26 junio 2011

No pedí estar aquí…

Por Geraldine Barberena


No. Yo no escogí venir a este mundo. Así como tú tampoco escogiste venir. Y que casualidad que de todos los mundos que existen tú y yo estamos en el mismo. No escogí mi color de piel, el color de mis ojos, el sonido de mi voz. No escogí mi lugar de nacimiento, mi familia o mi país. Nadie nunca me preguntó si yo quería venir; simplemente me trajeron. No me preguntaron si quería pelo largo o liso o castaño. No me consultaron si quería usar lentes o si mis dientes tenían que ser grandes o pequeños. ¿Cómo son mis brazos y mis piernas? ¿Acaso yo pedí que fueran así? ¿Pedí algo de mi vida o de mi existencia? ¡NO! Y de todas maneras, aquí estoy.

Yo no pedí estar aquí. Yo no pedí ser como soy. Yo no pedí estar con quienes estoy. Simplemente no pedí nada de eso.

¿Pero sabes algo? Aunque no lo pedí... Estoy feliz de estar donde estoy! No todo es perfecto, pero ¿qué hay de interesante en un lugar sin problemas y complicaciones? Además, yo no pedí ser como soy ni estar donde estoy, pero desde este momento en adelante las decisiones de a dónde voy, con quiénes voy, qué haré, quién soy, quién quiero ser, con quién quiero estar... Todas estas decisiones son mías ahora! ¡SÍ! ¡SON MIS DECISIONES! Y nadie puede hacer nada al respecto. ¡Al fin y al cabo es MI vida que NO pedí, pero que VOY a disfrutar!

Es fácil decir: "así soy, así nací" o resignarse: "no voy a cambiar nunca, no puedo!". Eso es aceptar que no pediste estar aquí y que te vas a quedar exactamente como viniste y los demás tomarán decisiones por ti. ¿Realmente eso quieres? O vas a tomar las riendas de tu vida de una vez por todas y decirle al mundo que NADIE tiene autorización de decirte cómo eres o quién eres. ¡Sólo hay una persona que dictamina eso: TÚ! (Y Dios claro... Pero créeme cuando te digo que Él está de interesado en que seas la mejor persona que puedes ser. Y eso incluye que seas lo más feliz posible. Créeme.)

La vida no se hace de segundos, minutos y horas. No son días y meses y años. Tu vida son decisiones que en un momento u otro tomaste (o dejaste que alguien tomara por ti). Creo que es momento que empieces a decidir acerca de tu vida.
No pediste estar aquí. Pero aquí estás. Y ya que ambos estamos aquí... ¿Por qué no disfrutamos al máximo nuestra estadía en este lugar llamado Tierra? 

24 junio 2011

Saludo

Por José Andrés Ochoa

A Diego Juárez...

-¿Qué onda, vos? -dijo con una humilde sonrisa en su rostro-. No recuerdo la fecha, pero sí el lugar. Esas reuniones propias de las jóvenes. Nada especial. Evento sencillo pero hogareño. El patojo se me acercó y saludo con la cortesía y amabilidad que pocos conservan. Complementó el gesto con un fuerte apretón de manos, y una mirada que producía una sonrisa en quien la viera.

Los invitados vestían de forma casual. Nada innovador o fuera de lo normal. Música se escuchaba con el fin de sobreponerse sobre la calma de la noche. El patojo hablaba. Los sonidos se enlazaban para crear una sinfonía fiestera. En ocasiones, una carcajada destacaba.

La reunión transcurrió sin novedades o rarezas. Los jóvenes se encontraban en un tertulia conformada por temas banales. Una bebida servía para acrecentar las risas. La oscuridad intrínseca de la noche hacía que la atención se enfocara en la mesa. El patojo trataba con atención al resto de los presentes. Más allá de los detalles del evento, o de la inmobiliaria del lugar, mi mente no olvida ese saludo.

Existen personas que pasan la vida desapercibidas. Que podrías verlas por meses y aun así no saber más que su nombre. Sin embargo, el patojo, con un simple saludo fue capaz de perdurar en mi mente y alma. Lo vi un par de ocasiones más. No intercambiamos palabras más que ese saludo.

