuera desmedida.

De un vehículo, bajó un muchacho que vestía chumpa de cuero y pantalón de lona. Sus botas eran notables a la distancia. Cabello corto. Del otro carro, bajó una pareja. Un muchacho alto, con traje de fiesta, al igual que la chica. Ella era hermosa, un vestido azul con detalles blancos como luz de la luna cautivaron la mirada de Salomón. Sus zapatos de tacón. Negros. Su pelo rizado. Preciosa.

Un suspiro dio el viejo policía, que desde la caseta, observaba con interés qué sucedería entre los partícipes del accidente. Notó que el hombre que iba sólo, sacó una pistola. 9mm pudo identificar sin problemas. A pesar de su edad, la vista no era una de sus flaquezas. Su ternura, sí. Intuyó que el muchacho de la pistola estaba bajo los efectos del alcohol. Al ver el arma, no dudo en tomar su escopeta, que mantenía bajo el televisor. Sabía que esto podía pasar a más.

Una discusión surgió. El hombre elegante trataba de calmar al maleante. La chica lucía expectante. Su débil brazo derecho sirvió para tapar su boca. No sabía si hablar. Salomón abrió la puerta en silencio. Quería pasar incógnito. La intensidad se incrementó, y una riña con golpes y patadas comenzó. Salomón no entendía. Un golpe del hombre trajeado hizo que el arma cayera al piso, justo a una corta distancia de la bella dama. La pelea continuaba, mientras ella tomó inocentemente el arma. Dudaba si apuntarla hacia el hombre de las botas, o simplemente guardarla entre su bolso.

Antes de decidirse, una camioneta color negro arribó al lugar. Tres hombres bajaron del vehículo. Coincidían en calzado con el muchacho solitario. Al ver la riña, no dudaron en sacar sus armas. Salomón, cargó su escopeta y se disponía a enfrentar a los bandidos. Buscó en su bolsillo su celular para llamar a la policía, pero en sus nervios su mano se dirigió hacia la bolsa incorrecta, donde sólo se encontraban unas fichas. Recordó que era lo que le quedaba del mes. ¿Valía arriesgar su vida, para rescatar a un par de desconocidos? ¿Su mísero salario era justo para recoger valor y realizar acciones heroicas? Ya había pasado dos días del nuevo mes, y su bolsillo seguía vacío. Además, las balas que fueran utilizadas tendrían que ser costeadas por él.

En su duda, disparos ocurrieron frente a Salomón. La pasividad intrínseca de la noche se diluyó entre aquellos ruidos que ya parecían tan comunes en esa ciudad. La pareja, sin perder la elegancia, cayó desplomada, uno al lado del otro. Los muchachos, sin dudarlo, se montaron en sus vehículos y con la indiferencia del tamaño de la luna, se fueron dejando dos cuerpos atrás.

Salomón logró encontrar su teléfono, marcó a la policía y reportó el crimen. Observó a la chica de nuevo, que yacía en su esplendoroso vestido, del cual una macha roja borraba las hermosas líneas blancas. Sus rizos permanecían intactos. El viejo policía retornó a su caseta. Colocó el arma en el piso. Se preparó un nuevo café, ya que el anterior había perdido calor. Se sentó en su añeja silla. El reloj indicaba que diez minutos pasaban de las 12.

3 comentarios:

Pablo dijo...

Hoy te luciste! Tu cuento es sobrio, conciso y pulcro en cuanto al lenguaje. No obstante el trasfondo de crítica social está muy arraigado a tu texto, puesto que expone el caso común de nuestra sociedad hoy en día: la ingente negligencia y la indiferencia imperante. Esto se puede ver en tu texto, con el papel del guardia. También, manejás mucho el toque de misterio, además de ese menosprecio inhumano sobre la vida. ¡Eso es impresionante! Me gusta tu historia. Sólo te animo a jugar más con la psicología de los personajes, además de usar más imágenes y figuras retóricas, pues, le dan un exquisito sabor literario: el postre de las letras. ¡te reto a experimentar!, a ver qué sale? Espero entonces tu siguiente texto.

JuLio Urízar dijo...

Im-pre-sio-nan-te. Este hubiese sido un texto más de violencia, los maleantes asesinan a una pareja, de seguro ya lan escuchado en las noticias. Pero entonces lo transformas, lo contás desde la perspectiva de un policia que observa el crimen desde lejos, que duda en actuar o dejar que las cosas sigan sucediendo como siempre, y la indiferencia, la cotidianidad del final, lo crudo de que algo que sucede todos los días ya sea parte de nosotros, y el cómo lo expones, que es lo más importante. Sabio Salomón. Se ha enfrentado al mismo hecho muchísimas veces. De nada sirve enfrentarlo ya. Rendición. No todos los que tienen un arma tienen el poder. Para qué... ella iban a matar de todos modos... Descrbís muy bien, insisto. Fue un pequeño pero bien logrado texto de novela negra. !Imagina todas las posibilidades! ¿por qué nos lo detuve? ¿Por que los mataron? ¿quienes eran las victimas? ¿qué buscaban? Excelente final. Es la cereza de este platillo tan crudo y desgracidamente, ya común para nosotros. Es una forma de pensar nuestra relidad, mesurada ya ante la violencia, sin exaltarse ni estremecerse de que cosas como esta pasen a diario.

JA Ochoita dijo...

¡MUCHÍSIMAS GRACIAS! En serio, me agrada mucho sus comentarios. Tengo una duda. ¿Qué sería jugar con la psicología de los personajes? Me gustaría un ejemplo. Sí. Habrán notado en mis textos que me gusta escribir sobre Guatemala. Me parece que debe hacerse. Gracias de nuevo a ambos. :)