06 septiembre 2011

En cuatro patas

Por Claudia Solares


Querido Dios:

Después de haber pasado todo el día recostado, decidí escribirte una carta.

Primero quiero agradecerte por hacerme como soy. Mi vida es sumamente cómoda, me la paso
durmiendo la mayor parte del día o jugando. Mi familia me quiere tanto que me tratan como
si fuera de la realeza. Aunque algunas veces no me dejan hacer todo lo que quiero. Lo cual me
impulsó a hacerte un par de preguntas.

Cuando llegue al cielo, ¿podré subirme a los sillones o será igual que en mi hogar dónde el
único mueble al que se me es permitido subir es mi cama?, ¿podré morder y jugar con todos los
peluches? ¿O sólo me dejarán tocar mis juguetes “especiales”? ¿Podré perseguir al cartero que te
entregue esta carta? ¿O tú también me amarraras para evitarlo?

¿Por qué es tan difícil comunicarme con los humanos? Cuando pido algo me callan y cuando ellos
me hablan, muchas veces no entiendo lo que dicen. De verdad me pregunto, ¿es sumamente
necesario que me hablen con una voz tan aguda cuando me hacen cariño?

Son seres sumamente extraños; les encanta oler las flores ¡Pero no se huelen a ellos mismos!
No les gusta que yo haga eso, por lo que me vi en la necesidad de aprender su forma de saludo.
Ahora les doy la pata o salto a abrazarlos cuando llegan.

Muchas veces soy premiado por los trucos que aprendo. Pero siempre es con las mismas aburridas
galletas en forma de hueso. ¡Nunca las cambian! ¡Es lo mismo con el concentrado! ¡No me cocinan
cenas especiales y encima no me comparten de las suyas! Por lo que yo te pregunto, ¿hay algún
delicioso buffet esperándome en el cielo?

¿Viviré en un lugar repleto de jardines donde pueda correr y jugar? Espero que sí. Además lo
necesito para poder ir al baño. A veces no entiendo porque me regañan cuando lo hago en la
grama, me refiero a cuando lo hago en esa tan acolchonada y calientita. Esa que les gusta tanto
que hasta le tienen un nombre diferente; le llaman “cama”. No entiendo cual es su problema, yo
duermo en el jardín rodeado de mis orines ¡y no me quejo!

Espero que en el cielo me encuentre siempre limpio, porque no me gusta que me bañen, mucho
menos que me vistan. ¿Acaso no entienden que mi pelaje es suficiente? A veces veo a mi familia
pasando horas frente a un espejo (me tardó tiempo entender que el del otro lado no era otro
perro, sino era yo), se la pasan observando lo que tienen puesto y cambiándose una y otra y otra
vez. Más aún cuando tienen una cita (¿tendré yo alguna así?).

Luego cuando regresan se la pasan diciendo “¿Será que le gusto?” No entiendo por qué no pueden
simplemente hacer como nosotros y mover la cola cuando nos gusta otro perro. Lo que me lleva a
mi última pregunta; honestamente Dios, ¿dónde les pusiste la cola?

Debo irme, escuché que compraron zapatos, ya sabes lo que significa; ¡Juguetes nuevos!
¡Hasta Pronto!

Te envía saludos, una noble mascota en cuatro patas.

1 comentario:

Marissa dijo...

Muy original! y chistoso! :)