Casualidad o predeterminado, vuelvo a ver al patojo mucho tiempo después. Más de un año de no saber de él. Otra reunión. Esta vez, la vestimenta es formal. La gente se saluda con extendidos abrazos y un suspiro. Veo al patojo. Se encuentra en medio del salón. Le voy a saludar, y en esta ocasión sólo asiente son su cabeza y sonríe. A un lado de él, se observan unas flores. Encima de él, la estatua de un Señor se alza. El Señor levanta sus brazos sobre el patojo. Algunos ríen, pero la mayoría llora. Los pocos que sonríen, seguro recuerdan los saludos del patojo. Gesto que siempre era dulce a quien lo recibía. El patojo yacía acostado, con un semblante de serenidad.

Cómo pensaba, al momento de llegar a esta reunión había mucha gente. Lo que no me esperaba, es que luego de recibir la noticia de su cáncer, tres semanas después perdería la batalla. Con sus 19 años, igual que yo, se le veía acostado. Su saludo aguardaría para otra ocasión. Poco conocía de él, mas nunca olvidaré ese gesto. Personas así merecen trascender en el tiempo. En mi alma, con un apretón de manos; en su mente, con un corto relato...
-¿Qué onda, vos? -dijo con una humilde sonrisa en su rostro-. No recuerdo la fecha, pero sí el lugar. Esas reuniones propias de las jóvenes. Nada especial. Evento sencillo pero hogareño. El patojo se me acercó y saludo con la cortesía y amabilidad que pocos conservan. Complementó el gesto con un fuerte apretón de manos, y una mirada que producía una sonrisa en quien la viera.

Los invitados vestían de forma casual. Nada innovador o fuera de lo normal. Música se escuchaba con el fin de sobreponerse sobre la calma de la noche. El patojo hablaba. Los sonidos se enlazaban para crear una sinfonía fiestera. En ocasiones, una carcajada destacaba.

La reunión transcurrió sin novedades o rarezas. Los jóvenes se encontraban en un tertulia conformada por temas banales. Una bebida servía para acrecentar las risas. La oscuridad intrínseca de la noche hacía que la atención se enfocara en la mesa. El patojo trataba con atención al resto de los presentes. Más allá de los detalles del evento, o de la inmobiliaria del lugar, mi mente no olvida ese saludo.

Existen personas que pasan la vida desapercibidas. Que podrías verlas por meses y aun así no saber más que su nombre. Sin embargo, el patojo, con un simple saludo fue capaz de perdurar en mi mente y alma. Lo vi un par de ocasiones más. No intercambiamos palabras más que ese saludo.

Casualidad o predeterminado, vuelvo a ver al patojo mucho tiempo después. Más de un año de no saber de él. Otra reunión. Esta vez, la vestimenta es formal. La gente se saluda con extendidos abrazos y un suspiro. Veo al patojo. Se encuentra en medio del salón. Le voy a saludar, y en esta ocasión sólo asiente son su cabeza y sonríe. A un lado de él, se observan unas flores. Encima de él, la estatua de un Señor se alza. El Señor levanta sus brazos sobre el patojo. Algunos ríen, pero la mayoría llora. Los pocos que sonríen, seguro recuerdan los saludos del patojo. Gesto que siempre era dulce a quien lo recibía. El patojo yacía acostado, con un semblante de serenidad.

Cómo pensaba, al momento de llegar a esta reunión había mucha gente. Lo que no me esperaba, es que luego de recibir la noticia de su cáncer, tres semanas después perdería la batalla. Con sus 19 años, igual que yo, se le veía acostado. Su saludo aguardaría para otra ocasión. Poco conocía de él, mas nunca olvidaré ese gesto. Personas así merecen trascender en el tiempo. En mi alma, con un apretón de manos; en su mente, con un corto relato...

