30 abril 2012

Un verano inesperado


Susy Flores

                                               Capitulo uno
                                           Mis nuevos vecinos

Estaba sentada en mí cama, podía oír como la fuerte lluvia caía sobre el techo de mi casa, por la ventana observaba el fuerte viento agitar  los arboles, rayos caían con fuerza, podía sentir el olor a humedad, en ese momento  me sentí viva! Mientras las horas pasaban, mientras veía la lluvia vino a mi mente aquellos días en los que pensaba que todo era perfecto, que todo iba  bien, ah si esos hermosos momentos, pero  lo que no puedo recordar   es cuando se empezaron a nublar  mis días de sol,  cuando todo de ser hermosos paso a ser una situación insoportable, porque no pudo quedarse así perfecto, porque cometí ese estupidez, porque, porque, porque…

Todo comenzó en el verano pasado. Estaba  de vacaciones y quería hacer todo lo que había planeado con mis amigos,  quería recordar este verano  como uno de los mejores de mi vida. Pero no, mi estúpido vecino decido mudarse y dejar  en alquiler su casa. Venían  muchas personas a verla, pero ninguna se decidía aun. Un día,   una adorable familia  paso frente  a mi casa y se dirigió a la de mi vecino. Uno a uno fueron entrando, primero entro el señor de la familia, tenía una cara afligida se veía plasmado el miedo, no sabía lo que quera, bueno al menos esa fue la impresión que medio. Luego  entro la señora, era todo lo contrario al papa, estaba segura, parecía que ella era quien tomaría la decisión, en el jardín jugaba una linda rubia de cómo 5 años, con el que yo creo que es su hermano de unos 18 años. Ella era idéntica a su papa, con  la única diferencia de que había heredado los rulos rubios de si madre, él en  cambio  era todo lo contrario, tenia  rasgos  de su madre y el castaño pelo de su padre. Luego  de una par de horas de haber visto la casa y de haber hablado con el dueño de la casa, se retiraron. No se porque  pero presentía algo  raro acerca de ese familia, no poda sacarla de mi mente.

El fuego de tus ojos


Por José Andrés Ochoa

El trámite

“Mirá ¿y tú cómo te llamás?” –me dijo con esa voz que, mientras fluía de sus labios como el trazo de un suave pincel, mis ojos la escuchaban. Porque fue tres segundo más tarde, cuando llamó a mi atención con otro verso –más bien fue un ‘aló’-, que coloqué mis fuerzas en mis oídos y colocar mi vista en sus ojos. Es que ver sus labios es casi inevitable. Y, no lo niego, alguna desviación hacia su cuerpo. Es a sus 1.62 metros de estatura, mínima grasa de más, y apetecible color chocolate, una de las tres razones que me hicieron decidir a ella como el amor de mi vida. O futuro amor.
“Andrés. Andrés me llamo.” –respondí, con un diminuto retraso y una sonrisa que casi me hace tartamudear. Se lo dije mientras mis ojos se fijaban en los suyos. Su mirada consta de dos perlas negras que resguardan en sus cauces. Me parecen unas joyas sin pulir. Aunque simulan estar dispuestas a cobijar todo destello que llegue a esos minerales preciosos.. Los mismos están dentro del rizado marco de su pelo, que protege el lienzo moreno de su cara. Unos cachetes pellizcables dan relieve a la pintura.
“¡Ah! –continúa mientras suelta carcajadas- Está bueno. Yo soy Alejandra, por si te interesa.” Nuestra interacción ya solo se resume a sonrisas. Más de parte mía que no sé cómo generar más interés por mantenerla frente a mí. Sin embargo, el televisor de la agencia indica que es su turno y la despedida es inminente. Ella se remita a un “gracias”, yo a un “de nada”, y se desplaza con papeles entre brazos y su cintura baila mientras tanto.
No pensé que fuera así de fructífero venir a la Sat. Cuando me cuestionó acerca de qué colocar en las casillas del formulario, respondí con una inercia que, combinada con mi desesperación de hacer una hora de cola, me privó de admirarla en primera instancia. Y así como llegó, se fue. Ni un número –más que el A213 de su boleta- y un nombre. Pero un procedimiento de tramitación de Nit se la llevó. Yo, en cambio, busco ser un nuevo pequeño contribuyente.
Es mi turno. La voz mecanizada lo avisa y debo ir a la 23. Mientras camino hacia la ventanilla –y observo los enmudecidos y apáticos rostros de los recepcionistas- me percato que Alejandra está en la 22. Me siento y entrego los papeles al muchacho. No recibo bienvenida alguna y no me interesa. Disimulo y busco la forma en que, de nuevo, nuestras miradas se crucen y queden fijas. Ella toma la iniciativa.
“Andrés, qué bueno verte por acá.” El agente que la atiende se levanta a por unas copias y yo aprovecho a llevar nuestro trámite al siguiente paso. Me encuentro llenando el formulario de la cita y me falta la casilla de su teléfono.

