06 mayo 2011

Fénix

Por Julio Urízar 



Bufanda en cuello, gorro y con la nariz irritada, dejando en el pañuelo constelaciones de caracol a cada descarga nasal, me deleitaba con aquella sensación de letargo que invade nuestro espíritu cuando su jarrón de carne está surcando los trechos finales de un resfriado. Tosía con ronquera de tuberculoso, era lo único molesto, pues en aquel soto, recibiendo lo que para mí era una dañina pero deliciosa brisa de comienzos de verano, justo cuando las heladas retroceden en la página anterior, me sentía como si volviera a resurgir de un poso lleno de alimañas, las cuales, en los últimos días, muchos días antes del resfriado, me habían amordazado con sus colas punzantes y sus brazos de carne cruda, con olor de matadero municipal. Pero entonces llegó el resfrío y sucedió lo de ese... lo de ese... lo de ese....  ¡achú!... lo de ese pájaro dorado que resurge de sus cenizas y cuyo nombre anda buscándome entre mis ideas, aún entiniebladas por la modorra. Eso es lo que pasó. En ese pozo de ofuscación y nulidad, lleno de monstruos que no me dejaran explotar para desperdigar mis destellos de maquinador de historias, defraudado ante mi propio fracaso y rindiéndome a los pies de un ídolo de la pereza, al cual llegué a adorar con devoción de entraña, fui haciéndome polvo y... fhshfrrrpssssh... snif... snif... (allí va otro pañuelo cargado de arte abstracto) y de aquellas cenizas, convaleciendo las neuronas y los mundos con largos puentes sobre las costas, ahora resurjo en alguien nuevo, sin dejar de ser la misma creatura que era, esa que se arrastra entre los papeles, buscando la respuesta que necesita para poder volar.
Me daba aquella planta los aires de un poeta deprimido cuya situación económica lo hubiese dejado en la calle. Estaban a mi lado las poesías, ocupando la banca conmigo, durmiendo en el bolso. Y es que el plomizo existir que nos otorga el resfriado dentro de casa es sumamente aburrido, y aunque no se debe salir, cuando el ánimo está siendo revivido durante la convalecencia y las ideas engordan por quien sabe qué divinidad, resulta en grata manera muy conveniente este atrevimiento, pues pareciera que las plumas se nos están a punto de inflamar. Nosotros que andamos por estos rumbos somos pájaros. Cuando tratamos de volar podemos remontar el vuelo muy alto, aunque dure poco y nos estrellemos duramente contra los árboles o las rocas; pero cuando no volamos, por esa pesadez de las que les hablé antes, ese pozo lleno de criaturas y efigies que no deberían idolatrarse, entonces nos endurecemos como piedritas, las plumas se entiesan y ninguna chispa puede encend... ¡erlas! snif... por eso digo que es agradable una gripe de estas de vez en cuando. He pasado varios días en cama, pero los últimos, esos en los que el colchón es un costal de clavos y tu propio sudor ha impermeabilizado las sábanas contra sí mismo, el remolino ha vuelto a bullir en la cúspide del aposento neuronal y los puentes volvieron a extenderse en las costas de todos los mundos posibles, aunque lo hacen con lentitud. Vaya, qué frases tan largas me están saliendo hoy.
Por eso me escapé esta tarde al parque. Vivo con una tía que es médico, y con un ama de llaves de hábitos empedernidos que no deja pasar un granito más de sal en la sopa sin que vuelva a preparar una olla completa. Fue ella la que me sepultó bajo una docena de frazadas. Entonces fingí entrar al baño, con un libro, que es cuando soy capaz de no salir de allí en una hora y donde obtengo la seguridad de que nadie va a molestarme. Pero cuando calculé que ninguna se daría cuenta, salí sigilosamente, cerré con llave el picaporte y como pude bajé las escaleras con las escasas energías que me mantenían despierto, saliendo victorioso de casa.
Y allí estoy. En la banqueta del parque, recibiendo los últimos rayos del sol que juegan con las hojas y mis pestañas, quienes, he de decir, luchan por proteger estos ojos, que son los únicos que se han resistido a salir de mi encierro. Siguen sin soportar la luz.
¡Shprfrrshshxshgtr! ¡trshr! (Snif... de nuevo otro trazo de babosa, creo que esta cosa podría ser un aditivo para pegar los azulejos que se han caído en el baño). Esto, desde luego, no me caerá bien. Una lija raspa mi garganta por el simple hecho de respirar esta brisa. Y si mi cuerpo fuese como el de un ángel, sin duda yacería en el suelo mutilado por estos rayos de sol tan hermosos. Esto, esta, estos ¡qué cacofónico me he vuelto!