21 junio 2011

Reflexiones de una Inerte Piedra

Por Sara Fernández


Alguna vez una roca sin vida aparente se preguntó su utilidad, su trayectoria había sido larga, había pasado por la tierra y por los ríos, había pasado momentos de desesperación al no poder moverse por sí misma, pero había aprendido a ceder para reflexionar, porque cuando su vida no respondía a sus ambiciones, la temperancia era lo último que le quedaba, permaneciendo estática siempre, algún día de su eterno calendario la roca reflexionó acerca de lo humana que era por la simple peculiaridad de pensar y se dijo a sí misma:
Las líneas que trazan una vida suelen ser paralelas, inalcanzables las unas de las otras, completamente ajenas e inimaginables. Los temores de los cuerpos humanos son sin dudad fantásticos, rebosantes de estupor y magnificencia, austeros, lívidos y fantasiosos. Cuando algo causa terror, la imaginación vuela hacia horizontes completamente desconocidos y justo en la zona de penumbra, en la que todos los seres se bañan en recuerdos y se apoyan en las endebles columnas de la nada, los terrores se consumen poco a poco y se convierten en libertad. Es extraña la libertad, siempre se presenta bastante flexible,  Cuando los individuos  se humanizan  es tan extensa como la eternidad,  conforme  sigue transcurriendo el tiempo, los individuos, aquellos  seres perniciosos que caminan sobre la tierra se humanizan cada vez más y, dicha humanidad, reduce la libertad a una entidad austera y corta y justo  cuando parece que la libertad llega a ser un estrecho punto se extiende y ¡Explota! Cae como un trueno sobre el cielo abriendo una brecha gigantesca entre lo humano y la expansión del burdo y animalesco universo.
¿Qué es correcto? ¿Debemos ser Humanos o no? Maldigo al que creo los signos de interrogación, porque frenan la aseveración de lo posible, no dentro de este  tedio de jaulas y cenizas sobre el que ahora aquí moramos sino en aquel etéreo sitio en donde el llanto funge como lluvia que hace renacer los campos y en donde los gritos son melodías perdidas en el horizonte.
El día de pardas ilusiones  poco a poco quiebra los caminos endebles y poco a poco acorta los bloques  concentrados de materia que somos los individuos. Que las sombras vivan con la luz y los corazones empapados de sangre exploten de euforia por el paroxismo mismo de vivir, porque sin luz no existe la oscuridad y sin muerte no existiría el renacer. Los que soñamos somos como la brisa que cae en los bosques, pero aquellos que viven son como los violentos  torrentes de lluvia.
Algunos hombres tal vez digan que las rocas no pensamos, pero el mundo y su movimiento es una parte del pensamiento de algo más grande que lo humano. Las líneas que trazan una vida suelen ser paralelas, inalcanzables las unas de las otras, completamente ajenas e inimaginables, pero, tal vez algún día se atrevan a encontrarse.

20 junio 2011

Escuchando el Silencio

Por Mirella Urízar


"Estando en un mundo obscuro dónde creí haber sobrevivido me encuentro en un lugar lleno de vacío en el cual tu mirada me dice todo de lo que nada quiero saber, siendo yo tu único dominio me decido en revelarme ante tu muy descontrolada autoridad y con mi cuerpo a la mitad del frío sigo pensando que me encuentro bajo tu dominio porque no logro encontrar algo que me calme en este turbio sitio.

Con la mente decidida en que este día es mío me opongo ante cualquier suspiro que me convenza de algo que contradigo y me decido a escapar del encierro que a tu lado vivo, sin lograr entender porque me aferro ante este pensamiento tan mísero si cuando a tu lado mi vida fue como un tiempo eterno que se volvio sombrío.

puedo entender cómo llegamos a esto pero no por qué no se logra salir de esto, ¿Qué se hace para salir? ¿Acaso escapar es la solución? ¿O seguimos con este masoquismo que creamos?"

Estos fueron mis pensamientos antes de tomar mi decisión porque de lo contrario la enfermedad me habría consumido, visité a quien tenía que visitar para salir del círculo que me mantenía adicto a tu refugio, a tu consuelo y a tus mentiras.

Lamentablemente descubrí otra cosa...mi enfermedad es incurable...y me consumirá por el resto de mis pocos días, sin importar quien lo evite terminaré matandome por dentro y seré quien nunca quise o quien siempre anhele, pero por miedo no lo acepté.

Las voces me lo decían y no quise oir porque pensé que eran parte de mi imaginación pero ahora que me doy cuenta soy uno de ellos, entonces ¿soy parte de mi imaginación? o ¿fuí creado en la imaginación de alguien más? no logro entender si este mundo es mío o de alguien más,  si soy real o no.