Claroscuro


Por Laura Rivas

Camino sin rumbo iba en el taxi a media noche, no paraba de recordar los momentos en que mi padre y yo éramos tan felices juntos. Cada cosa que observaba me hacía tener flashbacks en mi mente.
Don Juanito, el taxista, se daba cuenta de mi mirada perdida y aquellas lágrimas que caían lentamente sobre mi cofre de recuerdos. Cada una de ellas salía de mi corazón arrancando ese sentimiento de rencor y odio hacia aquella persona que tanto amé…
Note la foto de un pequeño niño sobre el tablero del carro, rápidamente vino a mi memoria mi niñez; corriendo por el parque persiguiendo un mishito, jugando por el pasamanos y sentada en el columpio viejo y oxidado de mi colonia. No había un solo recuerdo en el que no estuviera mi papá.
Yo sentía que nuestro amor era tan fuerte, y que nadie en el mundo podría separarnos; para mi desgracia, él mismo fue quien me condujo a alejarme y olvidar gran parte de mi vida. Una vida que ahora esta llena de dudas y sin sentido.
¡¿Por qué hizo eso?! ¿Por qué tuvo que decepcionarme de esta manera? Fue una larga y pesada noche que jamás olvidare. Pero hay tantos recuerdos que tengo que sacar de mente antes de empezar con una nueva vida, si es que la hay…


