20 septiembre 2010

Lluvias e intenciones*

Por Pablo De la Vega**


La lluvia chocaba contra las láminas de acero, las gélidas calles y los tiritantes cuerpos, parloteando soeces palabras en melódica imprecación contra los dos pobres mozos que se cubrían con harapos de las ofensas del chubasco. Lívidos y desgraciados, los dos jóvenes vagabundos yacían bajo el dintel de un comercio, haciendo del lugar su único camastro. Hacía tres días que la lluvia no cedía; dos semanas que los cielos no clareaban, una vida que la desgracia acaecíales y, la tormenta, con cada gota de su mayestática entidad, les recriminaba las acciones del pasado. De pronto, por la esquina de la calle, se vislumbró una tremebunda mujer acercándose a los jóvenes, asiendo dos niños por los brazos, un ingente paraguas con la otra mano y, en los hombros, varias bolsas de supermercado y la cartera primordial. Uno de los mozos volteó la cabeza y, oteando a la mujer con parsimonia, prorrumpió una borrasca de maléficos pensamientos con más afluencia y precipitación que el chubasco que los asediaba. Mudando su rostro a un diabólico matiz, dijo a su compañero:

-¡Vos mirá lo que viene ahí! ¡Hueviémosle las bolsas y la cartera; mínimo carga unos cien pesos! Por andar con patojos va a soltar las cosas y, ¡ya la hicimos! 

El otro joven, acostado, cubriéndose la faz con un pliego de periódico, desarrebozó su rostro para ver la imagen descrita y, pensando a futuro, bosquejó durante un efímero momento las vicisitudes que proseguirían a la concepción del acto vandálico: el desembarazarse de sus secos mantos, que pronto cederían a los dominios acuáticos; el mojar sus vilipendiados andrajos;  el acercarse a la infortunada, bosquejando la intención; los helados niños esbozando en sus rostros los más aterrados gestos por la acción a cometer; el forcejeo malintencionado, sin llegar a los excesos dañosos, empero con consecuencias ponzoñosas para las víctimas; la estrepitosa huida bajo los siniestros goteos, lo que implicaba más denuestos por parte de la exacerbada tormenta, corriendo hacia ningún lugar, esperando encontrar ningún oficial que cuestione sus arrebatamientos; y, por último, pero meollo del cometido, el hecho de los objetos a encontrar, cayendo en la probabilidad de no hallar absolutamente nada valorable, por lo que todo el acto, desde el salir de su acogedora posición hasta abrir las bolsas para descubrir el contenido, habría sido una absurda estupidez. Llegando a esta conclusión, el aludido, en indiferente actitud, acalló al bellaco diciéndole:

-¡ah! ¡Dejalos vos! Hoy no…

Los niños y la madre ya se encontraban a pocos pasos de los desdichados, cuando, a ritmo de la niñez, el paso de los tres fue disminuyéndose poco a poco. En eso, los niños intercambiaron la mirada con los dos hombres acurrucados. La angelical presencia de sendos cuerpos hacía un ingente contraste con el desaliñado porte de los indigentes, como la diferencia entre el cielo diurno y el nocturno. De pronto, con un movimiento espontáneo, los dos niños metieron las manos a sus bolsillos y sacaron de ellos unas monedas que dieron a los cuitados con la más inocente sonrisa en el rostro; alejándose entre la borrasca. Confundidos y avergonzados, los dos pordioseros se miraron. Uno le dijo a otro:

- ¡Y vos que querías hueviarles! Ya viste, todavía nos aprecian en este mundo.

El bellaco no respondió, tomó sus mantos improvisados con cartones y se volteó en la dirección en que habían desaparecido los ángeles, sumergiéndose en un estado de compunción. La lluvia seguía cayendo, empero, ahora, en vez de imprecaciones, se presentaba mudándose en melifluas cataratas, prontas a parar de someter a los peatones.

 Guatemala, septiembre 2010


*¡Con este texto damos inicio a la publicación en nuestra revista literaria!
¿Qué impresiones te deja el cuento? ¿Qué piensas del estilo? ¿crees que es una realidad nacional?  te invitamos a que no pases por laCaverna sin comentar o dejar una crítica (constructiva, claro, con una explicación de por qué dices lo que dices). Todos tus comentarios son bienvenidos.
**Pablo De la Vega es estudiante de segundo semestre en la Licenciatura de Letras y Filosofìa de la facultad de Humanidades de la URL. 

1 comentario:

Keikleen dijo...

Hola Pablo!
Me encantó tu publicación! Muy buena forma de abrir el blog!!!
Te felicito porque lograste capturar de forma muy interesante el contexto, y sobre todo, a los personajes.
Solo me queda comentar que ojalá todos fueramos como esos niños más seguido. Son las pequeñas acciones las que nos van a llevar a cambiar a Guatemala, a darle el lustre que nuestra tacita de plata necesita para dejar atrás los días negros...