Así que decidí ponerle fin a esto y pasó lo que ya todos predicen, fuí lento y cauteloso, ¡lo disfruté!, era algo solo para mí, fue lo que por primera vez sentí que fue mi decisión y que nadie más tuvo opinión alguna, me sente en una silla esparcí gasolina por todo mi cuerpo para sentir el calor que nunca había sentido y encendí un fósforo lo que dió fin a la que nunca sentí mía, mi vida, y con eso puede darle tanto un comienzo como un fin a lo que siempre será mío, mi muerte.

13 junio 2011

Nota de Duelo

Por Julio Urízar

El día de hoy, dejó de existir, quien en vida fuera el señor Ricardo Peña S, hombre inalcanzable que se dedicó diligentemente a agonizar. Echaba espumarajos invisibles, cuya aridez, surcándole la garganta, eran intentos de palabras cuyo objetivo era hacerlo ver más lastimoso de lo que estaba, con esa figura retorciéndose entre las sábanas, con esos ojos que desconocían el tiempo y el espacio,con esos labios que clamaban más agua, últimos tragos, tragos de polvo, manantial que ha perdido su frescura en tantálica lengua negra. Agonizante ejemplar don Ricardo Peña. Nadie debiera morir tanto como él.
-Papaíto, ¿quiere más agua? –no contestaba.
Cómo está su papá, seño. Está muy mal, fijese. Ya se va a morir.
-Papaíto, ¿Qué le doy, agua? –no se morirá. Aunque ya se haya ido.
Eran ellos los que esperaban su muerte, no él. Ricardo Peña cabalgaba cerca de Río Grande, en el monte, con las bestias, entre los cañaverales y sus flores peludas.
Los únicos, pues nadie quería esperarle la muerte. Decían que espantaba. Las rezadoras se iban a las diez, no se quedaban ni un minuto más. Ingratas. Como que uno no trabajara todo el día. ¿Quién puede espantar? La muerte es silenciosa, no hace bulla. Cuando por fin venga por papaíto ni vamos a darnos cuenta. Dará un suspiro, o dos, estirará los pies por última vez, como ha estado haciéndolo toda la semana, y se volverá hacia la pared. No nos daremos cuenta hasta que vayan bien lejos, donde todos nos volvemos inalcanzables. Ella no espanta.
-Papaíto… agua…
-Ya no le preguntés, Vira. Ya no sabe.
Mentira. Yo sé que los que se están muriendo saben. Porque es cuando tienen los sentidos más despiertos. Así le pasó a mamá, a la abuelita, a nuestros hermanitos cuando vino la epidemia. Miran sin ver para ver quien les acompaña, escuchan los murmureos que se compadecen de su miserable condición, sienten las caricias de quienes vienen a visitarles, las dunas del jergón y la luz de los candiles. Somos crueles al verlos como piedras. Saben, saben más que nosotros.
Lo acompañan en su dolor sus hijos Rafael Enrique y Elvira Raquel, quienes estaban seguros de que ellos eran los que presenciarían el deceso de su padre. Martín el palafrenero aguardaba debajo de los arcos del corredor, al lado de los geranios, escuchando las hojas mordisqueándose de bichos y las gotitas del chorro en la pila y las cigarras. Fumándose a uno de sus esposos. Cigarra-cigarro.
Chiste del patrón. Ay, patrón, ya se nos va a ir…
Espantar, ¡qué nos va a espantar! Es un hecho que papaíto se va a morir antes del amanecer. Hoy sí se tiene que morir. Aunque ella se presentara montada en su carruaje, con el rebozo negro y su sonrisa de calavera, como toda calavera, obligada a sonreír, no nos asustaría. Que papaíto se levantara y se ponga las botas y diga al Martín que le ensille al Jacinto, que tiene que ir a trabajar, eso sí sería para salir corriendo. Cuando uno se va a morir se tiene que morir en serio.