29 abril 2012

En tu memoria


Por Francisco Juárez

I

Aquella noche trágica avanzaba entre la oscuridad, ciega de la locura, dentro de un mar de tormentos que se arremolinaban en su mente  
-¿Un lejano recuerdo o una pesadilla?- se pregunta mientras camina lentamente por esa calle solitaria, lejana, distante en el tiempo. –No logro comprender por qué tengo este tipo de recuerdos- piensa inútilmente. Caminar es lo único que la lleva a la salvación, al momentáneo perdón, un inútil esfuerzo por desterrarse de aquellas marcas que le impiden seguir viviendo. Marcas que aparecieron como estigmas. Así el tiempo fugaz, intangible, áspero como una lija, le fue desgastando, dejándole liviana, ligera, lívida ante su meteórica desaparición en el horizonte de su corta vida. Estos pensamientos inundaban su mente mientras llegaba a aquel parque de altos cipreses, viejos y grisáceos. Un camino de adoquines descompuestos llevaba a la plaza central, las bancas roídas por el tiempo hacían guardia celosamente. Aquel lugar solitario cargado de nostalgia, de encuentros y desencuentros, de amores fugaces y rencores, de risas y llantos, de crujir de madera añeja y solitaria fue un escenario más de su desdicha.
-Parece que todo va llegando a su final- se decía sin importarle mucho sus propias palabras. Se detuvo bajo la sombra de uno de los cipreses y se sentó sobre sus raíces gruesas y agrietadas. La tierra estaba húmeda, un camino de hormigas se abría paso por la maleza y se internaba entre los arrabales de su mundo, entre las llanuras extensas que se abrían de una banca a otra.  –que insignificantes, que maravillosas, ignoran la existencia del universo, ¿por qué los seres tan pequeños deben sufrir tanto como nosotros? ¿Es que nosotros sufrimos tanto como Dios?- se preguntaba; un ave grita desde la copa de un ciprés, invisible, oculta tras el follaje espeso del antiguo árbol. Un ave que sin duda la ha visto sentada al pie de ese árbol. Un ave que ahora conoce su existencia como conoce la existencia de una piedra en su camino. –soy la nada en la vida de un ave, mientras esa ave quedará grabada en mi memoria, para siempre. Su alto grito, su grito verde-gris, aquel grito desesperado en los últimos momentos del mundo- sollozó.
Se detuvo a pensar mientras observaba los árboles, necesitaba demorar el fin, aún con tanto dolor dentro de sí le aterraba la idea de que todo llegara a su fin, la incertidumbre de la nada, la incertidumbre del dolor y el sufrimiento, y entendió que muchas cosas que ahora sentía la habían sentido otros hombres desde los inicios de la raza humana.
Sus fuerzas empezaron a desvanecerse y una nausea insoportable hizo necesario que aspirara aire profundamente, sus ojos se fueron nublando lentamente hasta quedar profundamente dormida.
Años antes a aquellos acontecimientos Elena vivía una vida normal, con sueños y aspiraciones. Sus familiares y amigos admiraban profundamente su dedicación  a la lectura, a la filosofía y la psicología.
Con el transcurso de los años Elena se fue volviendo cada vez mas abstraída en un mundo hermético en el que sus amigos y familiares no tenían cabida. Nunca se conoció algún pretendiente, nunca expreso algún signo de rebeldía durante su adolescencia, siempre aceptó los consejos y las ordenes de sus padres. Su vida estaba resuelta desde muy temprano y tendría muy pocas  cosas por las que preocuparse.
Sus ojos se fueron apagando con el tiempo, su mirada cambió del cielo al pavimento. Poco a poco se fue advirtiendo en ella signos de depresión, de estrés, de un agotamiento indefinido, -cómo si el mundo depositara todo su peso sobre sus hombros-diría enigmáticamente uno de los pocos amigos que se mantuvieron a su lado hasta el fin. Aquel fin inesperado, incomprensible.
Sí, la carga de éste mundo se hizo muy pesada, indefensa en la soledad de la imperfección que percibía de éste mundo, la asfixiaban las ataduras de la perfección que exigía su alma a un mundo que negaba entregársela.
En el lejano Japón una geisha trató de huir de sus deberes, su mente divagó por el mundo, por el tiempo, por los años. En el oriente una mujer afgana vio a través del manto que cubría su rostro el atardecer lejano, incomprensible. En América una niña encarcelada en el cuarto de un burdel escribe una carta a algún amor lejano, viajando en ella, buscando su libertad.
En el pasado mas antiguo la primer mujer no encuentra consuelo en un mundo donde a alguien se le ocurrió crearla a partir de otro ser. Que imposibilidad siendo la mujer la portadora de la vida, el inicio de todo, el alfa, el amanecer cargado de estrellas, el trueno intempestivo que destroza al silencio, la mujer que inicia su camino. La mujer prisionera.
–¡Cuantos gritos por Dios!- gritó Elena que despertó ignorando donde se encontraba. Al abrir los ojos recordó que había caminado por el parque y un sueño muy pesado había caído sobre sus ojos obligándola a recostar su cabeza sobre aquel alto árbol.
-Dentro de poco todo terminará- pensó, y vio como pasaron las horas, y el sol fue apareciendo en el horizonte.