¡Qué más da! En verano un jardín necesita riego aunque el jardinero esté resfriado. Y mi jardín lo agradece porque lo necesitaba. A pesar de los tropiezos, hay algo allí adentro que se mueve otra vez, como un reloj al que se le ha dado cuerda y que en medio de esa sensación de sopor, propia del convaleciente, promete aumentar sus palpitaciones para continuar con el viaje que habíamos comenzado. Es como si la debilidad fuese más grata que la fortaleza, más especial para la maquinación y la fantasía que toda la vitalidad de una ciudad. Pero tan sólo es el comienzo, es el arranque. Necesitará de mucha más energía para levantarse y conducir a sus yeguas por aquella costa infinita que se vuelve a llenar de puentes...
¡A...! !A...! !Achú!
Si los mocos fueran de tinta a lo mejor pudieran los pañuelos ser pequeños poemas. A veces pienso que un adivino podría encontrar en ellos una ciencia para predecir el futuro, como las líneas de la mano o el té en el fondo de las tazas.
"Qué cosas se le ocurren, amigo" el hombrecillo surgió entre los árboles con la tranquilidad de una ternera que hubiese estado pastando a mis espaldas sin que me diera cuenta. Luego de la sorpresa y otro estornudo me pregunté si acaso había estado hablando todo este tiempo en voz alta.
"No, ha estado muy calladito" volvió a decirme. Tomó mi bolso para poder sentarse a mi lado, colocándolo con indescifrable ternura sobre sus piernas, "me gusta la idea de que alguien pueda venir a decirle a uno su futuro según la forma de los mocos en un pañuelo, aunque, francamente, prefiero no saberlo, ¿qué gracia tendrían las cosas si usted supiera lo que va a pasar?" El silencio mío sólo interrumpido fue por las aspiraciones de mis nasales fosas ¡Tan he perplejo quedado, que bien conjugar no puedo! ¡Achú...! "¿Quién es usted? Pregunté, haciendo una rápida ordenación mental, y este me dijo: "Soy un pedazo de humo, nadie importante." Entonces levantó el dedo índice, lo sopló como a una vela y su falangeta o falangina o como se llamen esos huesos de los dedos, se consumieron como en una voluta de cigarro metido en agua. Como cabría esperarse, no salí corriendo ante aquel espectro, sino que me acerqué un poco más a él, asombrado como un niño, con aquella admiración que también había perdido al hundirme en el pozo, y quise comprobar de nuevo tan misterioso fenómeno. Soplé fuerte, o con la fuerza de mis bronquios acuosos, y toda la mano del hombre se esfumó. Maravillado, quise seguir soplando pero el extraño me detuvo con un "Ya, deje eso". En tanto se le regeneraba la extremidad amputada, cosa que seguí viendo embobado, comenzó a hablar y a hablar, pero para no hacérselas larga, en pocas palabras me dijo que había llegado a traerme.
¡Es la muerte! Pensé al escuchar esas palabras ¡Consumí saliendo de casa lo poco que quedaba de mis fuerzas y ahora tendría que pagarlo! ¡Pobre mí tía, cuya profesionalidad quedaría puesta en duda cuando el biggle de doña Beatriz, la vecina, encontrara al cadáver de su sobrino enfermo detrás del arbusto y la pobre vieja, del susto, tirara la bolsa de pan por los aires!
El hombre de humo contuvo una risa. "Usted escribe, ¿no es cierto?", abrió la solapa de mi bolso y extrajo de él los papeles engarabatados y el libro de London que había estado tratando de leer los últimos días con estos ojos cansinos que en cada parpadeo parecieran haber sido reemplazados por piedra pómez. "El vagabundo de las estrellas" dijo, leyendo la portada con el cejo fruncido "Interesante... ¿Usted cree en la reencarnación" preguntó entonces "en otras vidas antes de la suya, o más bien dicho, en otras formas de existencia, donde la vida que ha sido depositada en este cuerpo que tiene ha sido reciclada en el pasado innumerables ocasiones, ocupando otros jarrones de carne distintos desde el comienzo de los tiempos?"
"Espérese, la pregunta es muy larga" le dije atolondrado. "Si, sólo se la extendí para que sonara agradable" me contestó con una naturalidad con la que no supe dar el siguiente paso. Pero, ¿y lo del jarrón de carne? ¿Cómo se atrevía a utilizar mis propias metáforas? "Todavía no he llegado a esa parte" fue lo único que pude decir.