-¿Qué es eso? –un ruido lejano, jamelgo derramándose por la calle. Tan tarde. Debía ser una emergencia-, vos, Tín, asómate a ver quién es.
El humo del tabaco se llevó al hombre de la barba rambutanesca en la oscuridad. Desde la puerta, oteó en ambas direcciones. No había nada.
-Solo su abuelita Soledad, don Chapa…
Y diciendo esto, otra vez el trote de los caballos se hizo presente. Más cerca. Vibraron las paredes.
El agua del vaso, sobre la mesa, se llenó de mareas fogosas. Era toda una caballería. El de adelante chasqueó un látigo sobre las gualdrapas. Apretó los estribos. Un relincho. Llevaban prisa.
-¡Apurate, Martín, ahora sí, andá a ver quién es.
Y el hombre fue y volvió.
-No hay nada, don Chapa.
El viejo jadeó, quiso decir algo.
-¿Agüita, papaíto?
Vira acercó el vaso a los labios que se abrieron como cueva. Agua de polvo. Sólo la de Río Grande es agua de verdad, esa que se resbala entre esas piedras que huelen a miel y a popó de buey, a caña pudriéndose entre los surcos. Sabrosa esta agua. Ah…
-Sí serás, de plano ya no mirás bies. Escuchá… ¡Allí vienen otra vez, vamos a ver!
El cuerpo será velado en su casa de habitación, segundaavenidaprimeracalletresquincezonauno, donde Elvira Raquel se quedó de última sola ante el rostro pavimentado en la almohada. Un rostro, ya no más. Tufo de catacumbas, que hacía a las arañas aguardar en sus hoyitos la gélida brisa que había de mover las cortinas antes del segundo final. Bostezaba su espejo el ropero de caoba. Esperaba que a ella le quedara, siempre le había gustado, y lo conservaría así de lleno, lleno de sombreros y botas y cuentas y sacos de botones dorados. ¿Qué tacuche le pondrían? Tal vez el que usó para la feria, el que Chapa le compró en la capital. Esta vez tuvieron que haber visto a las bestias, se nota que pasaron en frente de la puerta. Dios quiera que no sea nada malo. Se alejan. Suspira. Suspiros de chiquillo asombrado, de pies descalzos entre el barro ante la frondosidad de un guayabal más viejo que sus abuelos. Otro suspiro. Ha corrido desde el pozo, necesita aire, mucho calor, travesura superada, cara abochornada, sudor, tierra en el cuello y las manos, entre las uñas, sed.
-Estoy muy cansado…
-¡Papaíto!
-Estoy muy cansado, pero todavía me falta, m’ija…
Y los caballos volvieron a pasar allá afuera. Más cerca. Retumbaba la ventana. Sus cascos pisoteaban el adobe de las paredes. A Vira le pareció que toda la casa iba a derrumbarse con aquel ruido montaraz. Sostuvo el vaso antes de que se callera de la mesa. Escuchó:
-Allí está Río Grande… allí está Monte Escondido… y la casa de Don Felipe Cebollaniz, pozo
viejo… allí está el trapiche… y la aldea… y mamaíta…
Se fueron alejando.
-Estoy muy cansado…
Se alejaron para siempre.
Aspira. Expira… Ah… Última vez. Hora de encender las velas.
El humo entre las cigarras trajo de vuelta a los dos hombres.
-No hay nada –pero Rafael olía a caballo.
-Nada –y Martín a amanecer.
Ella, con el vaso todavía en la mano, la cama inmóvil, la atmósfera inmóvil, con ojos estatua rezumando ríos grandes. No espanta. Si se cuenta ya no espanta. Un cuento de espantos es un cuento sin ellos…
El cortejo fúnebre saldrá a las dieciséis horas con destino al cementerio de esta localidad. Por su presencia…
-No –contestó Vira-, no hay nada.
…muy agradecidos.