II

Nadie entendía que le había sucedido a Elena, -ella era como nosotras- decían sus hermanas, iba al cine, a los centros comerciales, se interesaba por la moda, por los programas de televisión, iba a la iglesia todos los domingos, nunca se metía en problemas.
-Quisiera que mi cuerpo se hiciera polvo en un río, que las aves destrozaran mi cuerpo, que mis cenizas se vuelvan una flor en el campo, que mi rostro alcance el cielo y vea las estrellas y el firmamento tan cerca hasta quedarme ciega, hasta que la razón que me ha llevado a este extremo se convierta en puñal y atraviese mi vientre, que toda esta mentira se desvanezca en la realidad- gritaba en su interior mientras el alto grito de su alma se lanzaba al mundo en gotas saldas que se arrastraban por sus mejillas.
-Conmigo muere el sinrazón, todo aquello que una vez me hizo normal ante la sociedad, muero en la locura en este mundo donde el cuerdo es loco y la normalidad se mide por el grado de estupidez e inconsecuencia que se tenga. Soy extremista, soy anarquista, soy existencialista, soy la unión del despojo material y la reivindicación de todo el dolor que sufren tantas en este mundo.
Soy la nueva actitud frente al colonialismo, frente al dogmatismo intransigente, soy la revolución de los valores, el fin de las aspiraciones de otros, son tan materialistas que extrañarán mi cuerpo y no mi pensamiento. Conmigo mueren costumbres, rutinas. Me perderé entre el polvo y el viento, son tan hipócritas que añorarán mi sonrisa y no mi llanto, extrañarán mi normalidad y no mi locura- pensaba en un arrebato de ira mientras las lágrimas continuaban cayendo por su rostro.
Cuántas veces éste tipo de pensamientos rondaron por su mente. Poco a poco estos episodios se hicieron más frecuentes. Los psicólogos diagnosticaban estrés, delirio de persecución, esquizofrenia.  

III

Al despertar se encontraba viajando en un bus que la conducía exactamente a su casa.
Al bajar del bus una copiosa llovizna cubría el ambiente, el cielo gris y el viento frio hacía que los transeúntes corrieran en búsqueda de refugio. Las lejanas luces de los autos, los lejanos pasos de la gente que corría en aquella madrugada la hacía sentir como una extraña en un lugar al que no pertenecía. La llovizna empaña las ventanas y poco a poco las calles van quedando vacías, un perro corre sin saber a donde ir. Ahora los altos arboles se han transformado en postes de alambrado eléctrico que gotean desde su imponente altura, contra el cielo se dibujan los senderos de los miles de cables que surcan el aire de un lugar a otro.
Camina sin pensar, como una autómata. Se detiene frete a una casa con jardín, a través de las ventanas apenas logra distinguir una extraña silueta que la ve y una habitación alumbrada parcamente.
Los rasgos del invierno se hacen presentes y la necesidad de refugiarse es instintiva. Corre sin pensar el rumbo que toma, sus pies se mojan sin que se de cuenta.
Recuerda aquellos días de su niñez, aquel invierno, la vista desde su ventana donde las gotas de lluvia golpeaban copiosamente. Su pequeña mano deslizándose por el frio y húmedo cristal, -no, no volverán aquellos lejanos días- solloza. El imposible pasado se disuelve como aire entre las manos. La voz de su abuelo que le llama, el cálido aroma de la comida, la contemplación de la vida desde una ventana. Allí donde sus sueños fueron construidos, bajo el signo del cielo gris y la tormenta. Su signo, ahora lo comprende, es la añoranza.
Al llegar frente a su casa ve a través de las ventanas la silueta de su padre. Un horror desenfrenado recorre su cuerpo. Todo su cuerpo sucumbe ante el delirio, la llovizna empapa su ropa y hela sus manos. Deja caer nuevamente su cuerpo ante el miedo de recorre frente a sus ojos. -¿Qué era lo que temía? ¿Qué era lo que la perseguía?- se preguntará su único amigo, el ultimo, el que vio el fin, muchos años después.