Dejó el libro a un lado y comenzó a inspeccionar mis propios escritos, uno tras otro, tan rápido que pensé que sólo los ojeaba superficialmente: "Interesante, interesante, muy cursi, aceptable, podría mejorar, ¡qué porquería!, este está mejor, se nota que en este estaba inspirado, no vale la pena, a este sólo le falta pulirlo, este quizás..." Se los arrebaté molesto. "Ni siquiera los está leyendo" "Por supuesto que sí" "No lo creo" "Pregúnteme algo que sólo lo hubiese podido saber leyendo bien esos papeles." Decidí seguir su juego. Pensé en una difícil y le hice la cuestión: "¿Cuántos años tenía Tristán Bellaco cuando se escapó del Instituto?" "Trece" me contestó: "¡Mentiroso! eso ni siquiera lo he escrito". "Oh, pero lo escribirá. Está pensando en trece porque siempre ha sido su número de la suerte para comenzar cualquier historia, además un jovencito de doce es muy joven para empezar lances como ese. Uno de trece ya está grandecito para ir solo al dentista, claro que si se es huérfano nunca se es demasiado niño para no ser sujeto de cualquier barbaridad. No crea usted que es muy innovador, incluso antes de Oliver Twist eso ya ha sido vivido y contado innumerables veces". Debo de confesarlo: Tristán Bellaco iba a tener trece años para cuando se escapara del Instituto. Por fortuna, antes de que el extraño se jactara de su exactitud, estornudé tan fuerte que le borré la cabeza. Para cuando se volvió a formar, le pregunté: "¿A dónde va a llevarme, caballero?"
"Ah... a un lugar en donde usted hará grandes descubrimientos" "Y donde corren ríos de leche y miel" añadí "No pensé que me hubiese portado tan bien." "No, yo no soy la muerte, joven, no lo voy a llevar a ningún lado de esos. Aunque, ¿qué cree usted que hay después de esta vida, cree que hay algo?" Volví a quedarme mudo por la dirección que tomaba ya de por sí su enredada palabrería. "¡Por los cielos dantescos! son preguntas que uno tiene que hacerse, muchacho, sobre todo si se pretende ser escritor ¿De dónde cree que vienen las ideas?" Continué callado. Un líquido irritante se escurría por mi nariz. Me llevé el pañuelo a la cara y volví a producir ese sonido tan desagradable: ¡shrrrfrgfftffrsrr!           
"Bueno" me dijo "en eso usted tiene razón, hasta de un trapo tan maltratado como ese pueden surgir historias. Si yo fuese un adivino y leyera lo que en él le depara le diría, aunque más bien estaría inventándolo, que si usted se pone a trabajar, tal vez consiga un par de mundos bien consolidados, infestados de puentes y alguna que otra poesía"
Y dale otra vez con mis metáforas, pero ahora decidí a escucharle con más atención. Aquello no sonaba tan desalentador como imaginaba. "¿Viene conmigo?" me preguntó, "es un camino corto, no hay que dar más de dos pasos". Era un hombre agradable después de todo, ¿por qué, a pesar de que estuviera conformado de humo, no iba a confiar en él? ¡Oh, ingenuo viajero, tus plumas volvían a encenderse raspándote tu mismo, como un fósforo, contra la aspereza de lo misterioso! Aquel podía ser el mismo demonio y tú serías capaz de entregarle un ramo de flores. Lo cual no es una reprimenda... no, no, no, me estaba solazando en mi propia ingenuidad ¡Volvía a ser ingenuo! Durante mi estadía en el pozo había estado muriendo de certeza.
El hombre se levantó y me tendió la mano, ofreciéndome el bolso con mis manuscritos, con los cuales debería cargar el resto de todas mis vidas, si es que la reencarnación existe. London ya me ha dejado intrigado. "No tardaremos mucho, ¿verdad?" le pregunté "se supone que estoy en el baño y mi engaño se sostiene con que últimamente he tenido ciertas dificultades intestinales." "No se preocupe joven, volverá, volverá". Entonces dio un paso y yo le seguí, dio otro paso y yo le seguí otra vez. Cuando quise dar el tercero mi cuerpo se encontró en medio de una penumbra azulada. Era como una especie de templo lunar, con formas naturales, infinito. Sí, lo sé, es una descripción vacua, pero hagan ustedes el esfuerzo. Recuerden que todavía estoy un poco enfermo. En lo alto se revolvía un remolino, como el ojo de un huracán suspendido en el tiempo, del cual surgían pequeños relámpagos que iluminaron mi soledad.
Pero lo más extraño es lo que había a mis pies, una especie de cimientos, de los cuales se forjaban, con el aire que respiraba, un aire fluctuante, a veces más denso y en otras ocasiones casi inexistente, un sendero que se arqueaba a medida que ascendía hacia horizontes todavía no construidos. Era un puente. "Comience a caminar, muchacho" escuché entre las sombras "Las historias no se escriben solas". Aquel era el cavernícola y aquella era mi caverna. Algún tiempo después, después de haberla recorrido por las primeras bifurcaciones, lo supe. El viejo perverso había llegado a traerme para no volver a caer en el pozo. Lo cual es de agradecerle. Aún así, por seguridad, he dejado papeles garabateados a mis espaldas con tal de no perder el camino cuando empiece mi regreso...
Si es que, claro está, tengo la posibilidad de regresar algún día.   
Nota: ¡Ya lo recuerdo! ¡Ese pájaro condenado se lla... se lla... se llama... ¡fe-nix!     