10 junio 2011

Después de un día de Ansiedad

Por Mirella Urízar


Entre un vacío y desesperación
Un hombre y una obseción
Fluyen con el tiempo en el espacio eterno de la inspiración

Evocando sus sentimientos y anhelos
Espero por una transformación drástica
Que le hace pensar en las circunstancias,
Sus decepciones y el éxito del vivir.

Construye un castillo de sueños
Dónde el principal protagonista es un triunfador
Que encerrado en su mundo se completa con ideas vanas y
Verdaderas sobre su naturaleza y la realidad humana.

Se convierte en un caballero de lucha
Por una vida de convivir y compartir
Sin olvidad su esencia mágica y única
Como caballero de influencia para un reino de paz.

Mesura

Por José Andrés Ochoa
Agarró la caja de cerillos, tomó uno de los más escondidos, y lo prendió con cuidado para no echarlo a perder. Colocó la llama con la mano izquierda, mientas la derecha abría delicadamente el paso de gas para avivar el fuego. Con una exquisita precisión, Salomón, así como aquel sabio, colocó la jarrilla con agua sobre la hornilla. Terminado el proceso, se sentó en la silla de plástico color negro que le permitía vigilar la avenida.

El reloj de pared marcaba las 11 de la noche. Ya cerca de un nuevo día. La luz de la luna se entremezclaba con las nubes de lluvia que habían humedecido la ciudad de Guatemala. A pesar de la hora, la iluminación artificial, típica de las grandes ciudades en las que predomina la inseguridad, permitía ver con claridad el camino y las banquetas. Salomón mantenía su actitud de serenidad. Su vista se fijaba en el pequeño televisor que mostraba esas viejas películas de kung-fu. A la par de la vieja tele, estaba el periódico del día. Le servía para ponerse al tanto de los deportes, leer los chistes y hacer un recuento de los muertos.

Hirvió el agua, y con mesura tomó su pocío, en el cual vertió dos cucharadas de café de sobre. Comenzó a mover la bebida con ternura, como lo hace una madre al preparar el té. El ruido de la cuchara chocando con el recipiente, pasó a segundo plano luego de que dos vehículos colisionaran a corta distancia. Salomón detuvo su mano, su boca se abrió con expectación, y sus parpadeos eran limitados, con la intención de no perderse detalle alguno. No evito pensar que se trataba de gente ebria, y agradeció a su Señor que la fuerza no fuera desmedida.

De un vehículo, bajó un muchacho que vestía chumpa de cuero y pantalón de lona. Sus botas eran notables a la distancia. Cabello corto. Del otro carro, bajó una pareja. Un muchacho alto, con traje de fiesta, al igual que la chica. Ella era hermosa, un vestido azul con detalles blancos como luz de la luna cautivaron la mirada de Salomón. Sus zapatos de tacón. Negros. Su pelo rizado. Preciosa.

Un suspiro dio el viejo policía, que desde la caseta, observaba con interés qué sucedería entre los partícipes del accidente. Notó que el hombre que iba sólo, sacó una pistola. 9mm pudo identificar sin problemas. A pesar de su edad, la vista no era una de sus flaquezas. Su ternura, sí. Intuyó que el muchacho de la pistola estaba bajo los efectos del alcohol. Al ver el arma, no dudo en tomar su escopeta, que mantenía bajo el televisor. Sabía que esto podía pasar a más.

Una discusión surgió. El hombre elegante trataba de calmar al maleante. La chica lucía expectante. Su débil brazo derecho sirvió para tapar su boca. No sabía si hablar. Salomón abrió la puerta en silencio. Quería pasar incógnito. La intensidad se incrementó, y una riña con golpes y patadas comenzó. Salomón no entendía. Un golpe del hombre trajeado hizo que el arma cayera al piso, justo a una corta distancia de la bella dama. La pelea continuaba, mientras ella tomó inocentemente el arma. Dudaba si apuntarla hacia el hombre de las botas, o simplemente guardarla entre su bolso.

Antes de decidirse, una camioneta color negro arribó al lugar. Tres hombres bajaron del vehículo. Coincidían en calzado con el muchacho solitario. Al ver la riña, no dudaron en sacar sus armas. Salomón, cargó su escopeta y se disponía a enfrentar a los bandidos. Buscó en su bolsillo su celular para llamar a la policía, pero en sus nervios su mano se dirigió hacia la bolsa incorrecta, donde sólo se encontraban unas fichas. Recordó que era lo que le quedaba del mes. ¿Valía arriesgar su vida, para rescatar a un par de desconocidos? ¿Su mísero salario era justo para recoger valor y realizar acciones heroicas? Ya había pasado dos días del nuevo mes, y su bolsillo seguía vacío. Además, las balas que fueran utilizadas tendrían que ser costeadas por él.

En su duda, disparos ocurrieron frente a Salomón. La pasividad intrínseca de la noche se diluyó entre aquellos ruidos que ya parecían tan comunes en esa ciudad. La pareja, sin perder la elegancia, cayó desplomada, uno al lado del otro. Los muchachos, sin dudarlo, se montaron en sus vehículos y con la indiferencia del tamaño de la luna, se fueron dejando dos cuerpos atrás.