27 abril 2012

Las no verdades de Emily


Por Gabriela Sosa

Viernes 13

Yo quería escribir aquí algo que significara algo, que marcara una diferencia, que le sirviera a alguien. No siempre fue así, muchas veces pensé en cambiar nombres y lugares, e incluso algunos detalles. Cambiar fechas, colores, palabras; prolongar vidas y tergiversar algo de lo que hicieron y dijeron, lo que me hubiera gustado que dijeran e hicieran tal vez. Pero eso sería caer en demasiado “wishful thinking”, ya no sería contar lo que pasó, sería ficción, mentira, una gran gran mentira. Otras veces imaginé escribirlo como si le hubiera sucedido a alguien más, porque a final de cuentas ¿quién creería que me había sucedido a mí? Ni siquiera yo misma lo creía. Pero también sería mentir: mentirme a mí misma, pues por más increíble que parezca, sí pasó y me pasó a mí.

Por mucho tiempo no me creí capaz de escribir; quería, deseaba tanto creer que podía hacer algo tan grande como mis libros favoritos, porque cuando se es niña todos los libros favoritos son gigantemente especiales. Al crecer uno deja ir algunos…o al menos eso decía mi madre que debía hacer, eso es lo que todos hacen. Pero yo no, no, los que más amaba se quedaron conmigo y lo harán siempre. Sin embargo, eran un recordatorio constante de lo poco que me creía capaz, cada vez que pensaba que podía hacerlo, descartaba la idea sin tratar. Ahora comprendo que eso es lo peor y más cobarde que puede hacer una persona: rendirse sin intentar. Al fin decidí renunciar a esa cobardía.

Sigo sin creer que lo que escriba importe, nunca será lo que yo quería, pero finalmente las ideas fluyen y de alguna forma logré convencerme que sólo porque alguna vez alguien dijo que yo no valía la pena, no significa que fuera cierto. Es lo que cualquiera que no haya pasado por eso no comprende: si pasas mucho tiempo escuchando que no vales la pena, eventualmente te lo crees. Ahora más que nunca sé que sí lo valgo y bastante: porque lo que me sucedió a mí, no le pasa a cualquiera. La magia no le pasa a cualquiera.


Domingo 18

Hace unos meses llegué a la conclusión que podría escribir una gran historia si quisiera, que dejara de tener miedo, que sí podía escribir, muchísimas gracias y no había nadie que pudiera evitar que lo hiciera;     que era hora de admitir que es lo que mejor sé hacer, aunque a veces aún no me lo crea, y que aunque a veces tampoco me crea lo que pasó, también tenía derecho a contarlo. Me está matando, ¿saben? Pasar toda mi vida con un secreto tan grande, ya no me importa lo que piensen, que estoy loca o enferma, si quieren tómenselo como algo real, si quieren como ficción; de una forma u otra yo contaré mi historia.

Todo empezó a mis seis años, en el jardín de la casa, aunque yo no lo sabía en aquel entonces, no lo supe sino hasta mucho después. Era un día entre semana, ¿cuál? No lo recuerdo, pero por razones de hacer mejor la historia digamos que fue un martes. Sí, los martes me gustan, fue un martes (ya sé que dije que no cambiaría detalles, bueno, lo haré pero les diré, para evitar después acusaciones de falsedad). Fue un martes en la tarde que lo vi por primera vez: no, no lo imaginé y no, no era un fantasma de la casa; ni tampoco estaba soñando ni jugando a amigos imaginarios; así que descartemos esas ideas desde el principio. Lo vi parado en el camino del jardín: un hombre, ni viejo, ni joven; a decir verdad no recuerdo bien su cara, sólo sé que llevaba camisa blanca y pantalón azul, al estilo de antes y su mirada, esa sí la grabé en mi memoria para siempre, una mirada de infinita tristeza, de esas kilométricas, una mirada que llegaría a conocer bastante bien al pasar los años.