El cavernicola

Por Josué David Pereira

Mas alla del dictaminarce a ser una descripcion de algo no evolucionado, el cavernicola
tiende a ser un todo lo contrario, tomando en cuenta que cada palabra hace que crezca
tanto el mismo significado como nuestro sentido hambriento de sentir y transmitir
sentimientos, al igual que el crear ideas.
El cavernicola va mas alla del sentido mas comun de la misma palabra va a un sentido
fugurado de la misma a medida en que los retos se colocan dentro de una camino en el
cual ya existen obstaculos los planteamientos impuesto por el se vuelven ejercicios a los
problemas los cuales se anteponen a la inspiracion.
Al finalizar las estrofas t das cuenta que dejas de ser tal personaje por que? Por el
solo hecho de colocar una palabra no solo transcribes una historia sino transcribes un
sentimineto en si te describes a ti mismo es la descripcion en una tercera persona en la
cual el sentido de la palabra no toma un significado toma el significado que uno desee
darle.
El carvenicola en si somos cada uno de nosotros solo que uno los hacemos evolucionar
y otros lo omitimos pero en este caso la omicion lleva al olvido de la transmicion de
ideas, cosa que el mismo carvenicola no ayudo de una manera que hay que mirar atrás
para seguir adelante.

Hombre de la caverna

Por José Andrés Ochoa

“Cuando contemple con corazón cada característica colocada…” El cavernícola detuvo su potente voz para dar paso a al silencio. Mantenía su pincel en alto con la mano derecha. La izquierda le servía para rascar su larga cabellera con la intención de hurgar en sus ideas. Se mantenía de pie. Encontrábase trabajando en el muro B, al cual llamaba donde plasmaba  textos con palabras que iniciasen con la misma letra. La pared, de gran extensión, faltaba poco para que se completara. A su diestra, podría encontrarse muchos textos los cuales llamaba “hallazgos”, los cuales rescató de una biblioteca abandonada.

A sus espaldas, el cavernícola había aprovechado un vasto muro para ingeniar un dibujo de su autor favorito. Al lado de la irregular figura, se encontraba un autorretrato. Debajo de ello, un largo cuento nacía de los pies de ambos. Tratábase de un diálogo extenso que habían tenido acerca de Edgar Allan Poe, Julio Cortázar y otros autores. En la parte más profunda de su cueva, se hallaba una especie de altar. Una mesa manufacturada sostenía un libro, el cual era cubierto por una delicada seda. Debajo del libro, una tabla bien lijada y tratada estaba colocada. Leíase el texto “Mi favorito”

El cavernícola rara vez salía. Se alimentaba de los donativos que le daba una comunidad cercana, en gratitud por leer cuentos y declamar poemas a los niños y jóvenes. En ocasiones, personas le buscaban con motivo de consejo, lo cual se pagaba con una cerveza bien helada. Los domingos, aprovechaba a colocarse su camiseta cuadriculada y caminaba largas horas en busca de acontecimientos novedosos. Una vez encontrado, tornaba a su hogar donde, con alegría y expectación, se daba a la tarea de crear un cuento.

Era un hombre reservado, pero no tímido al momento de expresar la lírica. Dormía temprano para poder disfrutar el amanecer. Hecho que le contemplaba y le rejuvenecía, según se leía al techo de la cueva. Dicen que, si se le regala un cuadernillo con una buena pluma, te permite conocer la guarida. Pues, heme aquí con los abarrotes en mano con la intención de conseguir una conversación con él.