Salomón logró encontrar su teléfono, marcó a la policía y reportó el crimen. Observó a la chica de nuevo, que yacía en su esplendoroso vestido, del cual una macha roja borraba las hermosas líneas blancas. Sus rizos permanecían intactos. El viejo policía retornó a su caseta. Colocó el arma en el piso. Se preparó un nuevo café, ya que el anterior había perdido calor. Se sentó en su añeja silla. El reloj indicaba que diez minutos pasaban de las 12.

06 junio 2011

De cuando llamaste y te fuiste

Por Sara Fernández

Era la primera vez que se había sentado a componer con un semblante completamente equilibrado, tomó la copa que tenía al lado y con suavidad la volvió a poner allí, era acaso que el dolor había cesado, o que simplemente se ocultaba tras una oscura condición para burlarla y hacerla sentir ¿Bien? No, ella nunca se sentía bien, pero al menos, un poco más tranquila que de costumbre. Olía a lluvia y a tierra mojada y un perro no paraba de ladrar justo frente a su casa, derrepente, la luz se fue, y justo cuando iba a maldecir, justo cuando iba a romper la paz que en ese momento aislaba su frenética vida, sintió como poco a poco una mano fría y huesuda tocaba su hombro, como poco a poco sobaba su cara y subía hasta llegar a su sien. No se decidía a voltear, extrañamente aquella presencia no resultaba hostil ni abrumadora, no resultaba fría y malévola como muchas veces se describe a los espectros. Pasó un justo minuto con la mano del espectro sobre su sien, esperando a que algo más pasara, y justo cuando iba a voltear , la mano comenzó a deslizarse de nuevo por su mejilla hasta dejarse caer, fue cuando el espectro pasó justo a su lado. Ana se levantó exaltada, queriendo conocer su misterio, deseando saber quién era el que poseía aquella figura vieja y sabia que tanto le llamaba la atención, no lo soportó más, le y dijo - ¿Quién eres? Por favor te lo ruego dime quién eres, a lo que la entera imagen dijo sin cavilar

Soy quien ves que soy, yo odio y amo, juzgo y me juzgo por juzgar, cuando pertenezco deseo salir y cuando salgo deseo pertenecer. Soy la inquietud que te causa querer vivir, tú que cuando vives mueres y cuando mueres te la pasas deseando vivir, ¿Por qué preguntas lo vidente? ¿Por qué te alteras ante el mundo si el mundo no se va a alterar ante ti?

El espectro no dijo más palabras, sólo permaneció parado justo frente a la ventana abierta, Ana lo observó, sus manos eran lo único que su inmenso hábito no recubría, sus manos frías como metales que derrepente se tornaban como troncos viejos y gastados ¿Podría ser? ¿Habría llegado acaso el momento del paroxismo en el que se encontraría con algo superior a ella? Se levantó decidida a tomarle la mano, completamente convencida de que no había nada más por cumplir, poco a poco caminó a aquella agradable e irónica figura, se acercó lo más que pudo con pasos lentos y dudosos y sin embargo, convencidos, y justo cuando iba a sostenerle la mano la figura se deshizo, se esparció con el viento fugaz y venturosa, sin permitirle siquiera decirle cuanto la deseaba. Se acercó a la ventana con los ojos cubiertos de lágrimas y luego despertó, estaba sentada en el mismo lugar en el que todo había comenzado abrazada de su Cello, su vista estaba dirigida a una hoja de papel pautado vacía y una fuerte melancolía carcomía su pecho. Esa misma noche la había visitado la muerte, quien por alguna razón del destino la apreciaba y había llegado a ella permitiéndole conocerla. Ana nunca dijo nada de lo ocurrido y esperó su vida entera sólo para volver a ver a aquella fascinante criatura.

INTERCICLO

LUEGO DE DORMIR UN RATO, ESTOY LISTO PARA EMPEZAR A DESCENDER DE NUEVO. ¡ANÍMATE A UNIRTE AL GRUPO! PUES SEGUIREMOS APRENDIENDO DE LAS LETRAS Y CONOCIENDO LAS MEJORES HISTORIAS DE NUESTROS ESCRITORES. 


¡QUE LAS LETRAS TE ACOMPAÑEN Y QUE RONDE LA INSPIRACIÓN POR TU CABEZA!